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El Walkman de Sony y por qué Europa está condenada con Trump
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Ramón González Férriz

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El Walkman de Sony y por qué Europa está condenada con Trump

La actitud del Gobierno de Estados Unidos con la UE, Alemania y Ucrania se entiende mejor si se recuerda que, hace cuarenta años, Trump inició una campaña contra otro de los grandes aliados de su país, Japón

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump, en su despacho. (Reuters/Kevin Lamarque)
El presidente de EEUU, Donald Trump, en su despacho. (Reuters/Kevin Lamarque)
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En los años ochenta, Donald Trump era un promotor inmobiliario que estaba desarrollando su fino olfato político. Empezaba a dominar el arte de ser famoso. Pagó anuncios a toda página en la prensa en los que exigía la pena de muerte para cinco inmigrantes que supuestamente habían violado a una mujer en Central Park, aunque luego se demostró que eran inocentes. Y mientras promocionaba su libro El arte de la negociación, que se convirtió en un best-seller, adquirió la costumbre de meterse con Japón.

En ese momento, este país era una obsesión para la élite estadounidense. En 1945, Estados Unidos había matado a más de doscientas mil personas en Hiroshima y Nagasaki, luego había tomado su capital, le había impuesto una Constitución y, en las décadas posteriores, se había gastado una fortuna en promover su economía destruida y en garantizar su seguridad. El resultado fue tan asombroso que en los años ochenta muchos estadounidenses daban por sentado que Japón adelantaría a su país y se convertiría en la primera economía del mundo. De hecho, Estados Unidos estaba inundado de productos japoneses como relojes, coches, vídeos y lo que se consideró un símbolo del dominio japonés: el omnipresente Walkman, el pequeño radiocasete personal con auriculares de Sony.

Para muchos, incluido Ronald Reagan, era una señal de que Estados Unidos debía espabilar e incentivar aún más la innovación tecnológica, pero no un motivo para romper su vieja alianza con el país asiático. Trump lo interpretó de otra manera. Pagó anuncios en la prensa en los que aseguraba que “durante décadas Japón y otros se han estado aprovechando de Estados Unidos”. Pidió aranceles inmensos para las importaciones japonesas y el fin de la ayuda militar. Y le dijo a Oprah Winfrey en una entrevista: “Si ahora vas a Japón e intentas venderles algo, olvídate, Oprah. Olvídate. En cambio, ellos vienen aquí, nos venden sus coches y sus vídeos y aplastan a nuestras empresas”. La campaña anti-japonesa contribuyó tanto a su popularidad que contempló la posibilidad de presentarse a las elecciones presidenciales de 1988.

La obsesión europea

Trump sigue anclado en sus obsesiones de los años ochenta, pero hoy ya no insiste tanto en Japón como en Europa en general y en Alemania en particular. Estados Unidos invadió una parte de esta, se gastó una fortuna en su reconstrucción y en poner en pie su economía, aún hoy paga su protección y, mientras, los alemanes inundan las calles de Nueva York con Volkswagen y Mercedes, los franceses prohíben que las fábricas queseras del Medio Oeste llamen a sus productos “Camembert” y, de acuerdo con el nuevo imaginario de la derecha radical, la UE se convierte en una gran cárcel socialista en la que se censura a las grandes empresas tecnológicas estadounidenses. Trump ya no necesita poner anuncios con esas ideas, porque dispone del púlpito presidencial, pero sus soluciones políticas son las mismas: aranceles, ruptura de la alianza militar y conversión de los viejos amigos en nuevos adversarios.

Trump sigue anclado en sus obsesiones de los años ochenta, pero hoy ya no insiste tanto en Japón como en Europa

Ese es el contexto en el que hay que entender las injerencias estadounidenses en la política europea y en las elecciones alemanas. No es solo que Trump, J. D. Vance y Elon Musk sientan simpatía por Alternativa por Alemania, es que creen que si el país se sume en el caos y se mantiene su declive económico, eso será, de acuerdo con su visión de la geopolítica como un juego de suma cero, una ganancia neta para América.

Pero también ayuda a entender la posición de Trump sobre Ucrania y las terribles palabras que ayer dedicó a Volodímir Zelenski, al que llamó dictador y especialista en engatusar a los americanos para sacarles dinero. Trump admira Vladímir Putin, un autócrata que ha acabado con la separación de poderes y domina la política utilizando a los oligarcas y manipulando el nacionalismo y la religiosidad. Pero más allá de eso, no quiere que Estados Unidos vuelva a cometer el error de sostener militarmente a un país extranjero, ayudarle a reconstruir su economía y luego ver cómo se convierte, si no en un competidor, cosa poco probable en el caso de Ucrania, sí en un actor internacional que mira por sí mismo.

Foto: Entrevista de Donald Trump y Elon Musk en Fox News. (Fox News)

Por eso Trump exigió un fantasmagórico derecho preferencial sobre las materias primas ucranianas a cambio de seguir apoyándole. Luego esa propuesta se ha desvanecido y cobra cuerpo otra opción aún más siniestra: dejar caer a Ucrania y conseguir de Putin concesiones no a esta, sino a Estados Unidos: el acceso a los mercados rusos tras el levantamiento de las sanciones, su distanciamiento de Pekín y ciertas garantías sobre el Ártico. Para Trump es algo evidente: ¿por qué cometer el mismo error por tercera vez?

Esta visión rompe la noción de Occidente, y es muy dura para Alemania y catastrófica para los países que Rusia considera su “zona de influencia”. Pero el orden de posguerra no podía durar para siempre y la obligación de Europa era prepararse para ello. No lo ha hecho. Independientemente del resultado electoral del domingo, Alemania tendrá que enfrentar sus largamente aplazadas contradicciones ideológicas, que le han impedido actualizar su economía, invertir en defensa y enfrentar como se debe a Rusia. Le costará mucho. La supervivencia de Ucrania dependerá por completo de su propia heroicidad, respaldada solo por la retórica ambigua de los europeos y un poco de su dinero. Y la UE iniciará un trayecto lento y penoso hacia su propia emancipación que durará décadas, si es que no se descompone antes.

En el origen está el Walkman de Sony. Pero no era algo fácil de entender.

En los años ochenta, Donald Trump era un promotor inmobiliario que estaba desarrollando su fino olfato político. Empezaba a dominar el arte de ser famoso. Pagó anuncios a toda página en la prensa en los que exigía la pena de muerte para cinco inmigrantes que supuestamente habían violado a una mujer en Central Park, aunque luego se demostró que eran inocentes. Y mientras promocionaba su libro El arte de la negociación, que se convirtió en un best-seller, adquirió la costumbre de meterse con Japón.

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