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Desentrañar el lenguaje y las idas y venidas de los comunicados de cumbres como la del G-7, sean multilaterales o bilaterales, es una tarea compleja

Foto: El presidente francés, Emmanuel Macron (d), estrecha la mano de su homólogo estadounidense, Donald Trump, el último día de la cumbre del G-7. (EFE)
El presidente francés, Emmanuel Macron (d), estrecha la mano de su homólogo estadounidense, Donald Trump, el último día de la cumbre del G-7. (EFE)

El comunicado final de la cumbre del G-7 celebrada hace días en Biarritz señalaba, en el apartado dedicado a economía, que:

“El G-7 está comprometido con un comercio mundial abierto y justo y la estabilidad de la economía mundial. El G-7 demanda a los ministros de Finanzas que garanticen un seguimiento de la situación de la economía mundial.

Para esto, el G-7 quiere cambiar en profundidad la Organización Mundial del Comercio (OMC), para que sea más eficaz en la protección de la propiedad intelectual, la solución más rápida posible de las diferencias y la erradicación de las prácticas comerciales desleales.

El G-7 se compromete a encontrar un acuerdo en 2020 para simplificar las barreras reglamentarias y modernizar la fiscalidad internacional en el marco de la OCDE”.

Desentrañar el lenguaje y las idas y venidas de los comunicados de estas cumbres, sean multilaterales o bilaterales, es una tarea compleja. La literatura burocrática, si es que se puede considerar un género con vida propia, es siempre capaz, al mismo tiempo y sin un mínimo aspaviento, de decir una cosa y su contraria, de la misma manera que es capaz de enviar al limbo una agria discusión, despachándola con tres palabras inocuas.

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Imaginemos la génesis del primer párrafo del comunicado. Supongamos que buena parte de los líderes mundiales sentados en la mesa del G-7 reprocharon a Trump su unilateralismo en materia de comercio internacional, y que su imposición de aranceles a diestro y siniestro amenazaba desatar una recesión económica. Trump responde que él es el primer interesado en la estabilidad económica al representar a la primera economía del mundo, y el primer defensor del comercio internacional, siempre que se desarrolle de forma justa y equitativa, y que, con los datos en la mano, no ve recesión alguna en el horizonte.

Como los grandes líderes no van a ponerse a discutir si hay recesión o no, o el riesgo de la misma, que los ministros de Finanzas hagan el seguimiento de la economía mundial y, respecto al meollo de la cuestión, nadie está en contra de la “estabilidad económica” y de que el comercio mundial sea “abierto y justo”.

La determinación de lo que es justo en materia de comercio internacional no puede corresponder a un país. Nadie puede erigirse en juez y parte

Vamos con el segundo párrafo. La siguiente cuestión que buena parte de los líderes podrían haber puesto encima de la mesa es que la determinación de lo que es justo o injusto en materia de comercio internacional no puede corresponder a un país. Nadie puede, por importante que sea, erigirse en juez y parte. Desde la firma del GATT (General Agreement on Tariffs and Trade) en 1947 y su sustitución por la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1995, la resolución de los eventuales conflictos comerciales se ha desenvuelto en un marco multilateral.

Es posible imaginar el discurso de Trump despachándose contra un organismo burocrático, anquilosado, incapaz de identificar y luchar contra todo tipo de prácticas restrictivas de las importaciones en cualquier mercado, que tarda años en resolver cualquier conflicto y que, para cuando lo hace, el mal es ya irreparable, y, sobre todo, que es incapaz de defender la propiedad intelectual. La capacidad de crear, la ventaja competitiva de las economías desarrolladas, está amenazada por la capacidad de copiar y por la incapacidad de la OMC de limitar las ventas en el mercado internacional de lo que no constituye más que una flagrante violación de la propiedad intelectual.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump, y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, durante la recepción de la Cumbre anual del G-7. (Reuters)

El comunicado del G-7 habla de un cambio en profundidad de la OMC, de proteger la propiedad intelectual, de erradicar prácticas desleales y de acelerar la solución de conflictos. La interpretación más inmediata y si se quiere más ingenua es que se ha alcanzado un acuerdo: se mantiene el enfoque multilateral a cambio de reformas profundas. Cabe, no obstante, una segunda interpretación: el comunicado explicita las condiciones de Estados Unidos para poner fin a sus actuaciones unilaterales. Es decir, que mientras no se reforme la OMC, continuarán las políticas unilaterales por parte de Estados Unidos. El problema es que probablemente ambas interpretaciones sean correctas y cada parte se acoja, en cada momento, a lo que más le interese.

Surgen dos cuestiones adicionales: ¿cómo y, sobre todo, cuánto tiempo se necesita para cambiar en profundidad un organismo internacional del que a finales de 2018 formaban parte 164 países? La otra cuestión, sobre la que el comunicado del G-7 no dice una palabra, es si la Administración norteamericana va a mantener su negativa a renovar los miembros del Órgano de Apelación de la OMC, con lo que incapacita a esta organización para resolver conflictos y la condena al colapso.

Foto: Reunión entre el presidente estadounidense Donald Trump y su homólogo chino, Xi Jinping. (Reuters) Opinión

La disyuntiva para la OMC es reforma o muerte por inanición, o con un punto más de realismo, primero la inanición, luego la muerte y quizá, después, la reforma.

La fluidez en las relaciones comerciales internacionales es relevante para España. En 2017, nuestras exportaciones representaron el 1,81% de las exportaciones mundiales, cuota que está por encima de nuestro peso en el PIB mundial (1,64%). Desde otro punto de vista, el peso de las exportaciones de bienes y servicios en nuestro PIB supera el 34%. La trascendencia de la buena marcha del comercio internacional para nuestra economía y la de otros países desarrollados va más allá del puro impacto económico. La teoría económica nos recuerda que el comercio internacional funciona como un mecanismo sustitutivo de la movilidad de factores.

Foto: Imagen de una fábrica de automóviles. (EFE)
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Con el comercio, los países intercambian indirectamente factores de producción. Si nos preocupa la inmigración, importar bienes o servicios de economías en desarrollo es una buena manera de reducir flujos migratorios indeseados. Otra consecuencia del libre comercio es la igualación del precio de los factores entre países. Es decir, a largo plazo, la mejora del nivel de vida en los países en desarrollo como consecuencia de un incremento de sus exportaciones redunda en un incremento de sus importaciones procedentes de países desarrollados.

Si nos preocupa la inmigración, importar bienes o servicios de economías en desarrollo es una buena manera de reducir flujos migratorios indeseados

La última parte del comunicado del G-7 está dedicada a la tasa Google, aunque por supuesto no se utiliza esa burda denominación, sino la de modernización de la fiscalidad internacional. Que las grandes multinacionales, tecnológicas o no, tributen en función de sus ingresos en las jurisdicciones donde los obtengan y no en función de sus beneficios será, si sucede, algo digno de ver y analizar. Por supuesto, todo ello en el marco multilateral de la OCDE y en 2020. Sutil diferencia: para la fiscalidad hay fecha. Para volver a la multilateralidad en el comercio internacional, no.

El comunicado final de la cumbre del G-7 celebrada hace días en Biarritz señalaba, en el apartado dedicado a economía, que:

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