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La 'descarbonización' de la Unión Europea
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Carlos Cancela

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Carlos Cancela

La 'descarbonización' de la Unión Europea

Desde hace un par de años los máximos responsables de la Unión Europea hablan con mucha frecuencia en todos sus discursos sobre la obligada descarbonización. Europa,

Foto: Pruebas de emisiones de CO2 realizadas en ciudad de acuerdo con el nuevo protocolo para el nuevo ciclo WLTP.
Pruebas de emisiones de CO2 realizadas en ciudad de acuerdo con el nuevo protocolo para el nuevo ciclo WLTP.

Desde hace un par de años, los máximos responsables de la Unión Europea (UE) hablan con mucha frecuencia en todos sus discursos sobre la obligada 'descarbonización'. Europa, que desde hace más de 30 años ha basado su política en reducir las emisiones de CO2 haciendo la vista gorda ante los contaminantes reales, continúa con el mismo discurso. Se trata de reducir las emisiones de CO2. Ese es el objetivo prioritario, según Bruselas.

Sí, ese es el discurso político, eso es lo que hay que decir para llenar los titulares y para que los ciudadanos se den cuenta de la cantidad de cosas que se están haciendo. Para los políticos, sean del país que sean, pero aún más exagerado en el caso de los instalados en Bruselas, lo importante es dar un buen titular. Y eso de la 'descarbonización' suena muy bien. ¿Pero qué hay detrás?

Supuestamente, hasta ahora se empleaban mayoritariamente motores de gasóleo, que emitían relativamente poco CO2, pero que por el contrario provocaban graves emisiones contaminantes, sobre todo de óxidos nitrosos y de partículas en suspensión. Si se quiere plantear de verdad la 'descarbonización', hay que aprovechar un momento ideal para cambiar la situación. Los motores diésel tienen unas emisiones de CO2 digamos que razonables. O al menos un punto de referencia. Lo que hay que buscar es que cada coche diésel que se deje de vender sea sustituido por uno que provoque menos emisiones de CO2 y del resto de sustancias contaminantes.

Pero la realidad es completamente distinta a esta teoría tan utópica y tan de titular. Solo hay que mirar las ventas de la UE del primer trimestre del año. Las matriculaciones de coches diésel se han reducido un 17% con respecto a las cifras del mismo periodo de 2017. Y parece un buen dato, una información que se ha destacado en muchos medios de comunicación como un verdadero éxito para el medio ambiente.

Solo se puede descarbonizar si cada coche diésel que deje de venderse se cambia por uno de gas natural, GLP, híbrido enchufable o eléctrico

Ese es el titular, y la parte menos destacada de esa noticia es que las ventas de coches de gasolina han aumentado un 14,6% en ese mismo periodo. También se destaca mucho el crecimiento de las matriculaciones de vehículos de energías alternativas: un 26,7 % en el territorio europeo en el primer trimestre.

Para completar realmente el análisis de la situación hay que dar no solo esos porcentajes de variación, sino los números reales de los coches nuevos vendidos en Europa. Se han vendido 1,57 millones de unidades diésel; 2,3 millones de gasolina; y 271.000 vehículos que emplean cualquier tipo de energía alternativa. De un total que supera los cuatro millones de vehículos.

Más emisiones de CO2

Cada coche nuevo de gasolina que se vende en lugar de un diésel supone, a igualdad del tipo de vehículo, aumentar al menos en un 25% las emisiones de CO2. Y con los coches actuales no hay diferencias destacadas en cuanto a otras sustancias contaminantes entre un diésel y un gasolina de última generación. La única manera de 'descarbonizar' el mundo del automóvil en Europa es que cada coche diésel que deje de venderse se cambie por uno de gas natural, de GLP, un híbrido enchufable o, en el mejor de los casos, por uno eléctrico. Pero cambiar diésel por gasolina es una tomadura de pelo para los ciudadanos europeos.

La otra parte que nadie cuenta en Bruselas, pero que en realidad es la razón por la que se hace, es que por cada coche nuevo de gasolina vendido en sustitución de un diésel se paga un 30% más de impuestos en el carburante. Los políticos de Bruselas, como los de España, Francia o Suecia, lo único que buscan es aumentar los impuestos, porque luego ya están ellos para decidir cómo 'invertir' ese dinero. Así, habrá más dinero para el tren de alta velocidad, el gran negocio de nuestros políticos, o para hacer más carreteras, aunque no hagan falta esos tramos concretos, o para hacer más aeropuertos sin aviones o para más chanchullos en general. Y sobre todo, más dinero para los sueldos de los funcionarios europeos y de sus dietas.

placeholder La Unión Europea quiere reducir las emisiones de CO2, pero las ventas de vehículos de gasolina suben. (EFE)
La Unión Europea quiere reducir las emisiones de CO2, pero las ventas de vehículos de gasolina suben. (EFE)

Hay otro factor importante que no debemos olvidar. Los fabricantes de automóviles deberán reducir un 30% las emisiones de CO2 entre 2015 y 2020. Los que no lo cumplan, y serán mayoría por el aumento de las ventas de coches de gasolina y por la nueva forma de medir las emisiones, deberán pagar fuertes multas. Más dinero para las arcas públicas, para repartir en los nuevos 'negocios'. Y se pondrán en peligro más de 300.000 puestos de trabajo directos y más de 1,5 millones de empleos indirectos relacionados con la fabricación de coches.

La idea clave en Bruselas de cara a los ciudadanos es la de reducir las emisiones de CO2, la 'descarbonización', pero si con el plan actual se aumentan los ingresos públicos de la UE y las petroleras están contentas con el aumento del consumo, supuestamente ganan todos. Y los ciudadanos pagamos más. Lo demás, son solo titulares. Como lo son los planes de ayuda, que son un camelo del que se habla seis meses pero duran un solo día. O la supuesta neutralidad energética de la que tanto alardea el Gobierno de España.

Desde hace un par de años, los máximos responsables de la Unión Europea (UE) hablan con mucha frecuencia en todos sus discursos sobre la obligada 'descarbonización'. Europa, que desde hace más de 30 años ha basado su política en reducir las emisiones de CO2 haciendo la vista gorda ante los contaminantes reales, continúa con el mismo discurso. Se trata de reducir las emisiones de CO2. Ese es el objetivo prioritario, según Bruselas.

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