Es noticia
Irene Montero se queda sin dignidad política. Humillada, pero sin dimitir
  1. España
  2. Pesca de arrastre
Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

Por

Irene Montero se queda sin dignidad política. Humillada, pero sin dimitir

Que Irene Montero siga aferrada al cargo, cuando no le queda un solo argumento que justifique su permanencia en él, sí es síntoma de la pérdida de toda dignidad política

Foto: La ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra (i), y su compañera de partido y ministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE/Zipi Aragón)
La ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra (i), y su compañera de partido y ministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE/Zipi Aragón)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Irene Montero se ha quedado sin dignidad política. Y el repositorio está vacío. Así que no va a recobrarla. Pero añadamos de inmediato que, al contrario de lo que pueda pensarse, nada tiene que ver afirmación tan categórica con su más que cuestionable y cuestionado desempeño al frente del Ministerio de Igualdad. Aclarémoslo: una cosa es ser un mal ministro y otra quedarse sin dignidad política. Que coincidan en una persona no tiene por qué guardar relación causal.

Por ejemplo, nada tiene que ver con la dignidad empeñarse en utilizar el Código Penal como si de un trapo de cocina se tratase o, peor aún, tratar de convertirlo en un folleto de propaganda al servicio de las obsesiones propias. Esto es a lo que ha venido dedicándose Irene Montero desde que Pedro Sánchez la nombrara ministra, cierto. Pero esto solo ha hecho de ella una mal gobernante.

Tampoco guarda relación con la dignidad que, como ministra, se haya fajado como nadie en el desprecio a través del insulto y la descalificación a todos los que han discrepado abiertamente de sus planteamientos. Podíamos intuir que se trataba de una persona sectaria antes de verla subida al coche oficial. Pero ya saben, siempre hay que dejar margen de error a lo que se intuye. El aforismo lleva razón: para conocer de verdad a Pedrillo, hay que darle un carguillo.

Y fue con el carguillo que le brindaron que pudimos confirmar a la primera de cambio que Irene Montero es un personaje divisivo, guerracivilista e incapaz de diferenciar mínimamente —ella y su equipo más cercano— entre las formas que pueden usarse al frente de un partido y aquellas que resultan inadmisibles cuando uno se sienta en un Consejo de Ministros.

Foto: Irene Montero. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)

Pero tampoco esto, por desagradable que sea y por perjudicial que resulte para la buena gobernanza de una nación, guarda relación alguna con la dignidad. No es más que otro atributo ordinario del personaje. Que apuntala y añade argumentos, eso sí, para que el personaje y su aportación al bien común sean juzgados con severidad.

Deberíamos anotar, además, que pueden llevar a muchos a pensar que se trata de una ministra nefasta, sin matices, pero tampoco son una rara excepción, ni son atribuibles en exclusiva ni a su persona ni a la familia política a la que pertenece. Irene Montero no es la primera, ni será la última, en abonarse a tales actitudes y comportamientos. Todas las siglas del hemiciclo están en disposición de actuar como cantera para proveer personajes similares. Pasados, presentes y futuros malos gobernantes los hay en todos los partidos. Algunas veces el daño que provocan puede mitigarse o rectificarse, otras no. Pero por graves que resulten los desperfectos y por duro que sea el juicio que acaben mereciendo, nada de eso guarda relación alguna con la dignidad.

Lo que sí guarda relación es dejarse humillar ante toda España y no tomar una decisión a la altura de las circunstancias. Y en este sentido, que Irene Montero siga aferrada al cargo, cuando no le queda un solo argumento que justifique su permanencia en él, sí es síntoma de la pérdida de toda dignidad política. El abofeteamiento que la ministra sufrió ayer en el Congreso no le dejaba otra salida que subirse al estrado para anunciar su dimisión irrevocable. Porque ayer en el hemiciclo se pisoteó la bandera con la que ella ha justificado desde el primer día su estadía en el ministerio. Su gran proyecto legislativo de legislatura fue asesinado a los seis meses de vida por voluntad del propio Gobierno del que ella forma parte. Fue un señalamiento total a su incompetencia. Pero fue sobre todo un linchamiento a su ideario, enmendado brutalmente por el PSOE y por el resto de partidos que votaron a favor de la contrarreforma. Como Irene Montero siempre se ha referido a estas cuestiones como fundamentales e innegociables, la única salida digna era la dimisión. Aunque por supuesto nadie la esperaba.

Foto: Irene Montero. (EFE/Javier Cebollada)

¿Qué pinta un ministro en un Gobierno cuando su principal aportación provoca tal grado de oprobio que sus propios compañeros de mesa corren a corregirlo? ¿Cómo se sienta uno en compañía de quienes consideran que tu trabajo ha obtenido unos resultados vergonzantes? Con un mínimo de dignidad política, la respuesta se escribe sola: dimitir. Pero, visto lo visto, si eres Irene Montero te enfundas un vestido lila para no perder comba en el show de la propaganda, te subes al estrado y te aferras al cargo con un discurso pomposo y vacío que esquiva lo fundamental: trabajas en un sitio en el que se avergüenzan de ti y de la iniciativa política con la que justificaste la aceptación de los galones de ministra. Es por ello que, manteniéndose en el Gobierno, Irene Montero demuestra no tener dignidad política alguna.

En España se dimite poco. Y menos aún por discrepancias ideológicas con la superioridad o por no aceptar la humillación sin matices, que fue lo que sucedió ayer. Tampoco en esto la ministra de Igualdad puede considerarse un espécimen excepcional. Pero que no resulte inusual no es excusa para no señalarlo. A Irene Montero debieron haberla cesado por haber hecho mal su trabajo. Pero ahora es ella la que debería dimitir por dignidad. Que no sucediese lo primero, habla mal de Pedro Sánchez y de Podemos. Que no suceda lo segundo, dice mucho y mal de ella misma y de su falta de dignidad política. Las dos cosas juntas explican por qué la política tiende a merecer cada vez menos respeto. Ni la responsabilidad del cese, ni la dignidad de la dimisión. Montero, sigue.

Irene Montero se ha quedado sin dignidad política. Y el repositorio está vacío. Así que no va a recobrarla. Pero añadamos de inmediato que, al contrario de lo que pueda pensarse, nada tiene que ver afirmación tan categórica con su más que cuestionable y cuestionado desempeño al frente del Ministerio de Igualdad. Aclarémoslo: una cosa es ser un mal ministro y otra quedarse sin dignidad política. Que coincidan en una persona no tiene por qué guardar relación causal.

Irene Montero
El redactor recomienda