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Vinícius está equivocado: España no es racista
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Josep Martí Blanch

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Vinícius está equivocado: España no es racista

Lo que vivió en Mestalla el joven jugador brasileño no solo explica, sino que justifica con creces su estallido de rabia e indignación. Pero su enfado no hace más ciertas sus palabras

Foto: Vinícius y Carlo Ancelotti, durante el partido contra el Valencia. (Reuters/Pablo Morano)
Vinícius y Carlo Ancelotti, durante el partido contra el Valencia. (Reuters/Pablo Morano)
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España no es un país racista. Tampoco exporta al mundo la imagen de una sociedad racista. Eso es así. Por mucho que 11 Vinícius titulares y otros 11 suplentes dijeran lo contrario. No hay en esta afirmación la más leve crítica al mejor jugador de la Liga esta temporada. Lo que vivió en Mestalla el joven jugador brasileño no solo explica, sino que justifica con creces su estallido de rabia e indignación. Pero su enfado no hace más ciertas sus palabras. España, volvamos a decirlo, no es hoy un país racista. Todavía. Otra cosa es que lo hayamos sido en el pasado y que volvamos a serlo en el futuro. Pero esa es otra historia y ahora no viene a cuento.

Uno de los grandes activos del fútbol es su capacidad de amplificación de todo cuanto acontece en un estadio. La piel de Occidente es un tatuaje porque los deportistas de élite, y en particular los futbolistas, naturalizaron y convirtieron en algo aspiracional hace ya años convertir el cuerpo en un lienzo que adornar con los más peregrinos motivos. Es solo un ejemplo. Pero pone de manifiesto las posibilidades del fútbol como acelerador de partículas en el campo de la moda y también de los valores. La publicidad, el número de marcas deseosas de asociarse a este deporte y la absoluta monetización de todo cuanto gira alrededor del balón son otros parámetros con los que validar la afirmación de que existen pocas cosas con tanta capacidad de penetración en el día a día de la gente como el fútbol. Por eso hoy estamos hablando de racismo. Hablamos de racismo. La industria del fútbol se puso en marcha el domingo por la noche para convertir el caso Vinícius en un asunto de interés mundial. Cada día hay en España casos anónimos de más gravedad que el vivido en Mestalla que pasan sin pena ni gloria. Esa es la potencia del fútbol que hay que saber aprovechar para bien. Porque que España no sea un país racista no quiere decir que no haya muchos españoles racistas. Por supuesto que los hay. Tantísimos. Pero no los suficientes para convertir las teorías raciales en santo y seña de la españolidad.

Foto: Vinícius, en el encuentro ante el Valencia. (Reuters/Pablo Morano)

Lo que pasó el domingo en Valencia es vergonzoso. Y cada vez que sucede algo similar —Vinícius no ha sido el primero y tampoco será el último— está justificado abrir el debate sobre cómo hacemos para ir todavía más lejos en la lucha contra el racismo. Pero lo que no resulta sensato es que la actitud de una parte muy minoritaria de la hinchada —en este caso, la valencianista— sirva para abrazar tesis maximalistas sobre lo muy racistas que son los españoles.

Hay muchas maneras de pudrir un debate desde el inicio. Y una de ellas es convertir en categoría algo que, sin ser anecdótico, no es ni mucho menos moneda común. Afirmar que España es un país racista tiene el mismo valor que asegurar con la cara muy restriñida que todos los emigrantes son delincuentes. Frases huecas. La segunda es peor, claro, porque invita a demonizar a un colectivo concreto, mientras que la primera se supone que pretende violentarnos para mejorar. Pero si nos ceñimos a cuanta verdad atesoran ambas sentencias, el resultado es el mismo: ninguna.

Otra cosa es considerar que lo que la experiencia que ya venimos acumulando nos dice es que sigue siendo demasiado barato humillar a alguien por el color de la piel agazapado entre la turba que puebla las curvas de los campos de fútbol. Pero andamos lo suficientemente bien pertrechados de leyes —la del deporte, el delito de odio en el Código Penal— para que eso no deba ser necesariamente así. De igual modo, podemos considerar que sigue habiendo directivas demasiado perezosas a la hora de identificar motu proprio a los ultras abonados a comportamientos delictivos —el insulto racista lo es— o, en el mejor de los casos, incivilizados.

Y podríamos sumar un tercer elemento sobre el que también discutir. Nos referimos a la racanería de los estamentos futbolísticos a la hora de manejar con severidad las herramientas más radicales de coerción y disuasión con las que cuentan —suspensión del partido y pérdida de puntos— para que el racista no solo deba tenerle miedo a ley, sino también y sobre todo al aficionado que está a su lado y con el que comparte la estima por unos colores.

Un país con racistas no es lo mismo que un país racista. Vinícius, por supuesto, puede pensar lo contrario. Faltaría más

Todas estas cuestiones son pertinentes y merecen debate. Pero el punto de partida no puede ser dar por bueno que España es un país cómplice del racismo o, peor aún, que lo es de manera generalizada, tal y como ha afirmado el astro del Real Madrid. Un país con racistas no es lo mismo que un país racista. Vinícius, por supuesto, puede pensar lo contrario. Faltaría más. Seguirá contando con nuestra empatía y solidaridad. Pero ser víctima y estar muy enfadado no le da la razón. Al menos, no en todo. No en esto.

España no es un país racista. Tampoco exporta al mundo la imagen de una sociedad racista. Eso es así. Por mucho que 11 Vinícius titulares y otros 11 suplentes dijeran lo contrario. No hay en esta afirmación la más leve crítica al mejor jugador de la Liga esta temporada. Lo que vivió en Mestalla el joven jugador brasileño no solo explica, sino que justifica con creces su estallido de rabia e indignación. Pero su enfado no hace más ciertas sus palabras. España, volvamos a decirlo, no es hoy un país racista. Todavía. Otra cosa es que lo hayamos sido en el pasado y que volvamos a serlo en el futuro. Pero esa es otra historia y ahora no viene a cuento.

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