:format(png)/f.elconfidencial.com%2Fjournalist%2Ff86%2F989%2Fc67%2Ff86989c671302633b8bf01c24b8da5d1.png)
Tribuna
Por
Emigración, la excepción ibérica
Nuestra realidad nacional nos reclama situar las ideas donde antes han llegado los hechos. Unos hechos nacionales que nos alejan de la sorda guerra civil en la que viven sumidos muchos de nuestros conciudadanos europeos
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F3da%2Fcb5%2F544%2F3dacb5544a2f2c517b7200270e906848.jpg)
Hay quien sostiene que España es un país fuerte en hechos y débil en ideas, y basta una ojeada a lo que está ocurriendo en Europa en materia de emigración y compararlo con España, para aceptar que pudiera estar en lo cierto. En París, Londres, Roma … en la mayoría de las capitales del continente aparecen muestras patentes de la guerra civil hobbesiana que azota Europa. Una guerra subterránea entre naturales y emigrantes a los que muchas veces no separa un pasaporte, porque son varias generaciones foráneas las que ya lo exhiben legalmente.
Frente a estos, oponen su hostilidad las poblaciones originarias que oscilan entre la necesidad y el rechazo a unos extraños que, aun aportándonos su indispensable fuerza laboral, son cultural, racial, económica, religiosa y costumbristamente diferentes. Un conflicto interno que está rompiendo las sociedades europeas en dos naciones, desbordando y degradando las estructuras de sus servicios públicos, marginalizando parte de las ciudades, generando conflictos de seguridad y, a mayor riesgo, aumentando la ola de populismo que crece sin cesar.
Nada – o casi nada - de eso sucede en la península ibérica. Como explicaba Ángel Villarino en uno de los últimos consejos editoriales de El Confidencial, asistimos a un raro fenómeno de autoprovisión de emigración propia; la absorción interesada de una población que ayer se fue y hoy retorna tal vez mezclada. Posiblemente, recibimos emigrantes como nadie, pero los asimilamos automáticamente en una veintena de años a más tardar (los que Ortega daba a una generación), porque somos nosotros mismos los que emigramos a nuestro propio país, a causa de que esos emigrantes -que son más de los que contamos por la enorme cantidad de dobles nacionalidades y situaciones asimiladas existentes- tienen nuestra sangre, comparten nuestra identidad, manejan nuestra cultura… son nosotros mismos.
Nuestro país está lleno de hispanos que son españoles en su identidad profunda, este es el hecho decisivo de la España de nuestro tiempo que tocamos con los ojos pero que no vemos plasmado en ideas. Una referencia que deriva de nuestra historia y que viene reforzado por la añadidura de que España es parte de la Unión Europea, con lo que ello significa para América, entre otras cosas y no la más banal, porque disponemos de una divisa alternativa al dólar que permite desplazarse económicamente con libertad por el continente y el mundo entero. Ello explica muchas cosas y resuelve el misterio del motivo de la actual bonanza económica española en comparación con Europa. Una bonanza que se palpa en nuestra vida más de lo que recogen las estadísticas, quizá porque muchas veces esos flujos dinerarios no recorren los caminos acostumbrados de los registros oficiales. La dinámica financiera que procede de los Estados Unidos (patria bancaria latina) a España a través del mundo hispano, es difícil de seguir y más de cuantificar, pero fácil de apreciar en consecuencias. Y se trata sólo de un ejemplo que, con caracteres diferentes, se extiende a otros ámbitos como el trabajo, la cultura, la vida… la enseñanza que reafirma la diferencia que separa lo que nos llega con la emigración a los españoles y lo que va a Europa.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fa28%2F1de%2F7a3%2Fa281de7a3e61864278c080098bee062a.jpg)
¿Qué hacer ante este hecho diferencial? Pues convertirlo intelectualmente, darle racionalidad y dominarlo desde el pensamiento. Eso significa, primero y ante todo, construir nuestra percepción desde ese acontecimiento que separa a España y a Portugal de Europa, adquiriendo los datos para entenderlo en toda su profunda dimensión y explicarlo a terceros (la Unión Europea) y a nosotros mismos, asumiendo las consecuencias jurídicas que de ello derivan en forma de normas propias y adecuadas. Y es que nuestro hecho diferencial requiere un tratamiento especial que implica, ante todo, reformular nuestro derecho de ciudadanía y la burocracia que lo tramita, nuestra convalidación de títulos, nuestras exigencias profesionales para trabajar; nuestros estudios universitarios y un largo etcétera. Se trata de adecuar nuestra estructura estatal a una realidad que tenemos delante, reforzando nuestras instituciones y también previendo los problemas que se plantean en seguridad, vivienda, flujos financieros…
Frente a eso, lo que hacemos es dar amplitud a una faceta del problema que sólo es parcialmente nuestra; la emigración que proviene de África que, además de cuantitativamente mucho menos importante, hasta ahora ha sido en buena medida de paso hacia otras naciones de Europa. Es decir, no somos contemporáneos de nuestra realidad, sino de una realidad europea que no es nuestra misma realidad y que únicamente puede ser combatida desde la idea que tengamos de lo que nos acucia a nosotros mismos. Por ello nuestra realidad nacional nos reclama situar las ideas donde antes han llegado los hechos. Unos hechos nacionales que por poco mediáticos que sean nos alejan de la sorda guerra civil en la que viven sumidos muchos de nuestros conciudadanos europeos.
*Eloy García, catedrático de Derecho Constitucional.
Hay quien sostiene que España es un país fuerte en hechos y débil en ideas, y basta una ojeada a lo que está ocurriendo en Europa en materia de emigración y compararlo con España, para aceptar que pudiera estar en lo cierto. En París, Londres, Roma … en la mayoría de las capitales del continente aparecen muestras patentes de la guerra civil hobbesiana que azota Europa. Una guerra subterránea entre naturales y emigrantes a los que muchas veces no separa un pasaporte, porque son varias generaciones foráneas las que ya lo exhiben legalmente.