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Tres banderas. Tres fracasos

El bipartidismo no ha desaparecido. Simplemente, se ha tornado en su peor fantasma: la polarización extrema. Dos frentes, sin interconexión posible, que niegan la legitimidad del adversario

Foto: La líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas y el portavoz adjunto del grupo parlamentario, Edmundo Bal, en el Congreso. (EFE/Kiko Huesca)
La líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas y el portavoz adjunto del grupo parlamentario, Edmundo Bal, en el Congreso. (EFE/Kiko Huesca)

"Te encuentro muy bajo". Esto me comentan algunos periodistas estos días de diciembre en los que el agua y el viento no han conseguido lavar la enorme melancolía que me invade. Hace 7 años que entré en política. El 20 de diciembre de 2015 salí elegido diputado por Valladolid por primera vez. Recuerdo la enorme ilusión de aquellos días. Dos nuevas formaciones irrumpían con fuerza en la política española para transformarla de manera definitiva. El fin del bipartidismo, la regeneración política e institucional, sacar a los nacionalistas del eje decisorio en la política española. Nuestras tres grandes promesas. Nuestras tres banderas. Nuestros tres grandes fracasos.

El bipartidismo no ha desaparecido. Simplemente, se ha tornado en su peor fantasma: la polarización extrema. Dos frentes, sin interconexión posible, que niegan la legitimidad del adversario. Solo la pertenencia a Europa, las políticas de bienestar social que garantizan la subsistencia y la ausencia de violencia nos separan del abismo guerracivilista. Lo vivido este jueves en el Congreso de los Diputados es la culminación (de momento) de un deterioro político e institucional sin precedentes. La pérdida de confianza en las instituciones es tal que el triunfador más probable de las próximas elecciones será la abstención. Nosotros, sin embargo, no hemos conseguido realizar una labor de puente y moderación que permitiese bajar la temperatura. Nadie nos ve ejerciendo ese papel.

Foto: El viceportavoz del Grupo Mixto, Francisco Igea (i), y el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García Gallardo (d). (EFE/Nacho Gallegos) Opinión
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Ni la monarquía, ni el poder judicial, ni mucho menos el poder legislativo se ha salvado del descrédito promovido por la estupidez política que ha dominado estos años locos. No hay más transparencia, sino menos. No hay más independencia del poder judicial, sino un asalto cada vez más descarado. Los que pactaron "controlar la sala segunda por la puerta de atrás", los que bloquearon las renovaciones exigidas por la ley, una ley que ellos no cambiaron cuando pudieron, se presentan hoy como damas virginales frente al sanchismo. Un sanchismo que, nadie lo duda, no tiene nada que envidar al peronismo más exacerbado. El Partido Popular es tan responsable de lo ocurrido ayer como lo es el PSOE. Sin embargo, lo peor es que nuestra intervención en estos años no ha mejorado en nada todo este panorama. No hemos conseguido reformas esenciales, pero ni siquiera hemos conseguido reorientar el camino. Nos negamos a practicar la política incremental que precisaba el país. En lugar de conseguir pequeñas victorias parciales, preferimos exhibir nuestra pureza y nuestra bandera. Cuántas banderas en la política española, cuántos principios, y qué pocos resultados.

Hoy tampoco hay menos influencia del nacionalismo, sino un control absoluto por parte del independentismo de nuestra agenda política. Nuestra victoria de 2017 en Cataluña no consiguió sacar al nacionalismo de la ecuación. Para vencer al nacionalismo y a la tribu no es suficiente, aunque si imprescindible, oponerle toda la fuerza del estado de derecho. Es necesario ofrecerle un modelo de España más atractivo que la Cataluña supremacista y aislada que ofrecen los secesionistas. Vencer y convencer. Ofrecer una España limpia y tolerante, integradora, europea. Una España transparente y abierta al mundo. Auténticamente liberal. Cambiar el capitalismo clientelar del Liceo por el clientelismo del IBEX 35 no es suficiente.

placeholder La presidenta del Congreso, Meritxell Batet, durante el pleno de este jueves. (EFE/Kiko Huesca)
La presidenta del Congreso, Meritxell Batet, durante el pleno de este jueves. (EFE/Kiko Huesca)

Durante estos años, el sanchismo ha rendido la nación a sus enemigos. Es cierto. Pero ¿qué hubiera ocurrido si nosotros nos hubiéramos manchado en un gobierno con Sánchez? ¿Cuál hubiera sido hoy el panorama? Quizás hubiéramos desaparecido, como lo hicimos en Andalucía, pero la pregunta es si Andalucía está hoy mejor o peor que antes de que gobernásemos nosotros con el PP. No servimos a nuestro partido, servimos a nuestro país. Cualquiera que sea el coste. Por otra parte, no parece que esta política haya servido para mejorar nuestros resultados.

Los motivos que nos hicieron necesarios en 2015 están hoy más presentes que entonces. Nuestras banderas siguen siendo las mismas. España necesita, hoy más que nunca, una fuerza política que crea en la igualdad de todos sus ciudadanos, independientemente del territorio donde vivan. Necesita las reformas institucionales que garanticen un estado de derecho propio de una democracia liberal. Necesita con urgencia un partido integrador, dialogante y dispuesto siempre a tender la mano a ambos lados. No necesita un soldado más en una trinchera.

No nos faltan los motivos. Nos falta liderazgo y estrategia. No podemos continuar por este camino. España nos necesita hoy más, mucho más, que en 2015.

"Te encuentro muy bajo". Esto me comentan algunos periodistas estos días de diciembre en los que el agua y el viento no han conseguido lavar la enorme melancolía que me invade. Hace 7 años que entré en política. El 20 de diciembre de 2015 salí elegido diputado por Valladolid por primera vez. Recuerdo la enorme ilusión de aquellos días. Dos nuevas formaciones irrumpían con fuerza en la política española para transformarla de manera definitiva. El fin del bipartidismo, la regeneración política e institucional, sacar a los nacionalistas del eje decisorio en la política española. Nuestras tres grandes promesas. Nuestras tres banderas. Nuestros tres grandes fracasos.

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