Rumbo Inversor
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Las tres pruebas del algodón para la rentabilidad
Habitualmente tendemos a sentirnos satisfechos por las rentabilidades que año a año generan nuestras inversiones. Sin embargo, ¿hasta qué punto debemos estarlo?
Habitualmente tendemos a sentirnos satisfechos por las rentabilidades que año a año generan nuestras inversiones. Sin embargo, ¿hasta qué punto debemos estarlo?, ¿son tan buenas como pensamos?, ¿nos estamos perdiendo oportunidades? Para saberlo, lo mejor es realizar las tres siguientes pruebas:
1º) Calcular la rentabilidad media de los ahorros
No solo debemos que tener en cuenta las que han ido bien (de las que habitualmente presumimos), también debemos considerar las malas y sobre todo aquellas que no hemos realizado, es decir el dinero que no ha rentado. Esto último pocas veces se mete en la ecuación y es muy relevante.
Pongamos dos ejemplos. Un ahorrador que haya obtenido una rentabilidad de un 20% en una inversión a la que dedicó el 10% de su patrimonio y haya dejado el resto de su ahorro en cuenta corriente, habrá obtenido un 2% de rentabilidad media. Por otro lado, quien haya obtenido el 5% en una inversión que represente el 80% de su patrimonio y haya dejado improductivo el 20% restante habrá revalorizado su capital un 4%. El segundo ahorrador ha ganado el doble que el primero a pesar de haber elegido una inversión mucho menos rentable. Por último, para no hacernos trampas a nosotros mismos es muy importante hablar siempre de rentabilidades netas descontando todo tipo de gastos, comisiones e impuestos.
2º) Analizar la sostenibilidad del resultado
Es igual o más importante no perder que ganar. Y en el caso de que asumamos pérdidas, es primordial que sean lo menores posibles. Por ello debemos fijarnos también en las rentabilidades que generan los activos en años malos. Normalmente decidiremos invertir mayor parte del capital en los activos con menor probabilidad de sufrir pérdidas significativas y un porcentaje menor en aquellas inversiones más agresivas.
Dentro de los activos de similar riesgo, es más representativo fijarse en la rentabilidad anualizada a largo plazo que utilizar el resultado de un año concreto. No obstante, destaco que este dato tiene truco cuando las rentabilidades anualizadas corresponden a periodos muy largos de tiempo. Se han obtenido en entornos con elevada inflación y cuando el rendimiento del activo “libre de riesgo” era mucho más alto que el actual. Por lo tanto, la rentabilidad real (descontada la inflación) o adicional a la del activo “sin riesgo” de la inversión es mucho más baja de lo que parece.
3º) Comparar con las alternativas reales
Los humanos tenemos mecanismos de defensa que empleamos para defendernos de emociones o pensamientos que nos producirían ansiedad. Por ello tendemos a comparar nuestras inversiones con otras que han ido peor para justificar nuestra decisión. Si hemos perdido dinero nos comparamos con aquellas inversiones que han perdido más, si nos ha ido relativamente bien nos fijamos en la rentabilidad media de los demás.
Lo que debemos hacer es comparar la rentabilidad obtenida con las de otras opciones que en el pasado nos planteamos realizar. Por ejemplo, no sirve de justificación comparar el resultado de un fondo con los de los fondos superventas de las grandes entidades financieras o con aquellos que siguen de cerca a los índices con elevadas comisiones si no nos hemos planteado en ningún momento invertir en ellos porque no los consideramos buenas alternativas.
Por otro lado, cada inversión debe medirse con otras que sean excluyentes. Volviendo al ejemplo del primer punto. Si el inversor que realizó la inversión que generó el 20% se hubiese planteado realizar otra adicional que hubiera generado el 7%, debe comparar esa rentabilidad con la de la cuenta corriente, no con el 20% obtenido en la primera inversión.
En conclusión, muchas veces somos demasiado complacientes con los resultados de las inversiones. Deberíamos ser más exigentes. Como decía el anuncio de televisión, el algodón no engaña.
Habitualmente tendemos a sentirnos satisfechos por las rentabilidades que año a año generan nuestras inversiones. Sin embargo, ¿hasta qué punto debemos estarlo?, ¿son tan buenas como pensamos?, ¿nos estamos perdiendo oportunidades? Para saberlo, lo mejor es realizar las tres siguientes pruebas: