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Yolanda Díaz y la izquierda imposible
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José Antonio Zarzalejos

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Yolanda Díaz y la izquierda imposible

Aunque se haya pasado la garlopa por ese izquierdismo en revoltijo y en ese comunismo inadaptado, a Díaz y a Sumar se le ven ya las costuras porque carecen de proyecto y de autonomía

Foto: La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social en funciones, Yolanda Díaz. (Europa Press/Eduardo Parra)
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social en funciones, Yolanda Díaz. (Europa Press/Eduardo Parra)
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Yolanda Díaz encubre, pese a su apariencia de satisfacción constante, un doble fracaso: el electoral y el político. El 23 de julio pasado, la vicepresidenta segunda del Gobierno en funciones no logró un resultado que superase el obtenido en noviembre de 2019 por Unidas Podemos. Sus listas —las de Sumar— alcanzaron poco más de tres millones de votos y solo 31 escaños. El conjunto de la amalgama bajo el paraguas de la frágil marca de Sumar —con los comunes, Más País, Podemos, Izquierda Unida, Compromís, Chunta, entre otros— obtuvo en la legislatura anterior 38 asientos en el Congreso. De modo que ni en votos ni en escaños consiguió Yolanda Díaz mejorar los registros de Iglesias y Garzón de hace cuatro años.

Ese fue el fracaso electoral, pero Sumar es también un fracaso político. Lo es porque, desde su alumbramiento en la Moncloa, se concibió como una muleta del PSOE de Pedro Sánchez. Nunca fue un proyecto autónomo de la estrategia del secretario general socialista, que con la labor de Díaz cubría un espectro a su izquierda cuya subsistencia dependía y sigue dependiendo de su enganche con el poder gubernamental. Sin el BOE, Sumar es una izquierda imposible porque carece de amalgama de proyecto, de trabazón ideológica y de coherencia transversal entre los factores aritméticos que lo componen.

La foto y la amnistía

Las supuestas heterodoxias de la política gallega responden a un pacto, tácito o expreso, con el presidente del Gobierno en funciones. Incluida su errónea —por incívica— fotografía con Carles Puigdemont en Waterloo, una imagen de altísimo coste para ella, pero que resultó muy funcional para allanar al PSOE y a su secretario general las negociaciones para su investidura.

En esa misma línea, la manera en la que Díaz y Sumar se han convertido en el mascarón de proa de la eventual amnistía para transar la permanencia de Sánchez al frente del Gobierno, resulta un tanto penosa. La presentación el pasado 10 de octubre en Barcelona de un dictamen sobre la amnistía —iba a mostrarse inicialmente un texto articulado— resultó un fiasco. Tanto porque ni el PSOE ni ERC ni Junts dieron pábulo a los 37 folios de ese análisis jurídico sesgado y a reclamo de los propósitos de Sumar, como por el disparate jurídico y político del párrafo que resume la propuesta amnésica:

"Esta Ley de amnistía que ahora se propone servirá, sin duda, para establecer las bases para la solución del conflicto político existente entre Cataluña y el Estado español, que resultó agravado por una contundente represión penal y por la falta de proporcionalidad con la que se adoptaron ciertas decisiones judiciales. Siendo así, entendemos que solo si se asumen medidas constitucionales, democráticas, no autoritarias, puede producirse un retorno a la normalidad institucional en el marco de un Estado plurinacional, en el que puede reivindicarse el derecho de autodeterminación, como cualquier otra medida no contemplada en la Constitución vigente, porque esta no ha creado una democracia militante". (página 32)

Foto: Yolanda Díaz (c) y Ione Belarra (d). (EFE/Villar López)

Así pues, Yolanda Díaz avala no solo la amnistía, sino también el derecho de autodeterminación. No es seguro, sin embargo, que la lideresa de Sumar haya leído, comprendido y asimilado el texto. Últimamente, exhibe un infantilismo discursivo desconcertante: lo mismo se hace eco de las "felicitaciones" que le trasladan los padres en la puerta del colegio de su hija por su encuentro con Puigdemont, que se refiere a los cohetes de los plutócratas que huyen del planeta o a no se sabe bien qué horizontes a los que hay contemplar, todo ello con ese ritmo dialéctico asertivo y contundente, indudablemente defensivo.

Por supuesto, ante la situación creada por los ataques terroristas de Hamás a Israel y la respuesta del Gobierno de Netanyahu, Díaz y los suyos han protagonizado un episodio de alineamiento anacrónico con las tesis menos ponderadas y más sectarias sobre el conflicto en Oriente Medio, esgrimiendo las consignas acartonadas de la ideología izquierdista propia de los años setenta que, además, erosionan el titubeante posicionamiento de Sánchez y el PSOE en una cuestión estratégica en la política exterior española.

La estetización del comunismo

La magmática convergencia de quince partidos en Sumar ha sido una precaria sustitución de Podemos y, en menor medida, de Izquierda Unida. A Sánchez le convenía una izquierda a su izquierda —extrema, pues— que se comportase más dócilmente que el partido morado; una vicepresidenta menos altanera y agreste que Pablo Iglesias, y una organización también menos cohesionada de lo que estuvo en su momento Unidas Podemos. Ya la tiene, quizá frágil en exceso.

La trayectoria de Sumar después del 23 de julio muestra sus costuras: Podemos levanta la mano tras el duro tratamiento disciplinario que le infligió Díaz antes de las elecciones (Belarra la desafía de manera constante); Más País, con un Íñigo Errejón (¡quién lo diría!) que vuelve a unirse con los que le expulsaron en Vistalegre II, se sume en la irrelevancia del concierto desafinado en el que solo emerge el hábil Urtasun; una portavocía en el Congreso —Marta Lois— desvaída, que ha decepcionado en el debate de la fallida investidura de Núñez Feijóo y a la que otros dirigentes de la agrupación opacan, y en fin, unas perspectivas electorales, de repetirse los comicios, (publicadas en el diario El País el pasado día 9 de octubre), que auguran a Sumar solo 23 escaños y un 11% de los votos.

Foto: Pedro Sánchez, Nadia Calviño y Yolanda Díaz. (EFE/Kiko Huesca)
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Yolanda Díaz —que se sirve también del secretario general del PCE, Enrique Santiago, un militante a la antigua usanza, con fachada sin revocar— constituye un trampantojo. Es una dirigente dura, metálica e intransigente, técnicamente muy deficiente, pero que se muestra en un envoltorio engañoso en el que juega desde la imagen hasta el gesto. Y ¿cómo es que una militante comunista consigue deambular en la política contemporánea sin suscitar los recelos hacia sus creencias ideológicas? La clave la ofreció el filósofo José Luis Pardo en su ensayo Estudios del malestar que subtituló Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas (Premio Anagrama de ensayo 2016). Esa clave consiste, según el autor, en una estetización del comunismo tras la caída del Muro cuando logró desembarazarse "de su sentido empírico […] y, por tanto, de todos sus estigmas históricos" o en otras palabras "la caída de la Unión Soviética en la década de 1990 hizo que el vocablo comunismo perdiese en buena medida las connotaciones totalitarias".

Unas nuevas elecciones serían seguramente muy inconvenientes para Sumar porque ha descubierto sus cartas precipitadamente, sin reserva y, en consecuencia, con imprudencia política. Y es que, aunque se haya pasado la garlopa por ese izquierdismo en revoltijo y en ese comunismo inadaptado, Díaz y su proyecto sumatorio, no solo no han innovado, sino que han retrocedido en una supuesta sintonía ideológica con este complejo momento histórico. Habrá que esperar un tiempo —no mucho— para valorar en qué medida esta izquierda tan poco viable juega sus escasas bazas en el escenario político español que tiende a complicarse endiabladamente.

Yolanda Díaz encubre, pese a su apariencia de satisfacción constante, un doble fracaso: el electoral y el político. El 23 de julio pasado, la vicepresidenta segunda del Gobierno en funciones no logró un resultado que superase el obtenido en noviembre de 2019 por Unidas Podemos. Sus listas —las de Sumar— alcanzaron poco más de tres millones de votos y solo 31 escaños. El conjunto de la amalgama bajo el paraguas de la frágil marca de Sumar —con los comunes, Más País, Podemos, Izquierda Unida, Compromís, Chunta, entre otros— obtuvo en la legislatura anterior 38 asientos en el Congreso. De modo que ni en votos ni en escaños consiguió Yolanda Díaz mejorar los registros de Iglesias y Garzón de hace cuatro años.

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