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Las complejas decisiones del heredero saudí

El dilema al que se enfrentan los productores de petróleo es que precios altos tienden a acelerar la transición energética y el consiguiente descenso del consumo de gasolina y gasóleo

Foto: El príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman. (EFE/Aitor Pereira)
El príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman. (EFE/Aitor Pereira)
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En 2022, Estados Unidos fue, detrás de Arabia Saudí, el segundo exportador mundial de crudo y productos petrolíferos. Aunque sus importaciones fueron del mismo tenor que sus exportaciones, el saldo neto fue favorable a la exportación. A lo largo de 2023 y 2024 se espera que dicho saldo exportador se incremente. Estados Unidos exporta crudo ligero e importa crudo pesado. Las necesidades de este tipo de petróleo puede cubrirlas perfectamente con las importaciones procedentes de Canadá, México y, en su caso, Venezuela. Por primera vez desde los años cuarenta del siglo pasado, Estados Unidos puede, para su abastecimiento energético, prescindir de Arabia Saudí.

Descartados los Estados Unidos, Europa y China son los grandes importadores mundiales de petróleo y productos petrolíferos. Desde el punto de vista del mercado de petróleo, Europa es un conglomerado de empresas y países con los que caben acuerdos puntuales, pero no es posible un entendimiento en materia de seguridad: Europa no puede garantizar, como lo ha hecho hasta ahora Estados Unidos, la pervivencia de las monarquías absolutas de la península arábiga. China sí puede hacerlo y, como buena autocracia, sin comentario alguno sobre el grado de democracia interna de sus aliados. La rivalidad creciente entre China y Estados Unidos no ha disuadido al príncipe Mohammed bin Salman de, bajo los auspicios de China, restablecer relaciones diplomáticas con Irán, enemigo declarado de Israel y país objeto de sanciones norteamericanas.

Foto: Foto de archivo: un gato de bomba de petróleo impreso en 3d delante del logotipo de la OPEP en esta imagen ilustrativa. (Reuters)

Durante 2022 y los dos primeros trimestres de 2023, la producción de petróleo ha crecido ligeramente por encima del consumo, con la consiguiente presión de los precios a la baja. Arabia no ha dudado en imponer, en colaboración con Rusia, un recorte de producción que ha invertido la tendencia del mercado y empujado los precios al alza. De la decisión saudí llama la atención que ha sido tomada en contra de los deseos de otros miembros de la OPEP, en especial Emiratos Árabes, y en colaboración abierta con Rusia, enfrentada a Europa y Estados Unidos tras la invasión de Ucrania.

El dilema al que se enfrentan los productores de petróleo es que precios altos tienden a acelerar la transición energética y el consiguiente descenso del consumo de gasolina y gasóleo. Los ingresos de los países productores dependerán del precio, de la cantidad vendida y del tiempo que mantengan ambas variables en niveles aceptables para sus economías. Para países productores con grandes reservas la perspectiva más deprimente es quedarse con parte de esas reservas sin producir por una caída acelerada de la demanda. Precios más bajos incrementan el consumo, dilatan en el tiempo el proceso de sustitución de vehículos con motores de combustión por vehículos eléctricos y permiten maximizar la producción de las reservas disponibles. Esta tesis no es compartida por el heredero saudí, cuyos recortes de producción han hecho subir el precio del crudo desde los 71 dólares por barril de mediados de junio a los 90 dólares de esta semana.

Foto: El presidente ruso Vladímir Putin durante una visita a Arabia Saudí junto al rey Salman bin Abdulaziz en 2019. (EFE/Alexey Nikolsky)

Los saudíes necesitan cada dólar y lo necesitan ya. Su prioridad es el cumplimiento del plan Visión 2030, que pretende transformar el país, crear una economía que ya no dependa del petróleo, mejorar la vida de sus casi 40 millones de habitantes y mantener su lugar en la escena mundial. El plan se asienta sobre varios megaproyectos, entre los que destaca el llamado Neom, que incluye, en el extremo noroccidental del país, en la costa del mar Rojo, una “ecociudad inteligente” llamada The Line. La idea es construir una ciudad entre dos muros de espejo de 500 metros de altura, separados entre sí unos 200 metros, que se prolongarían a lo largo de 170 km en línea recta. La ciudad funcionará con energías 100% renovables y pretende albergar a 9 millones de personas. No habría coches. El transporte interno se realizaría con un tren de alta velocidad y ascensores para distribuir a los habitantes en los 500 metros de altura. Además de esta ciudad, Neom incluye una pista de esquí en el desierto, un complejo industrial flotante y un resort turístico de superlujo. Su presupuesto inicial es de 500.000 millones.

Visión 2030 acumula varios megaproyectos de este corte. Fue anunciado en 2016, por lo que nos encontramos a mitad de su ejecución. Es dudoso que la inversión privada internacional se sienta inclinada a participar en este tipo de proyectos cuya rentabilidad no está clara, como tampoco lo está el éxito de una ciudad de 9 millones de habitantes en un desierto hasta hoy ocupado por una tribu beduina. Visión 2030 abocará a una competencia con Emiratos, que empezaron la transformación de sus economías hace muchos años y que ya han convertido a Dubái y Abu Dabi en prósperos centros de negocios internacionales.

Foto: Varios transeúntes pasan junto a una pantalla de promoción de un referéndum acerca de la ley climática que muestra al presidente ruso. (EFE/Michael Buholzer)

Las inversiones públicas saudíes se canalizan a través del Fondo de Inversión Pública con activos por encima de los 750.000 millones de dólares, entre los que cuenta con el 75% de los cuatro equipos de fútbol más importantes del país. Es la entrada de dinero público lo que ha permitido el fichaje de jugadores de renombre mundial. Panem et circenses es una vieja receta empleada por autócratas diversos a lo largo de la historia. Desde esta perspectiva, lo del fútbol se entiende mejor que la decisión de utilizar el dinero del petróleo para hacer ganar más millones a jugadores de golf que ya eran, por sus propios méritos, millonarios.

Un país complejo en un mundo cada vez más complicado, inserto en un proceso de cambio impuesto desde un gobierno cuyo criterio básico es la voluntad omnímoda e indiscutible del príncipe heredero y donde la disidencia no se tolera. No parece la receta más indicada para el éxito. Los cambios requieren tiempo, flexibilidad para explotar aciertos y corregir errores y un entorno de libertad para que la iniciativa privada se convierta en el motor decisivo del cambio.

Foto: El presidente ejecutivo de Telefónica, José María Álvarez-Pallete. (EFE/Javier Lizón)

La compra del 10% de Telefónica por 2.100 millones de euros por parte de la empresa saudí de telecomunicaciones es una mínima anécdota desde la perspectiva saudí. Puede ser una inversión meramente especulativa dado el bajo valor de nuestra operadora. Puede responder a un deseo de importar desarrollos vigentes en otros mercados. O puede tratarse de un intento de competir con Emiratos, dueños de cerca del 15% de Vodafone. Para el gobierno español no es fácil dar su aprobación preceptiva, por los servicios que Telefónica presta al Gobierno y a las Fuerzas Armadas y de Seguridad, pero resulta aún más difícil decir que no. Las inversiones saudíes son de un indudable atractivo para las empresas españolas.

En 2022, Estados Unidos fue, detrás de Arabia Saudí, el segundo exportador mundial de crudo y productos petrolíferos. Aunque sus importaciones fueron del mismo tenor que sus exportaciones, el saldo neto fue favorable a la exportación. A lo largo de 2023 y 2024 se espera que dicho saldo exportador se incremente. Estados Unidos exporta crudo ligero e importa crudo pesado. Las necesidades de este tipo de petróleo puede cubrirlas perfectamente con las importaciones procedentes de Canadá, México y, en su caso, Venezuela. Por primera vez desde los años cuarenta del siglo pasado, Estados Unidos puede, para su abastecimiento energético, prescindir de Arabia Saudí.

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