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La crisis económica que viene, explicada a todo el mundo
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Esteban Hernández

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La crisis económica que viene, explicada a todo el mundo

Explicar la diferencia entre el recorrido que están teniendo las bolsas y el de la economía de la mayoría de la gente parece complicado. Pero tiene una lógica

Foto: Wall Street, durante la pandemia. (EFE)
Wall Street, durante la pandemia. (EFE)
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En esta época agitada, muchos expertos económicos nos ofrecen sus diagnósticos, analizan probabilidades y nos advierten de cómo será el futuro. No deberíamos hacerlos demasiado caso, en la medida en que, con tanta incertidumbre, la fiabilidad de esas apuestas es escasa (el futuro siempre ha sido difícil de leer, y ahora más); y, sobre todo, porque no podemos saber bien a qué se están refiriendo cuando hablan de “la economía”. En este instante conviven dos esferas paralelas de la economía, cuya expresión más obvia la encontramos en la distancia existente entre las bolsas y la vida cotidiana: las cifras de una sirven escasamente para la otra.

La diferencia entre los índices bursátiles y los datos de empleo, consumo, hipotecas, salarios o paro, eso que conforma la cotidianidad de la mayoría de la gente, es un buen retrato de los dos caminos que ha tomado la economía. La pasada semana, el desplome de un 34% de la producción industrial en abril y los augurios del Banco Central Europeo (BCE), que esperaba una reducción de la riqueza en el área monetaria del 8,7% en 2020 y una caída del PIB entre abril y junio del 13%, coincidían con la efervescencia en la cotización de las acciones. Esta semana, cuando las poblaciones occidentales comienzan a salir del desconfinamiento, bares y tiendas vuelven a abrir, y aumenta la confianza en la recuperación, las bolsas se corrigen a la baja. Parece difícil de entender, salvo que se comprenda que cada uno va por su cuenta.

1. Dos mundos, dos economías

La pregunta acerca de cómo es posible que, en medio de una crisis grave, haya un sector de la economía que se esté recuperando tan rápidamente, no es difícil de contestar. La respuesta de los bancos centrales, que ha sido contundente, ha ayudado mucho a que la confianza de los inversores se restablezca rápido. Han prometido que harían lo suficiente durante el tiempo suficiente para cerrar el gran agujero de la economía actual, la situación de las empresas demasiado estratégicas para caer. Había muchas grandes firmas en situación de riesgo, dado su endeudamiento, y este parón económico amenazaba seriamente su continuidad. Al inundar de efectivo la economía y respaldar la trayectoria futura de estas compañías garantizando la compra de sus bonos, se ha tranquilizado a los inversores, con lo que las acciones han subido.

Mientras las clases medias y las trabajadoras atraviesan momentos muy difíciles, las clases propietarias de activos salen reforzadas

El efecto de esta acción es paradójico, porque la pandemia está sirviendo para que compañías grandes se hagan aún más grandes gracias al respaldo público: su acceso a los mercados del crédito nunca ha sido mejor. En algunos casos, como ha ocurrido con las tecnológicas, sus acciones han alcanzado máximos históricos y sus bonos se pagan a tasas de interés muy bajas. Es un gran negocio para los inversores, ya que si las cosas se tuercen tienen la garantía de los bancos centrales, y supone una recompensa moralmente negativa para empresas que se habían gestionado mal, así como para quienes invirtieron en ella a sabiendas de los riesgos que generaban. Además, teniendo en cuenta que tales empresas van a realizar todos los ajustes posibles una vez pase este momento, con obvias consecuencias en la pérdida de empleos, una reacción de esta clase tendrá el pernicioso efecto de beneficiar al capital y a los gestores de las compañías y de perjudicar al resto de la sociedad.

Mientras tanto, muchas tiendas han cerrado y no saben en qué condiciones volverán a abrir y, lo que es peor, cuánto lograrán aguantar. Los minoristas están en situación límite, las pymes viven un momento muy difícil, y los trabajadores ven cómo sus empleos van desapareciendo. Se puede decir de otra manera: mientras las clases medias y las trabajadoras sufren momentos muy difíciles, por la caída en sus recursos y por la elevada incertidumbre, las clases propietarias de activos, las que adquieren bonos corporativos y deuda pública, están saliendo reforzadas. Esto aumenta la desigualdad, porque los grandes propietarios de activos no son clases medias ni trabajadoras (en EEUU, como en Europa, el 90% de las acciones son propiedad del 10% más rico, según la Reserva Federal) y porque al recibir un respaldo bastante débil, las pymes, los autónomos y los trabajadores, lo tendrán bastante más difícil para conservar el nivel de vida previo a la pandemia, que ya estaba deteriorado.

2. El gran giro

Esta salida de la crisis no es el nacimiento de algo nuevo, sino el refuerzo de una tendencia operativa desde hace mucho tiempo. La economía financiarizada, con su acceso privilegiado al dinero, se separó de la economía real décadas atrás, y por eso se popularizaron en el ámbito anglosajón expresiones como ‘Main Street vs. Wall Street’ o ‘makers vs. takers’: eran la expresión concreta de un mal de larga data. James Galbraith lo explica bastante bien a través del ejemplo de EEUU, que es muy similar al europeo.

En la década de 1960, el país americano contaba con una economía equilibrada, con un sector financiero bastante pequeño y estrictamente regulado, y cuya producción consistía tanto en bienes para empresas como para hogares, ya fueran de uso común o con valor tecnológico, fundamentalmente destinados a su mercado interior. En la actualidad, EEUU produce bienes de mayor valor añadido, relacionados con tecnología, aviones, armas y finanzas, que suelen venderse fuera, mientras que los bienes de consumo común, incluyendo la electrónica y los automóviles, son casi todos importados.

Los sectores que mayor trabajo proporcionan son los que más van a sufrir con la pandemia, porque se puede prescindir de buena parte de ellos

El crecimiento de la demanda durante los años 60 partió de la venta de bienes como automóviles, televisores o electrodomésticos, mientras que en la actualidad una parte mucho mayor del gasto interno tiene lugar en restaurantes, bares, hoteles, centros turísticos, gimnasios, salones, cafeterías y salones de tatuajes, así como en educación, sanidad y vivienda.

Estos son también los sectores que mayor trabajo proporcionan a los estadounidenses, y los que más van a sufrir con la pandemia, porque se puede prescindir de buena parte de ellos: la gente seguirá comiendo y bebiendo, pero lo hará menos fuera de casa, al contar con menos recursos. También viajarán menos, dejarán de acudir al gimnasio y prescindirán de actos culturales. Muchas empresas pequeñas temen este escenario, por las consecuencias presentes y las futuras, y muchos millones de trabajadores del sector servicios se han dado cuenta de que sus empleos pueden tener un recorrido corto.

La situación actual es producto de un cambio sistémico, y no solo de la mejor o peor gestión de los gobernantes actuales

A la bajada de ingresos en esos sectores, se sumará la presión por las deudas. Algunas provendrán de los retrasos en el pago de alquileres o hipotecas, o en los préstamos para el consumo, pero también de las que generen las pequeñas empresas que intentarán sobrevivir. La mala situación del Estado y de los gobiernos locales llevarán a reducir gastos para pagar las deudas en las que se incurran en estas fechas, lo cual supondrá más pérdida de empleos y menos servicios. Quizá durante un tiempo no sea así, pero cuando este paréntesis se cierre, llegarán los problemas.

Las previsiones no son buenas para estos sectores: empresas en concurso de acreedores, millones de trabajadores sin empleo, cada vez más familias en riesgo de exclusión social y aumento de la desigualdad.

Esto es producto de un cambio sistémico, y no solo de la mejor o peor gestión de los gobernantes actuales; subraya el giro que ha existido en las economías occidentales, que ha sido de un calado profundo.

3. La huida hacia adelante

Esta separación entre la gente común y las clases que de verdad tienen dinero se está agrandando tras la pandemia, lo que equivale a decir que la economía financiarizada y la real se están distanciando todavía más. Y era previsible, porque en la recesión anterior ya vivimos esta brecha y le dimos una solución que la hizo más profunda.

A la crisis financiera de 2008 se llegó a causa de un sector privado apalancado: los trucos para seguir generando ingresos de la nada, a través de instrumentos (como los CDS y CDO) tejidos con fórmulas brillantes de genios matemáticos, habían generado tantos problemas que amenazaban con arrojar la economía al abismo. En síntesis, estas fórmulas consistían en que se realizaban inversiones, se apostaba por productos financieros o se pagaban dividendos con dinero prestado, y esta jugada a menudo se repetía varias veces, de modo que cuando alguien dejaba de pagar, como ocurrió con los propietarios de viviendas hipotecadas, el edificio podía venirse abajo. El sector público intervino para evitar una crisis total y lo hizo introduciendo enormes cantidades de dinero a través de los bancos centrales, con las que se estabilizó a los grandes bancos, y con ellos al sistema financiero. Pero también se generó mucha deuda estatal, y como el compromiso consistía en que, tras el paréntesis, todo regresaría a la ortodoxia, los ciudadanos tuvieron que hacer sacrificios añadidos para devolver lo que se prestó.

Esta salida fue una huida hacia delante. Ese dinero no podía generar crecimiento en la economía real, ya que la presión para reducir los déficits de los gobiernos, así como la tendencia a recortar costes y a aumentar los beneficios en las grandes empresas, debilitaron los ingresos y las opciones de las clases medias y trabajadoras occidentales. La esperanza residía en que todo ese capital asentaría la economía, beneficiaría a las clases con más recursos y de ahí fluiría al resto de la sociedad. Una esperanza irreal que, además, produjo efectos nocivos.

4. Los ahorros excesivos

El 11 por ciento más rico de la población mundial posee más del 80% de la riqueza, según afirma Credit Suisse, y mucha riqueza en pocas manos significa que hay mucho dinero excedente: lo que se puede comprar tiene un límite. Este “exceso de ahorro de los ricos”, sin embargo, no está guardado en una caja, sino que vuelve a los mercados con el objetivo de producir rendimiento.

El problema de fondo es que todo ese enorme capital que circula por las esferas virtuales, raramente aterriza en la economía productiva, la de la gente común. Se destina al sector financiero, a la deuda, a los fondos de inversión, al 'private equity', que circulan por una vía muy distinta. Es una economía muy real en tanto produce beneficios y rentabilidad, pero no genera efectos positivos en el conjunto de la sociedad; peor aún, la debilita.

Los años posteriores a la crisis financiera han sido de bonanza, solo que no nos hemos enterado

Lo que ocurrió con la crisis de 2008 fue que esas grandes cantidades de dinero que se introdujeron en el mercado alimentaron ese circuito, y además de sanar las cuentas de los grandes bancos y solucionar los problemas esperados de rentabilidad, inflaron la burbuja de ese sector paralelo. El mercado de las acciones y de los bonos, pero también de las fusiones y adquisiciones, del apalancamiento o de las operaciones del 'private equity' se han sostenido en esa burbuja; mientras, las clases medias y las trabajadoras occidentales, y con ellas la economía productiva, perdían peso y opciones. Han sido años de gran bonanza, solo que nosotros no nos hemos enterado.

5. El encuentro con lo real

Así se ha llegado a 2020, el año de la pandemia. La crisis era una situación esperada que, como tantas otras cosas, el coronavirus aceleró. Todos estos años de dinero ficticio operando en una esfera virtual tenían que encontrarse con lo real en algún momento.

Como ya hemos señalado, esta vez no han sido los bancos, sino las compañías demasiado estratégicas para caer, esas grandes firmas demasiado endeudadas, las que han provocado la necesidad de que se inserten grandes cantidades de dinero en la economía. Mohamed El-Erian, asesor económico de Allianz, afirma que el apoyo masivo que ha brindado la Reserva Federal a “compañías zombis” improductivas supone un gran riesgo, ya que también se pueden crear “mercados zombis”, cuya distorsión hará que el capital no se use adecuadamente. Es probable que la advertencia de El-Erian llegue tarde, porque eso es lo que se ha estado ocurriendo desde 2008.

La cuestión de fondo es estructural: la única salida razonable consiste en forzar que la economía productiva y la financiera vuelvan a conectarse

En esta situación, y cuando la respuesta a la crisis de 2020 consiste en hacer lo mismo que en la precedente, pero ampliando el músculo de la ayuda, los riesgos tienden a aumentar. El-Erian señala, y es una posición ampliamente aceptada, que el apalancamiento actual a través del rescate institucional a las grandes empresas (y al sector financiero que se beneficia de ellas) es aconsejable y necesario, siempre y cuando después se produzca crecimiento económico. La resolución de los problemas de liquidez es precisa, a condición de que no lleve a la insolvencia.

Si la economía vuelve a funcionar, todo irá bien. Pero si no es así y no se produce crecimiento en la economía real, la de los empleos y el consumo, nos encontraremos con un sobreendeudamiento masivo que llevará a la falta de pago y a las reestructuraciones de deuda. En este orden, se imponen medidas en varias direcciones, según El-Erian: los gobiernos deben garantizar una base más sólida para el crecimiento que no solo beneficie a los sectores con más recursos, los inversores deben ser más cuidadosos y reducir su exposición al riesgo y las empresas deben resistir la tentación de utilizar la deuda para la ingeniería financiera, las recompras de acciones y los bonus para sus directivos.

En este escenario, las llamadas a la prudencia suponen quedar en manos de la buena voluntad

Todo correcto, salvo que estas llamadas a la prudencia son operativamente muy débiles. El problema de fondo es que existen dos esferas altamente desconectadas, dos caminos diferentes de entender la economía y dos formas de obtener rentabilidad, y en ese escenario las apelaciones a la cordura suponen quedar en manos de la buena voluntad. La cuestión de fondo es estructural: el único modo para que eso se produzca sería generar cambios de calado que permitieran que la economía productiva y la financiera volvieran a conectarse de un modo que beneficiase a la primera. Solo por ese camino, el de que las clases medias y trabajadoras occidentales volvieran a tener recursos, se generaría crecimiento.

6. Sentido de la Historia

Escoger esa vía supone cruzar una línea bastante peligrosa, porque significaría que los sectores que más están ganando tendrían que renunciar a parte de sus beneficios. Y esto no es tan sencillo. Un ejemplo significativo lo tenemos en el desacople con China. Separarse de la producción barata implicaría, entre otros efectos, dañar las cuentas de resultados de las grandes firmas que fabrican allí, y muy pocas empresas están dispuestas a cambiar el guion (y sus accionistas menos todavía). El desacople que se sugiere es diferente, y tiene que ver con minar el recorrido ascendente de la potencia asiática, en especial en la competencia que realiza en sectores de alto valor añadido y en su poder militar, o en bienes estratégicos, no en la fabricación barata.

La economía real juega un papel similar para la financiera, es parte de su fuente de beneficios, es la base a partir de la cual genera rentabilidad. Como ocurre con China, al ámbito financiero le interesa que funcione, pero no en exceso, porque eso dañaría el nivel de beneficios. Aumentar el nivel de vida de las clases trabajadoras y medias occidentales potenciaría el consumo e impulsaría el crecimiento, pero lo haría a costa de restar dividendos, y es un sacrificio que todavía no se quiere realizar. La salida de esta crisis lo demuestra: los recursos han llegado rápidamente y en grandes cantidades a los sectores más potentes de la economía, y mucho más lentamente y en menor cantidad a los pequeños negocios y a los trabajadores. Se han aportado cantidades paliativas a la economía real, justo lo necesario para que no se asfixie, pero insuficientes para recuperarla y potenciarla.

Sin embargo, esta es la única solución significativa a esta crisis, un aumento de los recursos, el nivel de vida y las posibilidades de las clases perdedoras en los últimos tiempos. Este giro hacia la economía real, hacia ‘Main Street’ y hacia la recuperación de las clases trabajadoras, subrayaría que se cuenta con sentido del momento histórico, demostraría responsabilidad en la clase política y comprensión de la importancia de la cohesión social, la que fue la base del capitalismo de la posguerra. De momento, nada de esto está presente, por lo que viviremos un tiempo en el que habrá recuperación y el próximo año, si no hay antes rebrote de la pandemia, la gente común volverá a sufrir en sus carnes la crisis. Y aumentarán las tensiones, las opciones antisistémicas, el descontento social, la inestabilidad. Y así seguiremos. No hemos aprendido nada de 2008. Ni de la Historia.

En esta época agitada, muchos expertos económicos nos ofrecen sus diagnósticos, analizan probabilidades y nos advierten de cómo será el futuro. No deberíamos hacerlos demasiado caso, en la medida en que, con tanta incertidumbre, la fiabilidad de esas apuestas es escasa (el futuro siempre ha sido difícil de leer, y ahora más); y, sobre todo, porque no podemos saber bien a qué se están refiriendo cuando hablan de “la economía”. En este instante conviven dos esferas paralelas de la economía, cuya expresión más obvia la encontramos en la distancia existente entre las bolsas y la vida cotidiana: las cifras de una sirven escasamente para la otra.

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