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Manifiesto por el fortalecimiento de las instituciones

Reescribir nuestro contrato social para revertir los efectos de esta crisis es el mayor reto de nuestra generación

Foto: Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE)
Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE)

Los hogares españoles corren más riesgo de pobreza en 2021 que en 2008 y la tasa de desempleo es hoy cinco puntos mayor que entonces. Dos crisis devastadoras explican el retroceso. Hace una década, la Gran Recesión mandó al paro a aproximadamente uno de cada cuatro trabajadores, ensañándose con jóvenes y precarios. Ahora, la crisis del covid-19 ha ocasionado decenas de miles de muertes: abuelos, madres, hermanos, parejas y amigos. También ha dejado centenares de miles de desempleados, quebrado miles de empresas y hecho más vulnerables a millones de hogares. Reescribir nuestro contrato social para revertir los efectos de esta crisis es el mayor reto de nuestra generación.

Nuestro éxito o fracaso colectivo dependerá de muchos factores. Tal vez ninguno sea tan importante como la calidad de nuestras instituciones. Las instituciones definen las reglas del juego de la vida en común. Proveen el marco de interacciones sociales, económicas y políticas: determinan quién puede, debe o merece qué. En democracia, el entramado institucional garantiza que derechos, deberes y libertades no dependan de la raza, identidad u orientación sexual, acento, ideología o religión, del grosor de la cartera o de la red de contactos. Por desgracia, los españoles recelamos de nuestras instituciones más que casi cualquier otra sociedad europea. Según el último Eurobarómetro, un 90% de españoles desconfía de los partidos políticos, un 76% del Congreso de los Diputados, un 74% del Gobierno y un 51% del poder judicial.

Foto: Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE) Opinión
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En las últimas décadas, nuestras instituciones han abonado esta desconfianza con abandonos y fracasos. Partidos de distintos colores han malversado millones de euros, tejido redes clientelares con prestaciones fraudulentas, aceptado sobornos de empresas a cambio de concesiones o pagado sobresueldos opacos a dirigentes. También han politizado las instituciones, desde el poder judicial hasta las administraciones. Los medios de comunicación destapan decenas de escándalos al año, pero operan bajo presión.

Sin embargo, no debemos caer en el fatalismo. España no está condenada a la mediocridad. Nuestras instituciones son mucho más sólidas que las que heredaron nuestros abuelos. Salvo puntuales excepciones, el agua sale del grifo, los camiones recogen la basura, la sanidad mantiene sus puertas abiertas, los periódicos publican toda clase de opiniones, la violencia no impide que pisemos las calles y las carreteras son transitables. No debemos dar todo esto por sentado, ni asumir que ocurre sin el esfuerzo y la dedicación de miles de trabajadores.

Su trabajo es ayudar a gestionar el disenso de forma productiva y, en el proceso, acercarnos a una sociedad más justa y próspera

Tampoco cabe resignarse y achacar la erosión institucional a unas cuantas manzanas podridas. La integridad de quienes lideran las instituciones es importante. Pero más importantes son las normas, la cultura y los incentivos que promueven la corrupción y el nepotismo. Estos incentivos perversos no surgen de la nada. Los heredamos de nuestra historia, pero en nuestra mano está cambiarlos. Para ello, la sociedad civil debe movilizarse, fiscalizar al poder político y económico, y activar a la ciudadanía para proteger las instituciones con su voz, su voto y su bolsillo.

Los españoles discrepamos en muchas cuestiones. Es lo saludable en una sociedad plural. Pero no hay que olvidar lo que nos une. Reforzar las instituciones puede ser un lugar de encuentro transversal. Instituciones competentes, transparentes y volcadas en el interés general no eliminarán nuestras discrepancias. Su trabajo no es ese, sino ayudar a gestionar el disenso de forma productiva y, en el proceso, acercarnos a una sociedad más justa y próspera. El esfuerzo merece la pena.

*Firmantes (por orden alfabético): Arman Basurto (Proyecto 21), Javier Carbonell, Elisa de la Nuez, Juan Claudio de Ramón, Marta Domínguez (Proyecto 21), Ricardo Dudda, María Fayos (Proyecto 21), Luis Garicano, Paris Grau, Albert Guivernau, Víctor Lafuente (Proyecto 21), Bernardino León Reyes, Manuel Muñiz, Aurora Nacarino-Brabo, Pablo Peña Corrales (Proyecto 21), Nacho Prendes, Toni Roldán, Pablo Sánchez, Borja Santos, Roger Senserrich, Javier Soria-Espín, Cristina Torres (Proyecto 21), Tirso Virgós (Proyecto 21).

Más información en la web y redes sociales de Proyecto 21.

Los hogares españoles corren más riesgo de pobreza en 2021 que en 2008 y la tasa de desempleo es hoy cinco puntos mayor que entonces. Dos crisis devastadoras explican el retroceso. Hace una década, la Gran Recesión mandó al paro a aproximadamente uno de cada cuatro trabajadores, ensañándose con jóvenes y precarios. Ahora, la crisis del covid-19 ha ocasionado decenas de miles de muertes: abuelos, madres, hermanos, parejas y amigos. También ha dejado centenares de miles de desempleados, quebrado miles de empresas y hecho más vulnerables a millones de hogares. Reescribir nuestro contrato social para revertir los efectos de esta crisis es el mayor reto de nuestra generación.

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