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La estrategia de Sánchez es racional y terrible
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Ramón González Férriz

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La estrategia de Sánchez es racional y terrible

El PSOE y la Moncloa deben tener datos que les permiten considerar esta estrategia “osada”, como dijo el presidente hace unos días, pero no suicida

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Stephanie LeCocq)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Stephanie LeCocq)
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El 28 de mayo de 2018, tres días después de que el grupo parlamentario del PSOE en el Congreso de los Diputados presentara una moción de censura contra Mariano Rajoy, un exministro del Gobierno de Zapatero dijo en una reunión en la que yo estaba presente: “La moción va a salir adelante. Sánchez va a ser presidente y Sánchez va a destruir el Partido Socialista”. La mayoría de los presentes sonreímos, incrédulos: no creíamos que la moción fuera a triunfar, ni mucho menos que un apparatchik del partido como Sánchez fuera a acabar con este. Pero el exministro había entendido algo que los demás aún no habíamos visto.

Para hacerlo, hay que remontarse a 1993. A partir de entonces, cuando el PNV y CiU invistieron a Felipe González tras su victoria sin mayoría absoluta, los grandes partidos nacionales han buscado el apoyo de los nacionalistas regionales de manera coyuntural. No era algo que desearan, no formaba parte de una estrategia ni tenía un fin último, aunque a veces simularan que sí. Simplemente, sin mayoría absoluta, no había otra manera de formar Gobierno que contar con su apoyo, a cambio de concesiones lógicas en un sistema parlamentario, pero potencialmente dañinas en un país con las tensiones territoriales de España.

Foto: Santiago Abascal en el Pleno del Congres. (EFE)

La moción de censura de mayo de 2018 requirió el apoyo de esos partidos nacionalistas. Podría haberse tratado de un respaldo incidental, o al menos eso quisieron pensar algunos altos cargos del PSOE, que afirmaron que aquello no era el inicio de una alianza, sino una mera prolongación de los apoyos coyunturales que se venían produciendo desde 1993. Sin embargo, a finales de 2019, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez se dieron cuenta de que, tras la entrada en el Congreso de Podemos, Ciudadanos, Vox y otros partidos locales, no solo se habían acabado las mayorías absolutas, sino que esa dinámica de apoyos ocasionales había desaparecido. La única opción del PSOE para gobernar pasaba por formar gobiernos de coalición con Podemos. Pero probablemente eso ni siquiera sería posible sin el apoyo externo de los partidos nacionalistas. Para Pablo Iglesias, ese escenario podía resultar estratégico: a fin de cuentas, para su plan de destruir el régimen del 78 los nacionalistas servían tanto como cualquier otro aliado. Para Sánchez era, simplemente, una calamidad. Pero Sánchez es de la clase de políticos que convierten las calamidades en planes estratégicos.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Violeta Santos Moura) Opinión

Una alianza estable

Dado que los apoyos del nacionalismo ya no iban a ser ocasionales, había que forjar una alianza estable. Y eso implicaba dos cosas que se han ido produciendo en los últimos tres años. La primera era escoger qué nacionalistas, que debían ser necesariamente de izquierdas, formarían parte de esa alianza: Bildu y Esquerra. Si en el futuro PNV y Junts querían concesiones, que se las apañaran con el PP, y viceversa. Lo segundo era forjar una alianza para el futuro. En contra de lo que se ha interpretado en las últimas semanas, los cambios en el Código Penal acerca de la sedición y la malversación, o los comentarios de Illa acerca de una consulta, no son un premio a ERC por su apoyo, sino una promesa de lealtad en la próxima legislatura. La alianza debe ser fuerte y estable. Es la única esperanza que tiene el PSOE nacional de mantenerse en el poder o volver a él si lo pierde.

Foto: El líder independentista catalán Oriol Junqueras. (EFE/Elvis González) Opinión

Partidos y votantes tienen prioridades distintas

El core business de los partidos políticos es el poder. Pueden tener actividades secundarias, como estar en la oposición, pero su fin último es alcanzar el Gobierno como sea. Por eso, a buena parte del PSOE la apuesta estratégica de Pedro Sánchez lo descoloca. Por un lado, los barones autonómicos y los alcaldes aspiran ante todo a mantener su poder territorial, y esto puede impedírselo: es lógico que hayan mostrado su enfado. Pero, por lo demás, los cargos y los intelectuales afines al partido saben que la apuesta de Sánchez es totalmente racional: quizás ha errado en las formas, o en los tiempos, pero incluso los socialdemócratas más sesudos, serios y tecnocráticos saben que, a medio plazo, no habrá más gobiernos de izquierdas si no es con la aquiescencia de ERC, Bildu y quizás algún otro socio ocasional. De modo que transigen. Y Sánchez lo sabe. La predicción del exministro era acertada, pero no del todo precisa: quizá Sánchez no vaya a destruir el PSOE, sino a someterlo por completo, y con él a los intelectuales, economistas, juristas y periodistas que le proporcionan apoyos y argumentos.

Pero al final están los votantes. ¿Van a transigir los votantes de izquierdas con esta estrategia? Los partidos no pueden soportar la idea de la derrota, pero es posible que un número suficiente de votantes la prefieran a la sensación de estar traicionando sus ideas básicas: el core business de los votantes no es el mismo que el de los políticos: es mucho más complicado. Sin duda, en el PSOE y la Moncloa deben tener datos que les permiten considerar esta estrategia “osada”, como dijo el presidente hace unos días, pero no suicida. Es posible que así sea. Si saliera bien, el PSOE tendría una participación en el Gobierno catalán, otra en el vasco y una aspiración sólida a perdurar en el Gobierno nacional.

Pero tengo para mí que esta vez la osadía sí es algo peor: por muy racional que sea la estrategia, y por mucho que el presidente dé por sentado que al final el electorado de izquierdas siempre la preferirá a un Gobierno con Abascal, no tengo claro que los números den. Algunos podemos tolerar que el nacionalismo sea un apoyo coyuntural cuando no hay más remedio: así es nuestro sistema. Pero convertirlo en algo estructural, en el centro mismo del plan estratégico, es terrible. Y quizá sí equivalga a destruir, si no al PSOE, sí a una cierta idea de izquierda liberal.

El 28 de mayo de 2018, tres días después de que el grupo parlamentario del PSOE en el Congreso de los Diputados presentara una moción de censura contra Mariano Rajoy, un exministro del Gobierno de Zapatero dijo en una reunión en la que yo estaba presente: “La moción va a salir adelante. Sánchez va a ser presidente y Sánchez va a destruir el Partido Socialista”. La mayoría de los presentes sonreímos, incrédulos: no creíamos que la moción fuera a triunfar, ni mucho menos que un apparatchik del partido como Sánchez fuera a acabar con este. Pero el exministro había entendido algo que los demás aún no habíamos visto.

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