Es noticia
BlackRock y las cuestiones que de verdad importan (¡y no es Naturgy!)
  1. España
  2. Pesca de arrastre
Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

Por

BlackRock y las cuestiones que de verdad importan (¡y no es Naturgy!)

Sucede a menudo que la política doméstica tiende a confundirnos habitualmente a través de un juego de espejos que da a lo minúsculo apariencia de gigantesco

Foto: Logo de BlackRock en su sede de Nueva York. (Reuters/Carlo Allegri)
Logo de BlackRock en su sede de Nueva York. (Reuters/Carlo Allegri)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

El Gobierno español no va a decir ni mu sobre el desembarco de BlackRock en Naturgy a través de la compra del fondo de infraestructuras GIP. Todo el mundo hará su trabajo. Podemos y Sumar gesticularán, más los segundos que los primeros, como ya hicieron con la entrada de la saudí STC en Telefónica. Por su parte, el Ejecutivo español pondrá la alfombra roja a Larry Fink, CEO de BlackRock, y a su equipo.

Lo jugoso de la operación, a largo plazo, supera por elevación la menudencia del debate actual centrado en las repercusiones en Naturgy. Sucede a menudo que la política doméstica tiende a confundirnos habitualmente a través de un juego de espejos que da a lo minúsculo apariencia de gigantesco.

La entrevista masaje que los CEO de ambas gestoras de capital protagonizaron en Bloomberg TV para explicar los motivos de la operación de compra —la mayor que ha protagonizado BlackRock en los tres últimos lustros— da pistas sobre las preguntas pertinentes que debieran hacerse los gobiernos y administraciones, tanto los estatales como los supraestatales. Tal es el caso de la Unión Europea, tan preocupada como parece por preservar su autonomía estratégica y su soberanía en sectores clave ante la nueva realidad geopolítica.

Larry Fink y Adebayo Ogunlesi, este último CEO de GIP y ahora empleado del primero, explicaron que la adquisición supone la puesta en pie del gigante financiero que el mundo necesita para desarrollar sus infraestructuras. Fink ahondó en el discurso que ya le hemos oído más de una vez en los últimos años: la falta de infraestructuras es una traba al crecimiento económico y los gobiernos son prisioneros de su cada vez mayor endeudamiento, así que no van a estar en condiciones de invertir en ellas y desarrollarlas. Para eso está aquí la mayor gestora de fondos del mundo, para ayudar a construir un mundo más rico, con más crecimiento y en el que todos vivamos mejor. Ni una coma a añadir al argumentario de Blackrock, por inmejorable de cara a sus intereses.

Foto: Sede de BlackRock en Nueva York. (Reuters/Brendan McDermid)

Hay que considerar también el liderazgo de BlackRock en el mundo de los fondos de inversión y, por ello, la más que probable capacidad de arrastre que la operación BlackRock-GIP vaya a tener en el mundo del dinero, mucho más gregario de lo que los ciudadanos poco avezados a él tendemos a imaginar.

Las infraestructuras —de transporte, de telecomunicaciones, de energía— se dibujan —con BlackRock marcando el camino con el ejemplo— como el gran pastel de la rentabilidad financiera para los grandes fondistas mundiales.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el director ejecutivo de BlackRock, Larry Fink. (EFE/Borja Puig)

Y es precisamente en este capítulo en el que surgen las preguntas que resultan más interesantes, aunque no tengan respuesta, derivadas de la adquisición de GIP.

¿Son las grandes gestoras de fondos los actores que mayor fiabilidad proporcionan a los gobiernos a la hora de salvaguardar sus intereses nacionales a largo plazo?

¿Es plenamente compatible la preservación del interés nacional y la existencia de unas infraestructuras esenciales sujetas únicamente a la búsqueda de rentabilidad financiera —legítima, debe añadirse— de los fondos de inversión?

Foto: Yolanda Díaz (i) y María Jesús Montero en el Senado la semana pasada. (EFE/Rodrigo Jiménez)

¿Debieran los gobiernos, insistimos en la UE, el caso que más nos interesa a nosotros como europeos, establecer unos marcos de actuación presente y futura para abordar de manera conjunta esta cuestión? ¿Debiera generarse un debate sobre quién debe ser el propietario de las infraestructuras de comunicación, telecomunicaciones o energéticas de un país?

Son estas las cuestiones fundamentales que la operación suscita y que merecen una reflexión gubernamental. El dinero huele la necesidad y las carencias en infraestructuras, así como la debilidad e incapacidad de los gobiernos para afrontar esas inversiones en gran parte del mundo.

¿Debemos resistirnos? ¿Asumir que no queda otro remedio? ¿O quizá trabajar mejor el capítulo de las condiciones en las que ha de permitirse el desembarco del dinero anónimo en las infraestructuras básicas de un Estado? ¿Debería importarnos que la sede social de estas gestoras de fondos esté en Nueva York o en Riad si en realidad no conocemos la nacionalidad de sus inversores?

Mejor invertir el tiempo reflexionando sobre estas cuestiones que perderlo en argumentarios y declaraciones políticas improvisadas, ruidosas y tan previsibles en su fondo como insustanciales en sus consecuencias.

El Gobierno español no va a decir ni mu sobre el desembarco de BlackRock en Naturgy a través de la compra del fondo de infraestructuras GIP. Todo el mundo hará su trabajo. Podemos y Sumar gesticularán, más los segundos que los primeros, como ya hicieron con la entrada de la saudí STC en Telefónica. Por su parte, el Ejecutivo español pondrá la alfombra roja a Larry Fink, CEO de BlackRock, y a su equipo.

BlackRock
El redactor recomienda