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Pesca de arrastre
Por
¡Que voten los niños!
Al tiempo que tramita leyes para proteger a los menores -alcohol, entornos digitales- el Gobierno pretende llevarlos a las urnas cumplidos los 16. No es coherente
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El Ministerio de Juventud e Infancia prevé aprobar antes del verano el anteproyecto de ley para rebajar la edad a la que poder votar en España (sufragio activo) a los 16 años. Aunque la medida provenga del ministerio de Izquierda Unida que comanda Sira Rego, hay que recordar que también el PSOE aprobó en su último congreso federal incluir esta medida en su ideario.
Para quienes impulsan la medida, siempre cargados de buenas intenciones, el voto a los 16 años es una cuestión de grandes palabras: justicia y mejora de la calidad democrática. En el ámbito de lo justo, el argumento al que más se recurre es que si a los 16 ya se puede trabajar, en justa correspondencia se debe también poder votar. Sobre la mejora de la calidad democrática, lo que se enfatiza es que rebajar la edad para votar derivará en una mayor implicación en los asuntos públicos de los adolescentes que esto favorecerá la participación y minorará el abstencionismo juvenil, siempre más elevado que en el resto de las franjas de edad.
Junto a estos argumentos comodín, se recurre como siempre al ejemplo de países europeos que ya han testeado la medida -Alemania, Austria, Bélgica, Malta y Grecia- y también extracomunitarios como Brasil, Argentina, Nicaragua o Cuba (país en el que a decir verdad es igual votar que no hacerlo). En el caso europeo, los adolescentes de 16 años sólo pueden votar en todas las elecciones en Austria. En el resto de los países continentales citados esa posibilidad queda circunscrita de momento a las elecciones europeas, comicios estos en los que el Gobierno español pretende también que debuten nuestros menores de edad como electores en 2029.
Hasta aquí las razones en positivo que se manejan para defender la iniciativa legislativa. Faltaría añadir aquellas que sirven para desacreditar a quienes se oponen a ella. Básicamente, una: asimilarlos a una versión moderna de quienes en el pasado eran contrarios al voto de las mujeres, negros o cualquier otro colectivo marginado en las urnas. Con esta idea se crea el marco definitivo de discusión que se pretende: sólo un reaccionario puede estar en contra de esta maravillosa iniciativa.
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En realidad, toda esta construcción teórica no es más que un castillo de naipes que se derrumba enterito al más mínimo soplido. Le falta el mínimo de coherencia exigible para mantenerse en pie. De entrada, no es razonable defender una cosa y la contraria al mismo tiempo. Por ejemplo, es sobre todo desde la izquierda desde donde se abre recurrentemente el melón del sistema educativo para debatir la conveniencia de llevar la enseñanza obligatoria hasta el umbral de los 18 años, cuestión ésta sobre la que insiste año tras año el Consejo Escolar del Estado en sus informes anuales (el último de fecha 2024). El futuro, llegado el caso, nos expondría a una paradoja maravillosa: que a uno le llevaran a rastras al colegio hasta cumplir los 18, pero que pueda votar a los 16.
Sobre el hecho de que en España se pueda empezar a trabajar alcanzados los 16 años, olvida el argumentario del Ministerio de Infancia y Juventud de que para hacerlo se necesita el permiso de los padres. Y que la legislación incorpora especiales garantías de protección laboral para los menores de edad que en buena medida desincentivan su contratación. Así que ya se ve que como argumento deja también bastante que desear.
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Sobre la utilización de terceros países como ejemplo, es esta una costumbre de lo más pueblerina que probablemente se mantiene en nuestro ADN político por culpa de la autarquía ya lejana. Presuponer que algo está bien porque algunos lo han hecho antes deja, como argumento, bastante que desear: ¡Lo han hecho los alemanes! ¿Y qué?
Tampoco tiene ningún sentido dar por hecho que rebajar la edad a la que poder votar reducirá el abstencionismo juvenil. Que el 79% de los jóvenes menores de 24 años con derecho a voto se abstuvieran de hacerlo en las últimas elecciones europeas, según datos del Eurobarómetro, es ciertamente preocupante. Pero desde luego no se adivina por qué motivo ese porcentaje debería disminuir en el caso de que en todo el continente se pudiera acudir a las urnas con 16 años.
Hay preguntas todavía más pertinentes. ¿Por qué sólo derecho de sufragio activo (votar) y no pasivo (derecho a ser elegido)? ¿Por qué no plantear, ya puestos, una rebaja de la mayoría de edad a los 16 años con consecuencias en todos los frentes, incluido el penal? ¿Por qué no desligar a los padres y tutores legales de las obligaciones respecto a sus vástagos a partir de los 16? ¿Por qué tanto interés en proteger a los adolescentes hasta los 18 años con una batería de normas que se están tramitando en estos momentos, como la ley de protección en entornos digitales o la restricción total en el acceso y consumo del alcohol? Todas estas cuestiones tienen la misma respuesta: damos por hecho que a los 16 no se ha alcanzado la madurez necesaria y que es necesaria reforzar su protección. ¿Por qué debe ser diferente con el voto?
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Si adoptamos este punto de vista, la conclusión es la contraria de lo que pretende el Gobierno. Y es que lejos de fortalecer la calidad democrática, lo que sucede realmente es que se la debilita. Se la degrada incorporando al censo electoral a quienes no consideramos capacitados para regir sus vidas particulares -es más, se exige a padres y tutores que se ocupen de ellas- pero sí para dar su opinión e incidir sobre los asuntos colectivos.
Quien está a favor de la medida tiene un último cartucho para convencernos de sus bondades. Consiste en afirmar, y es cierto, que también el voto adulto es susceptible de manipulación. Que los electores, de la edad que sea, eligen mayoritariamente sus papeletas de voto con las tripas que con el cerebro. Y que son porcentualmente pocos los que acuden a las urnas habiendo cotejado programas electorales para emitir un voto formado e informado. ¡Así que no hay diferencia entre los 16, los 50 y los 70! Olvida quien así razona una cosa sustancial: un adulto puede razonar como un crío, pero un adolescente no puede votar como un adulto. Simplemente, porque todavía no lo es.
El Ministerio de Juventud e Infancia prevé aprobar antes del verano el anteproyecto de ley para rebajar la edad a la que poder votar en España (sufragio activo) a los 16 años. Aunque la medida provenga del ministerio de Izquierda Unida que comanda Sira Rego, hay que recordar que también el PSOE aprobó en su último congreso federal incluir esta medida en su ideario.