Pesca de arrastre
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¡Restituidme! ¡Soy yo quien ha vencido al Estado!
Reconecten mentalmente con octubre de 2017 y mis obsesiones. Validen con su voto lo que siempre he defendido: que ni un solo día he dejado de ser el presidente de Catalunya
¡Restituidme! Soy el presidente original, el bueno, el legítimo, el único. No ese hombre de cartón piedra al que llamáis Pere Aragonès que ocupa un sillón que no le pertenece solo porque ERC se rindió a cambio de unos indultos que obedecían a intereses personales de sus líderes.
Yo resistí y gané. Y he arrastrado al PSOE, y con él al Estado, a nuestras posiciones sin renunciar a nada a cambio. Les he vencido.
Y ahora estamos en la cuenta atrás de mi regreso. Por ello renuncio a ser candidato en las elecciones europeas y seré candidato a la Generalitat. Porque cuando se trata de Cataluña no tomo precauciones. Y por eso también, aunque los jueces boicoteen la amnistía rebelándose contra la aplicación de la ley, aunque prevariquen, aunque muevan el cielo y la tierra para evitarlo, yo estaré de cuerpo presente en el Parlament el día de la sesión de investidura si gano las elecciones. Estamos ya en a cuenta atrás de mi regreso. Y cruzaré la frontera con todos los honores que el presidente legítimo y único, es decir, yo, no ha dejado de merecer.
Lo anterior es el resumen, no literal, del primer acto de campaña electoral de Carles Puigdemont. Restitución. Esa es la palabra clave.
Todas las fichas puestas en el intento de situar a los catalanes siete años atrás mentalmente: del 2024 al 2017. Sobre esa idea girará toda su campaña. Con múltiples versiones de la misma composición: que mi sacrificio no haya sido en balde, que el haber evitado que la verdadera presidencia de la Generalitat cayese en manos de las “zarpas de los tribunales de excepción” sirva para algo. Que el haber mantenido y mantener en 2024 que la declaración de independencia sigue siendo legal y que también lo fue el referéndum del 1-0 tenga el premio que merece. Restitución. Olvídense de los siete años que han pasado y reconecten mentalmente con octubre de 2017 y mis obsesiones. Validen con su voto lo que siempre he defendido: que ni un solo día he dejado de ser el presidente de Catalunya.
Conectar con 2017 exige gestos que hagan creíble el engaño. Y Carles Puigdemont los puso encima de la mesa. Recuperó la idea de la lista única independentista. Eso sí, primero apuñaló a ERC por venderse al precio de unos indultos que perseguían únicamente intereses personales. Una lista única imposible, pero que deslizó a modo de abrazo del oso para intentar fijarla en el debate de precampaña y desgastar a los republicanos. No lo consiguió. En un minuto los de Junqueras ya se habían zafado de la trampa. A tomar viento, Puigdemont, ordenó Junqueras en un milisegundo.
También recuperó la idea de la “la lista electoral de país”, trufada con gente que no milite en Junts, pero que sean independentistas fetén. Por eso compareció con una cartelería en la que no existía el logo de Junts ni los colores corporativos del partido. Tiene guasa que el secretario general de Junts, Jordi Turull, se haya pasado dos años intentando recoser ideológicamente el partido y ahora Puigdemont lo reviente de nuevo. Junts, como partido, es inviable con Puigdemont al mando. No es más que un juguete en sus manos.
Conectar con 2017 exigía también humillar al adversario. La cuota de humillación se la llevó el Estado, pero también el PSOE. Negociar en la Moncloa es como jugar a fútbol en el Bernabéu con el árbitro comprado, dijo Puigdemont. Hacerlo en Suiza con un mediador internacional es jugar en Wembley con un juez imparcial, añadió después. Recordar, sacando pecho de ello y con formas mejorables, que el presidente español había accedió a ganarse la investidura fuera de España. Y se encargó de hacer memoria de su gran victoria: conseguir que el PSOE aceptase conceder la amnistía sin una sola concesión por su parte y asumiendo como propio el discurso independentista de que el conflicto Catalunya-España nace en 1714, cuando las instituciones legítimas catalanas fueron sustituidas por otras ilegítimas, las españolas.
En todo esto lleva razón Puigdemont porque el relato ha sido el gran regalo del PSOE. No fue ayer un buen día para la militancia socialista. No vieron por ningún lado la reconciliación con la que Sánchez había convencido a su partido de las bondades de la amnistía. Al contrario, quien compareció fue un Puigdemont más crecido que nunca y con una fe renovada. Contento del futuro regreso, feliz de haber vencido al estado y convencido de que está en condiciones de ganar las elecciones catalanas. Añadiendo como propina, por si acaso, la idea de que si la negociación con el PSOE acaba siendo imposible nadie podrá impedir la independencia de Cataluña. Solo que ahora, se jactó, tiene la lección aprendida y lo hará mucho mejor que en 2017.
Esta es la tercera vez que Carles Puigdemont será candidato tras los hechos de octubre. En las dos ocasiones precedentes perdió. En 2017 se impuso Cs y Puigdemont quedó segundo. En 2020 ganó Illa, la segunda posición fue para ERC y Puigdemont cayó al tercer puesto.
Cambia en esta ocasión que la promesa del regreso es factible gracias a la amnistía. Pero eso, ya lo hemos escrito, no es suficiente para revolucionar la campaña. Sin un regreso inminente, arriesgándose al “martirio” del ingreso en prisión, la conversación pública no va a girar los 180 grados que él pretende. Puigdemont puede doblarles la espalda a los republicanos, pero lo tiene muy difícil para ganar las elecciones. En realidad estamos donde estábamos. Esto es, si finalmente habrá una mayoría independentista alternativa a un pacto de izquierdas. Si esa mayoría absoluta independentista no existe, Salvador Illa será presidente o iremos a un escenario de repetición electoral.
Restituidme. La pregunta es: ¿para qué? Para tres cosas dijo Puigdemont. La primera la podría decir cualquier aspirante a presidir cualquier comunidad autónoma: para gobernar bien. La segunda también podría estar en boca de cualquier político regionalista: para que se ejecuten como deben los presupuestos del Estado y mejoremos la financiación. La tercera solo resulta creíble en su boca: para culminar lo que empezamos negociando un referéndum de autodeterminación esta misma legislatura y de tú a tú con un estado al que ya hemos vencido. Nada diferente a lo que dice ERC, pero en boca de Puigdemont resulta mucho más desafiante y hasta ofensivo para quien lo escucha desde otras posiciones políticas.
🎥 President @KRLS Puigdemont: "Avui començo el compte enrere de la retornada, que només té sentit si és al servei del país. Encara que els jutges es rebel·lin i es neguin a complir la llei, assistiré igualment al ple del Parlament si tinc la majoria per ser investit." pic.twitter.com/xCzmZ4lOQy
— Junts per Catalunya🎗 (@JuntsXCat) March 21, 2024
La sociedad catalana no está para lo que Puigdemont pretende. Esa es la realidad y no va a cambiar en estas elecciones. Lo cual aleja la posibilidad de revivir el conflicto en el corto y el medio plazo. Pero las palabras, el tono y las formas que utiliza Puigdemont no son desde luego las de la reconciliación y la superación del conflicto que se pregona desde la Moncloa.
No nos hemos casado con el PSOE, no vivimos ningún idilio con las izquierdas españolas. Haremos lo que tengamos que hacer, dejó claro el ya candidato de Junts. Y sí, Sánchez tiene un problema muy serio. Cuanto más vivo esté Puigdemont, más muerto estará el líder del PSOE. La Moncloa en manos del papel que Salvador Illa pueda hacer en las elecciones. Y ni siquiera con unos buenos resultados socialistas hay que dar por bueno que pueda reactivarse la legislatura española. Mucha quina tendrán que tragar los socialistas. Ayer solo un sorbito.
¡Restituidme! Soy el presidente original, el bueno, el legítimo, el único. No ese hombre de cartón piedra al que llamáis Pere Aragonès que ocupa un sillón que no le pertenece solo porque ERC se rindió a cambio de unos indultos que obedecían a intereses personales de sus líderes.
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