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Josep Martí Blanch

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Aragonès va de farol (de momento)

El año que se cierra ha servido principalmente para que Cataluña aterrizara, veremos por cuánto tiempo, en la pista del principio de realismo político

Foto: El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. (EFE/Enric Fontcuberta)
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. (EFE/Enric Fontcuberta)
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Con la inflación al 6,7% interanual y un 1,2% respecto al mes de noviembre, da cierto reparo escribir sobre según qué asuntos. Pero como el mandato de Nacho Cardero cuando me incorporó a El Confidencial era que fijara particularmente la mirada en la política catalana, a punto de cerrar el primer año con ustedes, toca hacer un balance sobre el particular de lo que ha dado de sí 2021 y qué puede esperarse de 2022.

El año que se cierra ha servido principalmente para que Cataluña aterrizara, veremos por cuánto tiempo, en la pista del principio de realismo político. Esto es lo más sustancial que han dado de sí, detalles del día a día al margen, los 12 meses que dejamos atrás.

Foto: El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. (EFE/Quique García) Opinión
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Los indultos concedidos por Pedro Sánchez (enero) liberaron presión ambiental, pero por sí solos no hubiesen bastado. Era imprescindible también que JxCAT, el partido de Carles Puigdemont, perdiese las elecciones (febrero), que el torrismo desapareciese de escena y que la presidencia de la Generalitat acabara en manos del republicano Pere Aragonès (mayo). A pesar de que el pacto que lo convirtió en presidente de Cataluña incluía coyunturalmente a todo el bloque independentista, se sabía que más pronto que tarde los anticapitalistas de la CUP saltarían por la borda y que deberían alcanzarse pactos entre independentistas y no independentistas para que la legislatura tuviera recorrido.

Y también esto ha pasado. Los presupuestos se han aprobado con Cataluña en Comú (diciembre) y la renovación de cargos de los órganos estatutarios caducados se ha pactado con el PSC (diciembre). Igualmente, ERC sigue comprometida en apuntalar la legislatura española, el último ejemplo, los presupuestos de Pedro Sánchez recién aprobados definitivamente.

¿Significa esto que Cataluña ha vuelto a la normalidad? No. Seguimos caminando por un bosque en permanente riesgo de incendio

Todo este bagaje puede sonar a poca cosa, pero solo a condición de que se olvide previamente de dónde veníamos. A poco que uno tenga presente la gravedad de lo acontecido en Cataluña en los últimos años, ha de valorar forzosamente como un cambio disruptivo estos elementos que, en condiciones normales, no merecerían más que una anotación a pie de página. El año ha dado para más cosas, claro, pero entonces ya no sería un resumen.

¿Significa esto que Cataluña ha vuelto a la normalidad? No. Ni mucho menos. Seguimos caminando por un bosque en permanente riesgo de incendio. Como ejemplo, la enésima polémica sobre el catalán en las escuelas. La normalidad, entendida como un regreso al pasado de convicción autonómica, sigue adivinándose como imposible para más o menos la mitad de los catalanes.

El independentismo mantiene una base sólida de votantes de alrededor de dos millones de personas agrupadas en tres partidos (ERC, JxCAT y CUP) desconectadas emocionalmente de España y de su arquitectura institucional. Esta sigue siendo la realidad. Es mucha gente y nada hace pensar que vayan a cambiar de sentir.

El proceso, que la mayoría da por finiquitado, pasa por una fase de aletargamiento que alientan más por necesidad que por convicción ERC y una parte de JxCAT con la colaboración imprescindible del PSOE y de su filial catalana. El soberanista está exhausto, pero no rendido. Vive en estos momentos dentro de un paréntesis de decaimiento abierto después del soberano ridículo de 2017. Pero su base social sigue intacta y, tarde o temprano, caso de frustrarse totalmente las mínimas expectativas que ERC ha situado en la mesa de negociación Generalitat-Estado, puede reactivarse y vuelta a empezar.

Foto: Àngels Chacón, en un acto de campaña del PDeCAT. (EFE/Marc Carnice)

Los problemas que no se atacan de raíz acaban por regresar. Sin duda, el escenario más favorable para esta tesis es un futuro Gobierno PP-Vox. Con los populares en el Gobierno, el independentismo más irredento siempre vive mejor. Claro que, en justa correspondencia, también debe añadirse que lo mismo, aunque al revés, le pasa al partido de Pablo Casado.

Así las cosas, en 2022 no va a pasar nada excepcional. Basta leer el excelente análisis de Ignacio Varela en este mismo periódico para entender que no habrá ninguna reforma de calado en lo que queda de legislatura que sirva para atacar de fondo los grandes problemas de la arquitectura institucional de España. Ni está en la agenda hacerlo, ni el Gobierno puede permitírselo en la segunda parte de la legislatura, ni hay tampoco posibilidad de que se abra un espacio compartido entre populares y socialistas que permita intuir, ni que sea a largo plazo, algún tipo de acuerdo ambicioso para dar solución al problema de Cataluña. Porque sigue siéndolo, aunque de un tiempo a esta parte ya podamos permitirnos no hacer un seguimiento obsesivo del mismo.

Foto: El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. (EFE/Quique García)

Sánchez acaba de anunciar que la mesa de negociación Estado-Generalitat se reunirá de nuevo algún día, pero que la prioridad ahora son la economía y la salud. Todo lo demás puede esperar. Es una manera como otra de decir que no hay ningún interés en abordar la cuestión porque, además, electoralmente no resultaría rentable. Es la respuesta del presidente a Pere Aragonès, que en su discurso de Navidad lanzaba un aviso sobre la necesidad de buscar otro camino —nuevamente la confrontación más severa— si las negociaciones con el Estado no dan fruto en 2022.

La amenaza no es más que un farol. Porque Aragonès ya sabe que fruto no va a haber ninguno. Así que el independentismo seguirá en el paréntesis. No está —ni el político ni el civil— ahora mismo para según qué aventuras. En cambio, el camino que sí va a transitarse en 2022 es el de un paulatino incremento de la tensión verbal entre la Generalitat y el Gobierno de Pedro Sánchez. Y esta subida paulatina de tono no dejará de incrementarse hasta que lleguemos a las próximas elecciones generales. Pronto empezará el distanciamiento.

Foto: El secretario general de Junts per Catalunya, Jordi Sànchez. (EFE/Alejandro García)

Vamos a vivir otro año tranquilo desde el punto de vista factual, oigamos lo que oigamos. Pero será el último curso en el que la virtualidad de una mesa de negociación que no puede —ni quiere— ofrecer resultado alguno seguirá siendo eficaz como sedante. El chicle no se podrá estirar eternamente. Así que disfrutemos del paréntesis mientras siga abierto. Si más que arreglar conflictos la política lo único que está en condiciones de ofrecer es ganar tiempo, el objetivo respecto al independentismo está —de momento— cumplido. Otra cosa es que los paréntesis siempre acaban por cerrarse. Y este no será la excepción. Feliz 2022.

Con la inflación al 6,7% interanual y un 1,2% respecto al mes de noviembre, da cierto reparo escribir sobre según qué asuntos. Pero como el mandato de Nacho Cardero cuando me incorporó a El Confidencial era que fijara particularmente la mirada en la política catalana, a punto de cerrar el primer año con ustedes, toca hacer un balance sobre el particular de lo que ha dado de sí 2021 y qué puede esperarse de 2022.

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