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Urkullu y el PNV o los manotazos del náufrago (25 años después del Pacto de Estella)
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José Antonio Zarzalejos

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Urkullu y el PNV o los manotazos del náufrago (25 años después del Pacto de Estella)

La decadencia del nacionalismo vasco arrancó del pacto de amparo a ETA en Estella el 12 de septiembre de 1998. La propuesta de Urkullu a Sánchez es el canto del cisne del PNV. Lo supera Bildu y lo arrolla el secesionismo catalán

Foto: El lendakari, Iñigo Urkullu. (EFE/Juan Herrero)
El lendakari, Iñigo Urkullu. (EFE/Juan Herrero)
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"No tiene otra ley [la tribu nacionalista] que el odio al otro. Nunca ha construido una legalidad alternativa, aunque le entusiasmen las contralegalidades. Sus conatos de institucionalización jamás le dejan satisfecha, porque descree de las instituciones. Solo le interesan las contrainstituciones. Si no es así, trabajará para invalidar incluso las que mantiene bajo su exclusivo control".

(Jon Juaristi. La tribu atribulada. El nacionalismo vasco explicado a mi padre. Espasa, 2002. Página 13)

Nota previa. Hoy se cumplen 25 años —12 de septiembre de 1998— de la firma en Estella del pacto de ocho partidos nacionalistas vascos (entre ellos, el PNV y Herri Batasuna), varios de izquierda (entre ellos, Izquierda Unida-Ezker Batua), siete sindicatos (ELA y LAB, los más significativos) y 20 organizaciones sociales con la organización terrorista ETA. El nacionalismo, alarmado por la reacción popular tras el secuestro y asesinato en julio de 1997 de Miguel Ángel Blanco, y presintiendo que podía ser arrollado por el espíritu de Ermua, agrupó a todas sus fuerzas para plantear una negociación al Estado mediante una tregua terrorista a modo de señuelo y para evitar la pérdida del poder en Euskadi en las elecciones de octubre de ese mismo año. Según los analistas más solventes, la decisión del EBB del PNV de impulsar y firmar el Pacto de Estella (Lizarra, en euskera) fue el principio de su decadencia y el inicio de la que terminará por ser la nueva hegemonía política de los legatarios de ETA: en estos momentos, la coalición EH Bilbu. Por eso, Arnaldo Otegi reclama que hoy se reactualice aquel pacto que fue el antecedente de la pujanza actual en el nacionalismo de una organización cohesionada en torno a Sortu (sucesora de Herri Batasuna).

El PNV: “Envejecido, rutinario y clientelar”

El donostiarra Juan Pablo Fusi, catedrático emérito de Historia Contemporánea y uno de los intelectuales vascos de más fuste y proyección, acaba de describir con propiedad la situación en la que se encuentra el PNV: “Más que debilitado, el PNV aparece como un partido sin pulso, sin ideas, sin gente nueva, envejecido, rutinario, que subsiste ante todo por el entramado de poder clientelar que ha ostentado desde 1980” (Diario Vasco del 28 de agosto pasado). Las cifras electorales obtenidas por los nacionalistas en las municipales y forales del 28 de mayo y en las generales del 23 de julio validan el diagnóstico del historiador. Crece EH Bildu y disminuye lentamente el PNV. La némesis del lendakari Iñigo Urkullu y del presidente del EBB, Andoni Ortuzar, es ya concluyentemente Arnaldo Otegi, que ha lanzado al ruedo la posibilidad de postularse a la presidencia del Gobierno vasco en los comicios autonómicos de 2024.

Foto: El lendakari, Iñigo Urkullu. (EFE/L. Rico)

Ortuzar parece consciente de la coyuntura que atraviesa su partido. En declaraciones a El Correo hace unas semanas, el presidente de la ejecutiva nacional del PNV reconocía que su organización “está sufriendo” por “el clima enrarecido” y que “hay que corregir errores”. Las autocríticas en el nacionalismo no son habituales. Se recuerda la más sonada de Xavier Arzalluz en un discurso que se etiquetó como “el espíritu del Arriaga” (así se denomina el teatro más señero de Bilbao, donde lo pronunció). Fue en 1986, el año en que el PNV tenía que hacer un gesto de humildad tras la escisión que encabezó Carlos Garaikoetxea con Eusko Alkartasuna. Esos golpes de pecho, sin embargo, son en el PNV mucho más tácticos que estratégicos, porque no existe intelectualidad orgánica ni externa que ofrezca consistencia al cuerpo ideológico del partido. La organización sigue teniendo unos referentes sabinianos, historicistas y nostálgicos, siempre enlazados con una mitomanía supremacista. Y de ahí, actualizando solo el lenguaje, es incapaz de salir.

“Arzalluz no hubiera tenido complejos”

La sociedad vasca ha cambiado: la industria está dejando paso a los servicios con una sustancial merma del PIB de la comunidad en el conjunto nacional, la crisis demográfica es dramática y se corresponde, además, con la mayor longevidad de la población y el correspondiente abono de pensiones que las cotizaciones vascas no cubren ni lejanamente, el empleo público crece por la burocratización de los territorios (diputaciones forales) y por la extensión desbocada de la Administración autonómica. Además, se adensa una sensación muy generalizada de pérdida de expectativas. Se trata, en consecuencia, de una crisis estructural del PNV que lo es también del País Vasco en su conjunto.

Foto: Pedro Sánchez e Iñigo Urkullu en la conmemoración del 25 aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco. (EFE/Javier Zorrilla)

Y es en ese contexto deprimido en el que se ha producido una circunstancia crucial: la irrupción de EH Bildu, con una presencia ante la sociedad vasca que trata de sustituir al PNV en su papel de interlocutor en la política española, extender su influencia a Navarra, en donde los nacionalistas no logran implantarse con una mínima relevancia, y referenciarse como una nueva izquierda radical vasca abertzale, por supuesto— y también como gestora de los intereses pendientes de la suspensión de pagos de la banda terrorista ETA.

En ese contexto deprimido se ha producido una circunstancia crucial: la irrupción de EH Bildu con una presencia ante la sociedad

Aquí encaja el desconcierto ideológico en el nacionalismo que ha sido desde 1980 —y antes— el representante de las clases medias del país, que son moderadamente conservadoras y plutócratas, con una sensible impronta confesional e históricamente pragmáticas. Por eso, entre un sector de la militancia del PNV están surgiendo objeciones a la táctica del EBB de no diferenciarse en la política española del modelo de Otegi ni distanciarse de su cerrado apoyo al PSOE de Sánchez.

José Alberto Pradera, diputado general de Vizcaya entre los años 1987 y 1995, ha sido el más explícito en la impugnación del seguidismo del PNV respecto de Bildu y de Sánchez. “El PNV —declaró también en El Correo del pasado 27 de agosto— debe abstenerse en la investidura de Feijóo, porque Vox no está en la ecuación”, añadiendo que “Arzalluz no hubiera tenido tantos complejos”. Pero lo mollar de sus opiniones se refiere al modelo social y económico vasco: “Quien insulta al que trae el dinero a las arcas públicas es para meterlo en la cárcel”, en alusión a los ataques de la izquierda radical y del propio Sánchez al empresariado (Iberdrola y BBVA mantienen la sede en Bilbao, aunque Siemens-Gamesa ha abandonado la capital de Vizcaya).

El plan Urkullu, inviable

Es fácil entender que la salida de Iñigo Urkullu proponiendo una “convención constitucional”, para “reinterpretar la Constitución” sin reformarla (obviándola) y con la finalidad de llegar a un “nuevo pacto territorial” que se basa en el patrimonio foral e histórico del País Vasco para alcanzar una suerte de bilateralidad confederal, resulta un planteamiento inviable —como ha subrayado el catedrático de Derecho Constitucional, de creencia federalista y académico de referencia en el País Vasco, Alberto López Basaguren— que, sin embargo, es funcional para competir con Bildu y los independentismos catalanes en los prolegómenos de la eventual investidura de Pedro Sánchez. Incluso las recepciones más amables al planteamiento del lendakari —no del EBB, dato de la mayor importancia— han subrayado la inverosimilitud de la iniciativa. Al PSOE le viene bien que concurran muchas ofertas a la licitación de la investidura de Sánchez para diluir el protagonismo de Puigdemont, y esa es la razón de la exorbitante relevancia con la que se ha tratado un texto tan romo como el de Urkullu, que compone una ocurrencia.

Foto: Carles Puigdemont e Íñigo Urkullu, en una imagen de archivo. (EFE/Toni Albir) Opinión

Mientras tanto, Otegi y Bildu lo tienen meridiano: Sánchez es, por el momento, la mejor opción y las contrapartidas son tan discretas como claras: desactivar los mecanismos legales que mantienen en la cárcel a más de 150 presos de ETA y alzarse con la interlocución de Euskadi en el Congreso, manteniendo unas excelentes relaciones con ERC y Junqueras, una sintonía que los abertzales iniciaron en 2018 y que continuará. Sin olvidar la eventualidad del apoyo socialista al candidato de Bildu a Ajuria Enea en 2024.

PNV-Junts, solo sintonía aparente

El PNV, por el contrario, no ha logrado acoplarse con JxCAT, ni empatizar con Puigdemont, aunque se esté sugiriendo una inexistente sintonía, quizá porque Urkullu, no se olvide, fue testigo en el juicio del procés e intentó, con más voluntad que acierto, evitar la fugaz declaración de independencia de Puigdemont y, en consecuencia, enervar la aplicación del artículo 155. Toda la documentación de la intermediación del lendakari en octubre de 2017 está depositada en los archivos de la Fundación Sabino Arana y una copia del legajo, en el monasterio de Poblet.

El PNV, por el contrario, no ha logrado acoplarse con JxCAT, ni empatizar con Puigdemont

Los votos del PNV para la investidura de Sánchez son cautivos sin remedio. No lo son los de Puigdemont y su JxCAT, lo que explica en buena medida el movimiento de Urkullu sacar la cabeza en el contexto de la crisis galopante de su partido. Estas iniciativas son manotazos de náufrago que en vez de evitar el ahogamiento lo precipitan. Y si, como es verosímil, se produce una ruptura constitucional, no será por los vericuetos forales del siglo XIX sino por la grieta del secesionismo catalán. Argumentativamente, el separatismo catalán resulta más inteligible que el vasco y la propia Cataluña es una entidad territorial, demográfica, cultural y económica con la que el País Vasco nunca podría competir, ni siquiera igualarse. Un cuarto de siglo después de que el PNV amparase a ETA, sus albaceas están logrando imponerse y lo lograrán, ya con escaso margen de duda, en las autonómicas del próximo año.

"No tiene otra ley [la tribu nacionalista] que el odio al otro. Nunca ha construido una legalidad alternativa, aunque le entusiasmen las contralegalidades. Sus conatos de institucionalización jamás le dejan satisfecha, porque descree de las instituciones. Solo le interesan las contrainstituciones. Si no es así, trabajará para invalidar incluso las que mantiene bajo su exclusivo control".

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