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Lo que todo el mundo político está pensando sobre el 23-J (y lo que no dicen)
La gran mayoría de los participantes en las elecciones dan por sentado que cualquier resultado que no sea el gobierno de la derecha sería una sorpresa. Y están moviendo sus piezas para el futuro
Los resultados electorales están por decidirse, pero las encuestas apuntan en la misma dirección: todo lo que no sea una victoria de las derechas será una sorpresa. Queda, nos señalan, por decidir si el PP necesitará a Vox para gobernar, si el PSOE resistirá en un nivel de voto cercano al 28-29%, cuál será el papel real de Sumar, o si Bildu sobrepasará al PNV. Mientras eso ocurre, están comenzando a moverse piezas para el 24-J.
No cabe engañarse a este respecto, todo el mundo en los partidos está pensando en el futuro. Los que esperan ganar están intentando colocarse y sus maniobras tienen mucho que ver con las posiciones personales, y los que suponen que perderán están haciendo cábalas acerca de cómo reposicionarse políticamente y alrededor de quién. Las transformaciones en los partidos perdedores pueden ser de calado, pero los ganadores tampoco se librarán de ellas.
La España que vendrá
Estamos viviendo un paréntesis en la política nacional, el de las elecciones, y viviremos un segundo cuando se conozca el deseo de los españoles el 23-J. Pero, mientras tanto, la política de verdad no espera, continúa su camino, y no ofrece muchas señales esperanzadoras para Europa, y menos aún para España.
Es conveniente insistir en este aspecto, porque buena parte de la acción de los gobernantes elegidos vendrá determinada por los movimientos internacionales. Aseguraba Albares esta semana que no hay nada más interno que la política exterior. En este tiempo, tiene toda la razón. Y en otras épocas, seguramente también. De modo que hay que poner el énfasis en qué España tendrá que ser gobernada por quienes reciban el mandato popular.
Los nombres que el PP baraja como posibles para su ministerio de Economía están muy alineados con la reducción del déficit como prioridad
El primer nubarrón, que ya está aquí, es el monetario, ya que las subidas incesantes de tipos están generando riesgos crecientes en una economía europea que ya renquea. El segundo llegará el año que viene: Alemania ya ha anunciado su ajuste fiscal y será implacable a la hora de trasladarlo al resto de países de la UE. En España, Aznar, Hernández de Cos o Manuel Pizarro insisten en la necesidad del ajuste, pero el mundo político es plenamente consciente: esta es época electoral, y, por tanto, no conviene difundir las malas noticias, pero es lo que todo el mundo espera. Los nombres que el PP anuncia como posibles para su Ministerio de Economía están muy alineados con esta visión.
Las maniobras políticas
Este escenario será determinante políticamente: los contextos generales suelen serlo. De modo que veamos las repercusiones: un Gobierno PP-Vox, convencido de la necesidad de realizar ajustes y obligado a ellos, puede encontrarse con una animadversión social doble, en lo material y en lo cultural, que tendrá dificultades para ser manejada. Además, se producirían efectos llamativos, porque se verían obligados a defraudar las expectativas de sus propios votantes: habría que subir impuestos directos e indirectos, y encontrar nuevas formas de recaudación (y ya se está hablando de los peajes de las autovías) que dañarían a esas clases medias que están apostando electoralmente por las derechas.
Sería, por lo tanto, un escenario idóneo para que una izquierda que acaba de perder las elecciones se recompusiera a partir del combate con esa derecha que regresa a la austeridad y que vuelve a utilizar la fórmula de la crisis de 2011.
Parecería incluso beneficioso para la izquierda no conservar el Gobierno, y que sean las derechas las que afronten los tiempos duros
Si, por el contrario, gobernasen las izquierdas, se encontrarían en una situación muy complicada: realizar ajustes con un Gobierno poco estable, compuesto con diferentes socios que manejan intereses muy dispares, obligaría a hacer equilibrios casi imposibles en un contexto europeo muy alejado del que se ha vivido en la pandemia. Si ha costado estos años, en un contexto mucho menos favorable a la austeridad, es fácil imaginar que las izquierdas sufrirían mucho en el Gobierno y que las alianzas de investidura se debilitarían rápidamente.
Así las cosas, parece incluso beneficioso para la izquierda no conservar el Gobierno, y que sean las derechas las que afronten la pérdida de nivel adquisitivo causada por el aumento de precios, la pérdida de puestos de trabajo y el cierre de pequeñas empresas derivadas de esas políticas económicas. A partir de ahí, su recomposición parecería más sencilla. Sin embargo, las posibilidades son más amplias: si las fuerzas de izquierda pierden el Gobierno, pero su resultado es malo en términos particulares, veremos cómo se multiplicarán las peleas internas por la sucesión, pero también por la clase de proyecto de futuro que se debería imponer.
Habrá que ver qué ocurre en el PSOE si los resultados de Sánchez bajan de 100 diputados, y en Sumar si bajan de 30
No cabe descartar que el proceso de recomposición dé lugar a una fragmentación todavía mayor. Habrá que ver qué ocurre en el PSOE si los resultados de Sánchez bajan de 100 diputados y en Sumar si bajan de 30. Del mismo modo, habrá que ver si las generaciones políticas surgidas del 15-M aceptan su merecida jubilación sin causar más daño, que tampoco es probable. La paradoja sería que nos podríamos encontrar con un escenario de descontento social causado por las medidas de ajuste, con un Gobierno de derechas contestado y con partidos de izquierda muy débiles para canalizar las fuerzas alternativas.
La tensión entre las derechas
En cuanto a la derecha, las dudas también existen. Si no llegaran al gobierno, las peleas internas en el PP serían épicas. Si lo hacen, y el PP no necesita a Vox para gobernar, se dejaría suelto al rival para llevar a cabo su propia oposición en un momento de desgaste, lo que quizá beneficiaría a la larga a los de Abascal. Si el PP y Vox gobiernan juntos, existirán lógicas tensiones internas para diferenciarse, sabedores ambos de que el partido con menos peso suele llevar las de perder, y no hay que olvidar que, de momento, Feijóo y Abascal tienen proyectos distintos, y a veces muy distintos, en algunos temas cruciales. Hay muchos aspectos en los que comparten programa, pero en otros las diferencias son sustanciales, de modo que tampoco sería un gobierno plácido. Además, dependiendo del resultado de las elecciones europeas de 2024, tampoco cabe descartar un giro del PP hacia las posiciones del PPE de Manfred Weber, lo que pondría a Vox entre la espada y la pared.
Todos estos movimientos tácticos están siendo ya pensados y, sobre todo, los esperables perdedores están diseñando sus calendarios para las sucesiones. Sin embargo, nadie está pensando en el escenario que viene y qué capacidad de acción tendrá España en él.
La partida europea
Hay una gran partida jugándose en Europa, en muchos sentidos, y una de las preguntas más importantes, como me recuerda Raymond Torres, director de Coyuntura Económica de Funcas, es "si se puede volver a la austeridad en un mundo donde la geopolítica juega un papel central". La respuesta es no, siempre y cuando se quiera conservar y fortalecer la UE. Si la austeridad tiene lugar, y no ocurre solo durante un corto paréntesis, la consecuencia será obvia: colocar la prioridad en los déficits y en la deuda llevará a que se ahonden las diferencias entre países y en el interior de estos, y, por tanto, hacia una UE más desunida y una población europea más hostil respecto de ella.
La otra opción es dotar a la Unión de capacidades estratégicas que le permitan competir en un entorno geopolítico, pero eso es incompatible con la austeridad. Ambas posiciones implican transformaciones no menores, que conllevarán agitación política en los diferentes Estados y, con ellas, cambios ideológicos dentro de los partidos dominantes, incluso la aparición de nuevas formaciones.
España también estará sometida a estas tensiones, y en algún momento tendrá que aparecer un debate sobre cómo afrontar los nuevos tiempos (porque lo son). No será antes del 23-J, ni tampoco después, al menos hasta que la marejada electoral y los cambios que provoque se asienten. Pero será un debate que tendremos que tener. Y, si es posible, cuanto antes.
Los resultados electorales están por decidirse, pero las encuestas apuntan en la misma dirección: todo lo que no sea una victoria de las derechas será una sorpresa. Queda, nos señalan, por decidir si el PP necesitará a Vox para gobernar, si el PSOE resistirá en un nivel de voto cercano al 28-29%, cuál será el papel real de Sumar, o si Bildu sobrepasará al PNV. Mientras eso ocurre, están comenzando a moverse piezas para el 24-J.
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