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Una fábrica de ciudadanos uniformados
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Josep Martí Blanch

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Una fábrica de ciudadanos uniformados

La farsa del "aprender a aprender" ha ganado definitivamente la batalla en las escuelas

Foto: La ministra de Educación y Formación Profesional, Pilar Alegría. (EFE/Fernando Villar)
La ministra de Educación y Formación Profesional, Pilar Alegría. (EFE/Fernando Villar)
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218 páginas del BOE. Un capital en tinta de impresora para poder leer con comodidad el contenido del Real Decreto 217/2022, de 29 de marzo, por el que se establece la ordenación y las enseñanzas mínimas de la Educación Secundaria Obligatoria.

El texto ha acaparado titulares por la desaparición de la Filosofía y por otros motivos igual de vistosos y sorprendentes. Ha hecho fortuna, por ejemplo, el titular que informa de que con este nuevo currículum se van a dejar de estudiar cuestiones tan básicas como la Revolución francesa.

Foto: La ministra de Educación, Pilar Alegría. (EFE/Ballesteros)

La primera cuestión, el borrado de la Filosofía, es cierta. Por mucho que el Gobierno ande como un poseso acusando a los que esto afirmamos de difundir 'fake news'. Perdonen los señores del Gobierno, pero esto es exactamente así: la Filosofía desaparece de Secundaria como asignatura común y obligatoria para todos los alumnos españoles. Serán las CCAA quienes determinarán, si así lo consideran, si ofertan la materia como optativa en cuarto curso.

Hay ahí una primera contradicción en el decreto. Tanta insistencia y repetición en el interminable texto sobre las bondades y la necesidad de fomentar el espíritu crítico entre el alumnado y se considera prescindible la asignatura que, bien impartida, supone la puerta de entrada al infinito mundo de las preguntas, sin las que no hay pensamiento que valga. Como dice mi buen amigo Jordi Amat, columnista de 'El País', hay que alejarse siempre, corriendo si puede ser, de todos aquellos que siempre añaden “crítico” detrás de pensamiento. Tiene razón. Acostumbran a ser la gente que con mayor ambición desea cosechar unanimidades y la que peor lleva la disensión.

La segunda cuestión, referida a la ausencia de determinados contenidos concretos como la Revolución francesa —por poner un ejemplo—, es discutible cuando no directamente falsa. Es cierto que la historia abandona la linealidad cronológica y que serán otros enunciados —más ideológicos— los que sirvan como paraguas para estudiar ciertos episodios históricos. Pero ello no equivale a afirmar, como se ha hecho alegremente, que contenidos esenciales son borrados del mapa.

Más allá de las cuestiones relacionadas estrictamente con el currículum (quien tenga o vaya a tener hijos en edad escolar sacará más provecho dedicando un rato a la lectura del decreto que no perdiendo el tiempo en los idiotizantes grupos de WhatsApp de padres de alumnos), el decreto permite análisis más generalistas que son más determinantes para entender el tipo de escuela por el que apuesta este Gobierno.

Foto: Celaá y Calviño: lo educativo y lo económico. (EFE)

El instituto deja de ser, definitivamente, un lugar donde lo principal es adquirir conocimiento concreto, medible y, por tanto, evaluable. Es el triunfo definitivo de la avalancha pedagógica del “aprender a aprender”, una estafa conceptual que como tantas otras ha hecho fortuna y conquistado mentes y corazones. Es también la victoria de la escuela inclusiva a cualquier precio —sin que existan los recursos económicos para hacerla posible con garantías—. Y es, además, un paso más en la conversión de los centros educativos en lugares en los que la máxima aspiración es la de fabricar futuros ciudadanos uniformados cuya cosmovisión coincida al cien por cien con la agenda política coyuntural del presente.

El decreto abunda también en el progresivo incremento de la carga burocrática del trabajo de profesor y de la escuela, lo que no deja de ser una mala noticia. Lejos de simplificarse, la enseñanza tiende a complicarse cada vez más, secuestrada por objetivos tan bienintencionados como etéreos. Hubo un día que uno tenía claro a qué se dedicaba un maestro. De Jordi Pujol es la frase “un buen maestro debajo de un árbol tiene una escuela”. Hoy, debajo de un árbol, un buen profesor sería detenido por las autoridades educativas por no rellenar correctamente las fichas de seguimiento individualizado de los alumnos que estuviesen sentados a su lado.

Foto: La ministra de Educación, Pilar Alegría, y su antecesora Isabel Celaá. (Reuters)

Y, aunque no sea una novedad, sigue sorprendiendo cada vez que se lee un texto de estas características en el BOE la poca confianza que el Estado tiene en las familias —de cualquier tipología— a la hora de educar a sus hijos. Porque también en esto las palabras son importantes. Y las escuelas hace ya tiempo que dejaron de ser centros de enseñanza para convertirse en centros educativos. De ahí que en el Perfil de Salida (que es el nombre que el decreto da a lo que define como la herramienta en la que se concentran los principios y los fines del sistema educativo español de la enseñanza básica) se detalle que el alumno, tras finalizar su periodo educativo obligatorio, debe haber adquirido la condición de un convencido militante ambientalista, animalista, consumidor responsable y culpabilizado, no fumador ni bebedor, empático, crítico, proactivo, pacifista, emprendedor, resiliente, conocedor de su propio cuerpo y algunas cosas más. No se preocupe por enseñar a su hija a lavarse los dientes, la escuela ya se ocupará de ello.

La escuela como fábrica de ciudadanos ejemplares, sanos física y emocionalmente, comprometidos con la agenda mediática del presente desde el acento progresista y sin saber muchas cosas, pero con los alumnos habiendo "aprendido a aprenderlas" si un día se deciden a hacerlo. La escuela del siglo XXI.

Aun así, no hay que hacerle demasiado caso al texto aprobado, en particular si a su prole aún le faltan años para llegar a secundaria. Esta ordenación curricular tiene la misma esperanza de vida que la Ley Orgánica de Educación del 2020 a la que da recorrido. Durará lo que tarde en articularse, elecciones mediante, una nueva mayoría política. Y vuelta a empezar. Pero siempre a peor. Así será mientras la mirada de la pedagogía hegemónica, que puebla ministerios y consejerías, siga viendo las aulas preferiblemente como centros de mejora de la especie y no como el lugar en el que se va a buscar lo que en ningún otro lugar puede encontrarse con tanta facilidad mientras uno es niño o adolescente: conocimiento y saber que por fuerza ha de enseñarte un maestro y que exigirá de tu parte voluntad y sacrificio.

218 páginas del BOE. Un capital en tinta de impresora para poder leer con comodidad el contenido del Real Decreto 217/2022, de 29 de marzo, por el que se establece la ordenación y las enseñanzas mínimas de la Educación Secundaria Obligatoria.

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