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La conquista de España

Lo que se está primando actualmente es la desintegración de España, un concepto en el que las partes del todo comienzan a vivir como todos aparte, a lo que Ortega le llama particularismo

Foto: Imagen de Reimund Bertrams en Pixabay.
Imagen de Reimund Bertrams en Pixabay.

Ortega y Gasset en 1921 hablaba de la invertebración de España, una tesis sobre el origen y la formación de la nación española y emitía un diagnóstico demoledor de la explosiva situación social. Décadas después de su análisis, España ya no es el país socialmente invertebrado que describió, las distintas instituciones que configuran el Estado han aprendido a dialogar entre sí. Ni la Iglesia, ni el Ejército, ni la Judicatura son poderes aislados, ni practican la política del compartimento estanco que denunciaba, pero indiscutiblemente sigue infectada del particularismo nacionalista y la conllevancia orteguiana sigue siendo centro del debate sobre la cohesión de España.

Las tesis orteguianas de la invertebración española, formuladas hace ya casi 100 años, siguen presentes en nuestra sociedad, víctima por un lado del particularismo secesionista del nacionalismo y por otro de la ciega visión que desde el poder central se ha ejercido creyendo que Castilla ha hecho España y desdeñando el proceso incorporativo, en la consideración de la historia como un proceso continuo, en el que unidades territoriales preexistentes se organizan en una estructura nueva y por la que una idea compartida e ilusionante mantiene unida la estructura, entendido como “un proyecto sugestivo de vida en común”, para lo cual tiene tanta validez el convencer como el obligar. Sin embargo, lo que se está primando actualmente es un concepto diametralmente opuesto, esto es la desintegración de España, en el que las partes del todo comienzan a vivir como todos aparte, lo que Ortega le llama particularismo. La nación por encima de la patria. Ortega afirmaba que: “La esencia del particularismo es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás".

Foto: Foto: Reuters.

Pero no siempre fue así. El siglo XIX fue la época dorada para la economía catalana que coincidió con la implicación de los catalanes en la gobernanza hispana. Tras la guerra napoleónica, los catalanes expandieron sus actividades a través de los nuevos cambios tecnológicos emanados de la revolución industrial, y que aplicados con diligencia a los nuevos procesos industriales permitió un rápido crecimiento económico. La agricultura se renovó, se expandió el olivo, la patata, los frutos secos y la vid; la mejora económica fue debida a las desamortizaciones que emprendieron los sucesivos gobiernos españoles y permitieron la capitalización y las consiguientes inversiones de una burguesía exitosa. La industrialización empezó con el tratado de Amiens (1802), que ponía fin al bloqueo británico en las colonias americanas y permitió el éxito de la industria textil catalana. El Gobierno de Cabarrús fomentó la importación de hiladoras y telares mecánicos, y a partir de 1827 la estabilidad de precios ayudó a los industriales catalanes en su expansión, potenciado por el arancel proteccionista y la entrada de capital de las posesiones hispanas de América.

José Bonaplata con su fábrica El Vapor, representa el renacimiento industrial catalán a partir de 1832 junto al banquero barcelonés afincado en Madrid, Gaspar Remisa, iniciando el despertar de la industria textil algodonera y lanera (El Vapor Viejo, Fabra Coats, España Industrial y las colonias textiles del Llobregat, Sabadell y Terrassa), la expansión de la banca y las cajas, la creación de la industria química moderna, la inicial industria eléctrica (Xifrà y Dalmau artífice de la Sociedad Española de Electricidad), la expansión de la industria metalúrgica estrechamente ligada a la minera, la industria tapera que Vicens Vives tildó como "el imperialismo corchero catalán", la Bolsa de Barcelona recibía la colocación de acciones de todo el Estado, el ferrocarril y los sistemas de transporte se extendían por España, el puerto de Barcelona estrenó el sistema de navegación a vapor. Todo ello gracias al empuje catalán y al compromiso hispánico de sus gentes, sin grandes concentraciones de capital ni inversiones extranjeras.

Foto: Ilustración: Enrique Villarino. Opinión
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Cataluña solo tenía un mercado para vender sus producciones: el resto de España y las migradas colonias que iban quedando del viejo imperio español. Mientras el resto del país permanecía sin industrialización y sufría un atraso económico evidente (excepto Vizcaya y Asturias), Cataluña crecía y se enriquecía a través de las políticas proteccionistas de los gobiernos españoles. El triunfo de Cataluña era la conquista económica de España. Ninguna región tan pequeña y sin recursos naturales supo sacar tanto provecho del comercio interior. Contradictoriamente, el librecambismo hispánico también estaba encabezado por un catalán, Laureano Figuerola, inventor de "la peseta” y junto a otros catalanes como Bosch y Labrús y al empuje del Fomento del Trabajo Nacional se conseguiría el liderazgo catalán de la economía española. Los catalanes mandaban en Madrid, el llamado grupo catalán, constituido por Girona, Güell, Arnús, Ferrer-Vidal, Serra, Estruch, Muntadas, Juncadella, Jover, disponía de un poder casi ilimitado, y sostenía los gobiernos de España, abría bancos, imponía su voluntad a la bolsa y hacía y deshacía los partidos políticos. Esto ha sido durante dos centurias y Cataluña ha sido próspera, rica y plena gracias a España.

Pero desde que empezó el llamado “proceso separatista”, hemos pasado de una concepción inclusiva e integradora de la identidad (donde nuestra nacionalidad catalana, española y europea estaban perfectamente integradas como escaleras enriquecedoras), con un patriotismo dual plenamente aceptado, a una percepción disyuntiva y excluyente de nuestros sentimientos de pertenencia. Y Cataluña está desguazada. Así se encuentra Catalunya. Vivimos un momento de franca y clara decadencia. La pujanza económica y civil, la satisfacción del trabajo riguroso y de una sociedad cohesionada han dejado paso a un clima general de niebla y de tristeza. Hay en el ambiente un aire de desánimo que todo lo empapa. Un sentimiento de derrota y una especie de indignación con nosotros mismos por no haber encontrado la salida del laberinto y por haber caído, una vez más, en el arrebato desastroso de la “rauxa”.

Foto: Vista del hemiciclo del Parlament. (EFE)

Vicens Vives confiaba en el surgimiento de unas élites catalanas capaces de cambiar la definición de España, y que una Cataluña, totalmente insertada dentro de las Españas, alcanzara su pleno reconocimiento, como siempre había sido. En su imprescindible obra ' Industriales y Politics', describe la historia nacional catalana y española desde una perspectiva psicológica, social y política, magistral en cuanto a la voluntad de hacer España por parte de los catalanes. Y da la respuesta para acabar con la desdicha catalana: la conquista de España.

*José Ramón Bosch. Historiador

Ortega y Gasset en 1921 hablaba de la invertebración de España, una tesis sobre el origen y la formación de la nación española y emitía un diagnóstico demoledor de la explosiva situación social. Décadas después de su análisis, España ya no es el país socialmente invertebrado que describió, las distintas instituciones que configuran el Estado han aprendido a dialogar entre sí. Ni la Iglesia, ni el Ejército, ni la Judicatura son poderes aislados, ni practican la política del compartimento estanco que denunciaba, pero indiscutiblemente sigue infectada del particularismo nacionalista y la conllevancia orteguiana sigue siendo centro del debate sobre la cohesión de España.

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