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Francisco Igea

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Del turnismo al frentismo. La triste historia de España

En la España de los frentes y de los enemigos, nuestro partido no podía sobrevivir. Cuando se toca la corneta y se apresta al combate, las reformas se posponen a la victoria

Foto: Mitin de Albert Rivera en Zaragoza. (EFE)
Mitin de Albert Rivera en Zaragoza. (EFE)

Hace mucho que no me siento a escribir sobre este asunto de la política. La verdad es que siento una pereza inmensa, como supongo que le pasa a la inmensa mayoría de los españoles. Cansancio, hastío y, sobre todo, desesperación. Hace ya más de ocho años, febrero de 2015, que decidí dar el paso a comprometerme con Ciudadanos. Era una época de esperanza en nuestra política. Nuevos partidos, nuevas propuestas, nuevas personas. Había hartazgo. Hartazgo de corrupción y clientelismo del bipartidismo. Había también preocupación. Pero, por encima de todo, había ilusión. Ilusión en quienes empezábamos ese nuevo camino y en los españoles que nos votaban.

Éramos jóvenes (al menos más jóvenes) sin antecedentes en el oficio y con muchas ganas. Muchísimas ganas. Había profesionales de alto nivel. Gente que se lo creyó y que entraba en esto para servir. Recuerdo catedráticas y profesores de universidad, escritores, abogados de prestigio, economistas, inspectores de Hacienda, médicos, funcionarios y profesionales liberales, empresarios y asalariados. Gentes de toda condición que querían cambiar su país. Hacerlo más limpio, más igualitario. Un país donde uno no dependiese de su nacimiento, sino de su esfuerzo. Uno en el que las instituciones fuesen limpias y la Justicia, ciega. Uno que fuese más transparente, más honesto, más moderno.

Foto: Foto: EFE/Sergio Pérez.

¿Qué paso? Pasó que éramos tan susceptibles a la ambición, el halago y el soborno como los demás. Pasó que no supimos gestionar las expectativas que levantamos. Pasó que la palabra compromiso solo importó mientras crecíamos. Pasó que despreciamos la inteligencia y la cambiamos por la lealtad. Una lealtad que duró lo que duraron los puestos. Pasó que jugábamos al todo o nada. Pasó que no sabíamos que avanzar un 30% era mejor que quedar parados. Pasó que, cuando los españoles nos necesitaron, estábamos más preocupados por nosotros que por ellos. Pasó que organizamos un partido para la victoria que no supo gestionar la derrota. Pasó que apostamos por la disciplina y no por la libertad. Pasó que envejecimos deprisa, tan deprisa, que perdimos la memoria antes de tener de qué acordarnos.

Hoy me encuentro esperando la resolución de un expediente disciplinario que ni sé cómo acabará, ni me importa. Un expediente originado no por una discrepancia ideológica, sino por una discrepancia estratégica y por una extremada sensibilidad de nuestros dirigentes. Una sensibilidad que está tan centrada en nosotros mismos y tan poco en los españoles que somos incapaces de ver nuestro fracaso. Atribuimos nuestro fracaso a las críticas internas, a la prensa, a las maniobras de los demás partidos, a la polarización o al anticiclón de las Azores. A cualquier cosa, menos a la desconexión absoluta de nuestro partido con los intereses diarios y las preocupaciones de los españoles.

"Pasó que despreciamos la inteligencia y la cambiamos por la lealtad. Una lealtad que duró lo que duraron los puestos"

Nuestro país nos ha dado la espalda. Lo ha hecho porque no fuimos útiles a sus intereses. Nuestro país pedía moderación y reformas. Nosotros le dimos hooliganismo inútil. Es curioso cómo hemos criticado la polarización mientras le dábamos al fuelle que la alimentaba. Nuestro país quería olvidarse del nacionalismo y nosotros no supimos vivir sin él.

Cierto que hicimos grandes cosas. Sacamos al PSOE de Andalucía después de 40 años. Pero dejamos al PP en Castilla y León. Propusimos normas, leyes de transparencia, oficinas contra el fraude, códigos éticos… pero desaparecieron en cuanto salimos de las instituciones.

"Es curioso cómo hemos criticado la polarización mientras le dábamos al fuelle que la alimentaba"

Nos devoró el antisanchismo. Nos devoró porque eso no es política. Eso es populismo. El frentismo es nuestro peor enemigo y nosotros fuimos su mejor vitamina. Buscamos un enemigo en lugar de tejer alianzas. Nuestras propuestas desaparecieron y se diluyeron en la marea antisanchista. En la España de los frentes y de los enemigos, nuestro partido no podía sobrevivir. Cuando se toca la corneta y se apresta al combate, las reformas se posponen a la victoria.

Es la triste historia de España. Una historia que se repite hoy como se repitió el siglo pasado. Del turnismo del siglo XIX al frentismo de los inicios del XX. Del bipartidismo de la Transición a la polarización de nuestros días. Del turnismo al frentismo, sin pasar por el reformismo.

Hace mucho que no me siento a escribir sobre este asunto de la política. La verdad es que siento una pereza inmensa, como supongo que le pasa a la inmensa mayoría de los españoles. Cansancio, hastío y, sobre todo, desesperación. Hace ya más de ocho años, febrero de 2015, que decidí dar el paso a comprometerme con Ciudadanos. Era una época de esperanza en nuestra política. Nuevos partidos, nuevas propuestas, nuevas personas. Había hartazgo. Hartazgo de corrupción y clientelismo del bipartidismo. Había también preocupación. Pero, por encima de todo, había ilusión. Ilusión en quienes empezábamos ese nuevo camino y en los españoles que nos votaban.

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