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La insoportable (in)utilidad de Vox

El PP se ve obligado a vivir en un aislamiento del que solo puede salir, si quiere gobernar, con una mayoría absoluta para cuya obtención tiene que captar votos a izquierda y derecha

Foto: El presidente de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Mariscal)
El presidente de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Mariscal)
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En las elecciones generales del año 2000, el PP obtuvo la mayoría absoluta con 183 escaños. Votaron a su favor 10,3 millones de personas, un 44,52% de los votos válidos emitidos. En 2011, el PP repitió mayoría absoluta. Consiguió 186 escaños gracias a 10,9 millones de votantes, que suponían el 44,63% de los votos válidos emitidos. En 2023, PP y Vox, en conjunto, han sido votados por 11,1 millones de personas, un 45,5% de los votos válidos emitidos. Más que en 2000 y 2011, pero la traducción en escaños es diferente: 170 entre los dos, a seis de la mayoría absoluta. La realidad es terca: Vox sirve para que no gobierne el centro derecha. Esa y no otra es su única utilidad, o inutilidad, según se mire.

Permitir que se piense por un instante que votar al PP o a Vox es prácticamente equivalente, que ambos coadyuvan a un mismo fin, es un error de bulto. En 25 años, las victorias del centro derecha se han obtenido con un 44-45% del voto concentrado en un partido. Para obtener la victoria dividiendo ese porcentaje de voto en dos partidos, se necesita romper esa barrera y que, además, el Partido Socialista se hunda. A la vista está lo difícil que es que ambas circunstancias se den simultáneamente, porque hay un factor adicional que entra en juego: en determinadas circunstancias, ante un auge previsto del PP, el votante de izquierdas puede llegar a inhibirse, pero ante la hipotética llegada al poder de Vox, la izquierda se moviliza.

Foto: El presidente de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Mariscal) Opinión
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El centro derecha necesita la mayoría absoluta. En Cataluña y el País Vasco, el eje izquierda-derecha se ha difuminado. Lo que prima es el eje nacionalista: entre las formaciones nacionalistas, gana el que es más nacionalista o, por ser más precisos, el que es más independentista. En términos de política española, la traducción es que la única alianza posible de los partidos nacionalistas es con los socialistas, mucho más proclives a transigir con los excesos de sus socios o correr un tupido velo de indultos y cambios legales sobre sus consecuencias. La realidad es que hoy el PP se ve obligado a vivir en un aislamiento del que solo puede salir, si quiere gobernar, con una mayoría absoluta para cuya obtención tiene que captar votos a izquierda y derecha. Con un matiz: a la izquierda, una vez absorbido Ciudadanos, puede rascar, y de forma contingente, medio millón de votos. A la derecha, tiene tres millones de votos.

Los pactos con Vox para constituir gobiernos autonómicos, desde el primero en Castilla y León, han sido una sucesión de errores. Obligar a Guardiola, la lideresa extremeña, a tragarse sus palabras, el mayor de todos ellos. Es fácil equivocarse en medio del ruido a favor de las encuestas, pero la mayoría absoluta del PP y Vox obtenida en algunas comunidades autónomas es difícilmente repetible a escala nacional. Los números son inapelables. En sus coyunturas electorales más favorables, el centro derecha ha obtenido el 45% de los votos. Concentrado en un partido, ese porcentaje supone la mayoría absoluta. Dividido entre dos, conduce a la frustración.

Foto: Santiago Abascal, esta semana. (EFE/Mariscal)

Plantear la cuestión PP–Vox únicamente en términos de la utilidad del voto sería un error adicional. Desde su creación, Vox ha tratado de fagocitar al PP. El 90% de sus votos lo ha captado de votantes populares. La definición del PP como la “derechita cobarde” es una contribución ya antigua del líder de Vox. El PP necesita confrontar ideológicamente con Vox y convencer a sus votantes de que los mantras favoritos de su partido, como la “Europa de las naciones”, “la inmigración legal” o la “violencia intrafamiliar” no son más que construcciones semánticas para disfrazar o distorsionar una realidad que no coincide con sus postulados reaccionarios.

Europa es ya una Europa de naciones comprometidas con un sistema de libertades y democracia, con cesiones parciales de soberanía, sin las que, por ejemplo, no existiría el euro, imprescindible en la estabilidad de economías como la nuestra. En España, la necesaria inmigración para desempeñar los puestos de trabajo que los españoles no queremos se legaliza a posteriori. La existencia de un problema de violencia de los hombres hacia las mujeres es innegable. Discutir con votantes de Vox cualquiera de estas cuestiones tratando de concretar su materialización en medidas específicas lleva, en la mayor parte de las ocasiones, a concluir que se trata de posiciones conservadoras y reaccionarias, en el sentido más literal del término. Es una mezcla de la melancolía por un mundo que ya no existe y de la sistemática reacción en contra de los postulados de esa izquierda para la que solo hay una manera lícita de pensar, de sentir y de vivir. Construir un país y su futuro requiere algo más. Requiere, por encima de cualquier otra cuestión, construir espacios amplios de convivencia, donde no quepan los radicalismos estériles.

Foto: El secretario general de Vox, Ignacio Garriga, en una rueda de prensa. (EFE/Mariscal)

La propuesta de Vox de supresión de las autonomías no cabe en la Constitución del 78, como tampoco cabe el referéndum de autodeterminación propuesto por los independentistas catalanes. Desde hace 150 años, desde los albores de la Primera República, la España de las autonomías es uno de los intentos más sólidos de solucionar el problema territorial de España. Es uno de esos espacios amplios de convivencia que los extremos tratan de deshacer y que los partidos como el PP deben esforzarse en mantener.

El PP de Feijóo ha progresado de forma notable en poder territorial, es el partido con más escaños en el Congreso y tiene mayoría absoluta en el Senado. No ha llegado a su meta, pero el mundo no se acaba aquí y ahora. Es necesario analizar los errores cometidos y corregirlos. El más importante ha sido una estrategia errática ante Vox, cuyo principal objetivo es precisamente destruir al PP. Es necesario confrontar y debatir con ellos y no entregarles cuotas de poder. Ni la caza, ni los toros, ni el mundo rural. Si quieren apoyar a cambio de nada, que lo hagan. Si no, allá ellos. En democracia, después de unas elecciones vienen otras. Cuando la inutilidad de Vox para el centro derecha y, por consiguiente, su utilidad para la izquierda sean cada vez más evidentes, volverá el PP a obtener las mayorías de antaño. La ley de la gravedad, aunque no se vea, existe.

En las elecciones generales del año 2000, el PP obtuvo la mayoría absoluta con 183 escaños. Votaron a su favor 10,3 millones de personas, un 44,52% de los votos válidos emitidos. En 2011, el PP repitió mayoría absoluta. Consiguió 186 escaños gracias a 10,9 millones de votantes, que suponían el 44,63% de los votos válidos emitidos. En 2023, PP y Vox, en conjunto, han sido votados por 11,1 millones de personas, un 45,5% de los votos válidos emitidos. Más que en 2000 y 2011, pero la traducción en escaños es diferente: 170 entre los dos, a seis de la mayoría absoluta. La realidad es terca: Vox sirve para que no gobierne el centro derecha. Esa y no otra es su única utilidad, o inutilidad, según se mire.

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