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Putin sonríe: 'winter is coming'
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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Putin sonríe: 'winter is coming'

Todos decimos que pondremos de nuestra parte, lo que haga falta y un poco más. Hasta que se nos pide que ahorremos un 15% de gas y tu Gobierno responde que sí, hombre

Foto: El presidente de Rusia, Vladimir Putin. (EFE/EPA/Krmlin/Mikhael Klimentyev)
El presidente de Rusia, Vladimir Putin. (EFE/EPA/Krmlin/Mikhael Klimentyev)
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No hace falta que Putin nos diga que las sociedades occidentales somos egoístas para saber que está en lo cierto. Tampoco es necesaria una estrategia muy elaborada del Kremlin —aunque la tenga— para hacer aflorar nuestras contradicciones y debilidades. Se nos presenta desde hace tiempo un Putin loco que solo se hace acompañar de pelotas, inútiles y cobardes. Puede que sea cierto. Como también lo es que hay gente de talento a su alrededor y que las cosas que hacen en Moscú vienen respondiendo a la lógica de quien sabe lo que quiere y está dispuesto a asumir los riesgos que comporta conseguirlo. La de países que pagarían por tener un ministro de exteriores tan eficaz como Sergéi Lavrov. Así que basta de referirnos a los rusos como si su coeficiente intelectual fuera inferior al de un europeo occidental. Son nuestros valores democráticos y los de nuestros gobiernos los que nos hacen superiores al entramado zarista de Putin. No la inteligencia. Pero volvamos al egoísmo.

España dijo ayer que ni hablar del peluquín de ahorrar un 15% de gas como pide la Unión Europea para ir haciendo aprovisionamiento para el próximo invierno en favor de los países más perjudicados por un hipotético cierre total del acceso al gas ruso. ¿España? ¡No va con nosotros ese ahorro! Que se jodan los alemanes, los polacos y todos los demás por no haber hecho con tiempo los deberes y no haber calibrado lo que podía pasar. Muy solidarios. ¿Tiene o no tiene razón Putin tachándonos de egoístas?

Claro que ese es un asunto menor. Lo de Italia tiene mayor enjundia. Ha querido la historia que el Gobierno del tecnócrata Draghi se haya ido por el sumidero el mismo día que el Banco Central Europeo daba la vuelta a la tortilla de la política monetaria volviendo a poner precio al dinero para intentar domesticar la inflación. Y aprobaba, además, una propuesta de mecanismo antifragmentación de la deuda —¡con condiciones, claro! ¿Alguien está encargando en Fráncfort nuevos trajes para los hombres y mujeres de negro aunque sean de un color más amable?— para proteger a los países del sur de los especuladores de la prima de riesgo. Pues bien, en este escenario que no anticipa nada bueno, los partidos italianos han decidido que era el momento ideal para anteponer sus intereses particulares a cualquier otra consideración. ¿Tiene o no tiene razón Putin tachándonos de egoístas?

Hay un invierno crudo por delante, nos dicen nuestros gobiernos. Hay que poner de nuestra parte para hacer frente a las restricciones de energía y al encarecimiento de la vida. Todo se hace por un bien. Para no ver más en las portadas adolescentes de 13 años muertos en el asfalto ucraniano mientras su padre permanece arrodillado ante el cadáver de su vástago. Y todos decimos que, claro, que pondremos de nuestra parte, lo que haga falta y un poco más. Hasta que se nos pide que ahorremos un 15% de gas y tu Gobierno responde que sí, hombre, que qué más y que hasta dónde vamos a llegar con los sacrificios.

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin, durante una visita a una planta para licuar el gas natural en Sabetta, Rusia. (EFE/Alexei Druzhinin)

Putin sabe que vamos a irnos de vacaciones en una semana como si no hubiera mañana. Que en verano los ucranianos nos importan un poquito menos. Vamos a cambiar de preocupaciones por unas semanas. Nuestra cabeza estará ocupada en saber si el tiempo acompaña nuestra estancia en la playa, si los vuelos salen con retraso, si es verdad que lo de los camareros cada año empeora o en adivinar los mejores horarios para desplazarnos por carretera y evitar los atascos. Y, a la vuelta, según lo que nos encontremos, nos giraremos contra nuestros gobiernos si consideramos que la factura de la luz y la cesta de la compra siguen encareciéndose o cuando veamos que no nos suben los salarios como debieran para evitar una inflación de segunda ronda. A decir verdad, aún estamos en plena canícula y en algunos lugares ya lo estamos haciendo. Y, si fuéramos del norte, con más motivo, porque una cosa es pagar más cara la compra y otra que te obliguen a pasar frío en casa y en el trabajo. Putin sabe que esto es lo que va a pasar. Y no porque sea un genio. Basta con vivir en la tierra y tener una cierta edad para saber que así son las cosas.

La fuerza de la democracia es al mismo tiempo debilidad en una guerra como esta. Putin tiene un país debajo de su bota, sin oposición, con la ciudadanía que no comparte su proyecto amordazada y no ha de perder un minuto en pensar en las elecciones. Sabe que las ganará y punto. En cambio, se enfrenta a un montón de países con Parlamentos atomizados, líderes débiles o a no líderes —¿alguien cree que, sin el inmediato precedente de Trump, Biden no sería el chiste que en realidad es? ¿Cuánta gente se sabe el nombre del canciller alemán? ¿De verdad un primer ministro británico puede despedirse con un 'hasta luego, baby'?— y a opiniones públicas volubles y exigentes para con sus gobiernos. Opiniones públicas que, además, y es lo más importante, aún han de pasar la prueba de demostrar que su compromiso para soportar un dolor teórico se mantendrá en pie a medida que este vaya concretándose en algo cada vez más real. Esta es la verdadera ventaja de Putin. Y no ha de hacer nada especial para sacarle provecho. Simplemente, como en los buenos caldos, dejar la olla en el fuego el tiempo suficiente. ¿De verdad ha de sorprendernos que con este escenario vayan ganando los partidarios de sentarse a negociar con el zar?

No hace falta que Putin nos diga que las sociedades occidentales somos egoístas para saber que está en lo cierto. Tampoco es necesaria una estrategia muy elaborada del Kremlin —aunque la tenga— para hacer aflorar nuestras contradicciones y debilidades. Se nos presenta desde hace tiempo un Putin loco que solo se hace acompañar de pelotas, inútiles y cobardes. Puede que sea cierto. Como también lo es que hay gente de talento a su alrededor y que las cosas que hacen en Moscú vienen respondiendo a la lógica de quien sabe lo que quiere y está dispuesto a asumir los riesgos que comporta conseguirlo. La de países que pagarían por tener un ministro de exteriores tan eficaz como Sergéi Lavrov. Así que basta de referirnos a los rusos como si su coeficiente intelectual fuera inferior al de un europeo occidental. Son nuestros valores democráticos y los de nuestros gobiernos los que nos hacen superiores al entramado zarista de Putin. No la inteligencia. Pero volvamos al egoísmo.

Vladimir Putin Conflicto de Ucrania
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