La estrategia de 'El País' parece de repente tan vieja
Durante décadas, el periódico de Prisa ha intentado establecer el tono del debate en España. El fracaso de la nueva televisión, y su dependencia del Gobierno, evidencian los límites de esa misión
El presidente de Prisa, Joseph Oughourlian (i), el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c), y el presidente de la Generalidad de Cataluña, Salvador Illa. (Europa Press/Alberto Paredes)
El periódico francés Le Monde nació en 1945 en circunstancias muy particulares. Charles de Gaulle quería que, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y la derrota de los nazis, el país dispusiera de un diario totalmente desvinculado del pasado, que fuera moderno y cercano al nuevo poder político. De modo que propició su fundación desde el Gobierno y le concedió, además, una importante ayuda económica. A lo largo de los años, sin embargo, Le Mondese fue alejando del poder. Para demostrar su creciente independencia, le devolvió al Estado su ayuda, y acabó oponiéndose al gaullismo.
Con todo, nunca perdió su aire oficialista. Parecía que su trabajo no consistía tanto en dar noticias y exclusivas como en conformar los debates, establecer los temas importantes y marcar el terreno de juego dentro del cual debía producirse la conversación pública francesa. Muchos pensaban que era arrogancia. En un dossier publicado con motivo de su sesenta aniversario, a principios de este siglo, aún aparecían consignas que exhibían esa vocación: “participar en la formación del ciudadano”, “ayudarle a orientarse en el espacio público”, hacer “un esfuerzo de pedagogía”.
El País nació en circunstancias históricas que tienen algunos paralelismos. Sus fundadores, y quienes a lo largo de los años ochenta lo convirtieron en el periódico más importante de España, pensaban que su función era la misma que la de Le Monde. No consistía tanto en dar noticias como en establecer los límites de la conversación pública. Durante años, sus editoriales fueron una voz oracular que decía a los ciudadanos de qué había que hablar y en qué términos; en ocasiones, incluso, qué era legítimo y qué no. Los columnistas políticos y los críticos de libros o de cine parecían capaces por igual de trazar líneas bien definidas entre el bien y el mal. A diferencia de Le Monde, sin embargo, en esos años el periódico nunca se alejó del poder. Prisa tenía la capacidad de marcarle la agenda al PSOE.
Hoy, como estamos viendo con la accidentada fundación de una nueva cadena de televisión que el Gobierno quería que Prisa impulsara, eso ha cambiado. Quienes hacen El País siguen pensando que el periódico, con sus análisis, sus crónicas, sus reseñas, sus entrevistas, y alguna noticia ocasional, debe establecer las bases de la conversación pública. Pero hoy el PSOE es mucho más poderoso que Prisa. Y El País ya no le marca la agenda al Gobierno, sino que sigue la que este impone.
Una tele en tiempos de YouTube
El periódico ha hecho como si ese cambio no hubiera tenido lugar. En el pasado, Eduardo Haro Tecglen y José María Izquierdo escribían columnas para señalar a los periodistas que se salían del perímetro de lo que El País consideraba legítimo; su sucesor hasta hace pocos meses, Idafe Martín, hacía lo mismo, pero ese mecanismo era tan anacrónico que ha acabado trabajando directamente para el Gobierno. Los editoriales del periódico no tienen hoy el fragor de los oráculos; en lugar de marcar el camino al Gobierno, básicamente, denuncian a la oposición. Es más difícil tener autoridad para marcar el tono cuando no eres del todo autónomo.
Todas las empresas del sector están preocupadas por el auge de competidores nuevos y talentosos, como losyoutubers, los podcasters y los comunicadores de Twitter, todas se preguntan cuánta publicidad se irá a las redes o a Amazon, o cuántas personas estarán dispuestas a pagar una suscripción. Pero para algunos operadores de la izquierda anclados en los años noventa, la clave estaba en una licencia de TDT. El principal promotor de esta cadena que hoy está en suspenso,José Miguel Contreras, afirmaba hace unos días que su modelo era la MSNBC, una estación estadounidense basada en las noticias y las tertulias con un fuerte sesgo progresista que, como todas las que explotan esa fórmula, está sumida en una fuerte crisis de audiencia. También afirmaba que, si conseguía un 1,5% de share, esta nueva televisión podía ser rentable. Pero es asombroso que pensara que con ese porcentaje de audiencia podía influir en la opinión pública y contribuir a que Prisa marque el tono del debate que desea el Gobierno.
Hoy Le Monde es, aún, el primer periódico en lengua francesa. El País es, por número de suscriptores, por recursos y por influencia, el más importante de la lengua española. Pero el primero ha seguido teniendo relaciones ambiguas con el poder y el segundo no. A pesar de sus memorables inicios, y de su admirable filosofía periodística, ya no es más que otro competidor en un mercado mediático saturado y caótico, y está condenado a rivalizar con actores a los que hasta ahora miraba por encima del hombro. Explotar las relaciones con el poder para afianzar la posición como árbitro del buen gusto en materia política, intelectual y cultural es más ineficaz hoy que hace unas décadas. La parte de Prisa que lidera Oughourlian se ha dado cuenta. El PSOE parece que no. Es posible que los accionistas de la primera paguen la factura del equívoco.
El periódico francés Le Monde nació en 1945 en circunstancias muy particulares. Charles de Gaulle quería que, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y la derrota de los nazis, el país dispusiera de un diario totalmente desvinculado del pasado, que fuera moderno y cercano al nuevo poder político. De modo que propició su fundación desde el Gobierno y le concedió, además, una importante ayuda económica. A lo largo de los años, sin embargo, Le Mondese fue alejando del poder. Para demostrar su creciente independencia, le devolvió al Estado su ayuda, y acabó oponiéndose al gaullismo.