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¿Policía asesina en Europa? Privilegiados indignados en Madrid y la realidad
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Javier Brandoli

Crónicas de tinta y barro

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¿Policía asesina en Europa? Privilegiados indignados en Madrid y la realidad

Retrato de la policía en la aldea global: de EEUU a México, Etiopía, Egipto o Tailandia

Foto: Una protesta en Liege, Bélgica. (EFE)
Una protesta en Liege, Bélgica. (EFE)
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Una peculiaridad que veo ahora en los europeos, tras vivir 10 años fuera, es la de imitar los miedos y odios ajenos. Las ideas y sociedades del viejo continente son siempre presuntas culpables, de todo, hasta de las muertes de los otros. Sus valores no son suficientemente fiables sin la certeza de poder demolerlos. “A los occidentales os gusta teorizar sobre todo. En China somos más prácticos”, que me dijo una colega china en México. Tan débiles, tan obsesionados con mimetizar todo, tan deseosos de planificar una emocionante revolución bajo el aire acondicionado del metro, que los europeos están demoliendo un estado de bienestar que funciona razonablemente bien, pese a injusticias y defectos, para emprender una travesía en el desierto por los extremos.

En Madrid, Barcelona, Roma, Londres, Bruselas… se han producido manifestaciones el domingo pasado en contra del racismo en el que algunos manifestantes han coreado mensajes de “policía asesina”. El eslogan viene importado de Mineápolis como se importan las hamburguesas del Mc Donalds. ¿Qué Policía es asesina? Hay muchas cosas que se aprenden viviendo y viajando por diversos lugares, por simple comparación, sin necesidad de reflexionar más nada que no sea salir a la calle. Una de ellas es que en España, es extensible a casi toda Europa, la Policía es extremadamente fiable. Cuando se aterriza en Madrid o en Roma, y se viene de determinados países, una de las novedades es sentirse seguro si se ve un agente. La diferencia no es sólo que la mayoría de agentes son fiables y honestos, es que los que no lo son los depura el mismo sistema. El sistema es lo fiable, luego vienen las personas. ¿Fallos? Algunos, muy pocos.

Hay muchos países del mundo donde algunos agentes protegen y otros extorsionan, roban, matan… Nada es un 100% en estas afirmaciones, nunca, pero el grado de corrupción es tan profundo que lo único que a veces pueden hacer los policías honrados es no participar de las corruptelas. No matan en estos países a George Floyd, un estadounidense cuyas imágenes de su muerte estremecen, sino que sus delitos son con tanta rutina que los indignados manifestantes de la aldea global por la muerte del afroamericano les importa un carajo por una doble máxima de la globalización: no sale en la pantalla de sus teléfonos móviles y si sale es complicado colocar el país en el mapa.

Foto: Guardería en una zona controlada por la Mara Salvatrucha en El Salvador. (Javier Brandoli) Opinión

Polinarcos mexicanos

“Ayúdeme a ayudarle” era una de esas enrevesadas frases de la Policía de México cuando pedía mordidas. No es un problema sólo endémico, es sencillamente inabarcable e impune. Claro que hay también agentes honrados, pero es el sistema el que en el global está podrido. Va desde los agentes que uno podía ver cobrando descaradamente mordidas a los aparcacoches de las zonas de marcha de Ciudad de México, hasta los secuestros y asesinatos por policías que trabajaban para células criminales. El crimen en México tiene cifras indigeribles. En 2019, hubo 35.588 muertos y se alcanzaron los 61.000 desaparecidos en el país al sur de Estados Unidos. La Policía es responsable de una parte de esa monumental cifra (también de los muchos crímenes que agentes honestos evitan). ¿Alguna manifestación en Europa en este sentido? ¿La Policía mexicana es comparable a la Policía europea? ¿La de Estados Unidos sí lo es?

“'Es mejor vivir aquí que perder la vida', dice Néstor Gómez. Lo dice bajo una lona de plástico, sin apenas comida ni medicinas, rodeado de refugiados, entre ellos ancianos y niños, que viven en medio del campo desde hace meses cuando empezaron los ataques, los disparos, las quemas de las casas, las tomas de tierras, la muerte y los partos en medio del monte de mujeres embarazadas que apenas tuvieron tiempo de tomar a sus otros hijos y llevarlos a esconderse a las montañas”. Ese fue el inicio del último largo reportaje de violencia que hice en México, mediados de 2018. Cientos de desplazados vivían desde hacía meses ocultos en diversos puntos de las montañas de los Altos de Chiapas, entre los municipios de Chenalhó y Chalchihuitán, por ataques que en ocasiones protagonizaban policías municipales y paramilitares.

Europa es un privilegio en muchas cosas y la policía es una de ellas.

Lo que encontré allí era un escenario de refugiados de guerra. Niños y ancianos atemorizados, durmiendo bajo una lona en el campo a la intemperie. A unos kilómetros visité sus casas quemadas y llenas de disparos de balas de alto calibre. No es que la Policía no hiciera nada para ayudar a las víctimas, es que la Policía Municipal formaba parte del pelotón de verdugos.

El poeta Javier Siclia, el hombre que más gente ha movilizado en el país en contra de la violencia con su Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad tras el asesinato de su hijo (2011), me contó en Cuernavaca que buscando desaparecidos se encontraron con "una fosa con cientos de muertos en un cementerio. Encima habían colocado tumbas normales”. Esos muertos eran muertos de la fiscalía estatal que enterraba allí sus “deslices”. Hay decenas de fosas iguales.

placeholder Un campamento de refugiados en Chiapas (Javier Brandoli)
Un campamento de refugiados en Chiapas (Javier Brandoli)

En 2015, escribí una pieza que se tituló “La impune tortura policial en México”. El artículo señalaba que en 2013 hubo 1.515 denuncias por actuaciones ilegales de agentes y se abrieron sólo 13 investigaciones. Daba un dato aún más clarificador de Amnistía Internacional: “El 64% de los mexicanos tienen miedo a ser torturados si son detenidos”.

Es complicado enjuiciar a la Policía mexicana en determinadas zonas donde la violencia del narco es aterradora. El país con la gente más cálida y generosa en el que he vivido tiene un demonio dentro que se alimenta de la carencia de estado de derecho. En 2019, el primer año de gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el populista mexicano que prometió pacificar el país, se ha alcanzado el récord de 35.588 homicidios. El presidente, en medio de este drama apareció en un video saludando calurosamente a la madre del narcotraficante más famoso, El Chapo Guzmán, el pasado 30 de marzo. La escena, como simbólica, era demoledora. El jefe máximo del país, del Ejército y la Policía, se acercaba a saludar a la madre del mayor narco, culpable de miles de muertes, y se iba del brazo de su abogado.

Tailandia y su polisex

En Bangkok la sensación que se tiene es que todo está en venta. La ciudad es una especie de gran bazar de las perversiones donde uno puede ir a sentir por la mañana la espiritualidad de los templos budistas y por la noche pagar por ver a jóvenes que maquillan para que parezcan niñas mientras se desnudan en una jaula con un número pegado en su ropa interior. Tailandia es ese país extraño donde uno se levanta en el cine a escuchar el himno o tiene prohibido criticar bajo pena de cárcel a un rey que la cuarentena de la pandemia la ha pasado con 20 concubinas en un hotel de lujo en los Alpes. Su policía encaja perfectamente en ese ecosistema.

“La Policía aquí es muy corrupta. Tener cuidado al pasar la frontera a Camboya y al retornar de Laos (hacíamos un largo viaje por tierra en la zona). Algunas veces plantan droga en las maletas o bolsas y es muy peligroso”, nos decía una amiga tailandesa que nos alojó en su casa y que quizá tenía un exceso de celo de convertir lo casual en norma. La corrupción policial, en todo caso, no se mide con los turistas, cuyos casos siempre hacen mucho ruido en los medios, sino con la población local. Un occidental muerto un día es noticia en cualquier lugar en el que cada día pueden morir 50 locales sin que se altere nada. Los agentes lo saben.

placeholder Una vendedora de cerveza en Bngkok (J.B)
Una vendedora de cerveza en Bngkok (J.B)

Una noche salimos con nuestra amiga y su novio por los barrios sexuales de Bangkok, Soi Cowboy y días después Pat Pong. El ambiente es cutre, indigesto, lleno de tipos borrachos de este turismo del sudeste asiático masivo en el que cuatro generaciones disfrutan a la vez de drogarse y excitarse en low cost. “Los agentes se ponen ahí fuera para hacer controles de droga y luego piden mordidas. Si no pagas puedes acabar en la cárcel. Además, la Policía está relacionada con muchos de los dueños de estos locales donde hay chicas que traen del campo, sin cultura, y las ponen a trabajar casi a la fuerza. Los burdeles pagan sobornos a los agentes”, explicaba ella. Algunos grandes medios internacionales han hecho reportajes sobre esto.

El informe de la organización GAN Anti-Corruption señala sobre la policía tailandesa: “La corrupción de la Policía es generalizada. Cuatro de cada cinco tailandeses creen que la mayoría o totalidad de sus agentes son corruptos y que la Policía es la institución más corrupta del país”.

Un Ak-47 en el estómago

En Mozambique la impunidad y corrupción policial era lacerante. Una noche, a la una de la madrugada, íbamos mi amigo portugués José y yo en un taxi por Maputo, en la concurrida Avenida Julius Nyerere cuando nos paró un control policial de la policía militar. Los soldados, armados, empezaron a pedirnos papeles. Encontraron un estúpido problema en la residencia de José, que tenía una carta sellada a la espera de recibir el carnet que siempre tardaba porque en Inmigración faltaban las tarjetas, y empezó el baile. Esta vez estuvo feo porque el que ejercía de líder estaba violento y excitado y acabé con su AK-47 en mi estómago y su cara muy cerca cuando protesté por el dinero que imponían de multa a Jose (al cambio, unos 25 euros).

Esto es sólo un ejemplo de un país que recorrí repetidamente de norte a sur y donde los intentos de “asalto” policiales eran frecuentes. No maximicen el problema, era sólo incómodo, pero llenaría mucho más texto contando cosas normales y buenas que se vivían allí. A todo se aprende, y a pelear con la Policía también, y al final no parabas cuando te daban el stop, los mandabas a hacer puñetas al bajar la ventanilla o te morías de risa con ellos ante intentos de mordidas absurdos. Me han querido multar por llevar el brazo por fuera del coche, por llevar maletas de turistas cuando la tarjeta decía que el vehículo podía llevar nueve personas pero no especificaba nada de las maletas (organizaba también viajes en África) o por exceso de velocidad con un radar que, al acercarme, no funcionaba.

Foto: Cría de gorila en Uganda. (Javier Brandoli) Opinión

Fallaba el sistema. Junto a mi pareja, afrontamos un juicio penal contra un esquizofrénico que la acosaba y nos amenazaba de muerte. Todo el proceso fue surrealista, incluso conseguir que lo internaran, para acabar sabiendo que lo habían soltado de nuevo sin cumplir la pena porque no podían alimentarlo en el siquiátrico.

La situación es tan caótica y normalizada entre la población que en 2017 el ministro del Interior, Basílio Monteiro, le pidió públicamente a sus agentes que “abandonaran los endémicos comportamientos incorrectos”. En 2018, la Procuradora General de la República, Beatriz Buchili, dijo que “no podemos continuar a registrar casos de colegas envueltos en casos de corrupción y otros grandes crímenes”, y anunció una política de investigación de sus propios agentes.

Etiopía y su espiral de muerte

Un ejemplo claro de esa violencia y mordidas institucionalizadas en el continente africano por los agentes, mal pagados y con la autoridad suficiente para compensar sus nóminas, es Etiopía. Tras un viaje desde Sudán a Kenia regado de paradas policiales, lo peor llegó al final, en la frontera de Moyale, donde casi acabamos detenidos. Era domingo, nos sellaron los pasaportes de salida con celeridad y al ir después a hacer el papel de la aduana para el coche nos dijeron que al ser festivo el agente estaba descansando y estaba cerrado. Por supuesto, había la opción generosa de pagando un dinero conseguir que el policía viniera. Éramos ilegales para volver atrás y a la vez no podíamos sacar nuestro vehículo e ir adelante. La bronca fue descomunal, estuvimos a punto de llegar las manos y dos horas y cientos de gritos después, el agente apareció tras negociar una rebaja en la tarifa con su compinche. Genera una impotencia enorme sentirte robado por un policía.

placeholder Etiopía, cerca de la frontera con Kenia (J.B.)
Etiopía, cerca de la frontera con Kenia (J.B.)

No es nuevo, es un problema estructural. Un informe de 2017 del Anti-Corruption Resource Centre, señala que “la Policía etíope actúa por su cuenta y con impunidad. Durante el reciente estado de emergencia, un cuerpo ejecutivo llamado Command Post, administró la seguridad con amplios poderes, incluida la capacidad de detener personas. Los detenidos, incluidos niños, fueron incomunicados y los investigadores policiales usaron el abuso físico y psicológico”. El informe se basa en una investigación del Departamento de Estado de EEUU y concluye asegurando que “la corrupción dentro de la Policía se percibe como desenfrenada y la solicitud de sobornos generalizada. Las empresas deben pagar a los policías para que los protejan”.

En las recientes protestas de octubre de 2019 vividas en la región de Oromia, la Policía mató al menos a 75 personas, asegura Al Jazeera. Es algo que se repite, cada cierto tiempo, como en las protestas de 2016 donde se habla de al menos 90 fallecidos por la intervención de las fuerzas de seguridad, o en 2015, donde la cifra oficial habla de 72 decesos.

placeholder Gondar, Etiopía (J.B.)
Gondar, Etiopía (J.B.)

En la corrupción policial africana hay de todo, claro, países mejores y peores, pero según un estudio de Transparency.Org sobre porcentaje de población que paga mordidas a policías en el África subsahariana, en República Democrática del Congo alcanza el 75% de la población; Guinea, 61%; Benin, 52%; Uganda, 49%; Kenia, 48% y Nigeria, 47%. Hay también países con cifras mejores, entendiendo que pagar mordidas a la Policía sólo tiene una cifra buena que es el 0%, como Cabo Verde con un 3%; Mali, 5% y Botsuana, 7%.

En mi experiencia debo decir que en cinco años de vivir y recorrer diversas partes de África tuve un intento de robo sin gravedad en Lusaka, Zambia, por ciudadanos normales, y decenas de intentos de robo o soborno de todo tipo de fuerzas de seguridad de muchos países.

Egipto y la tortura de Giulio Regeni

El país nos recibió con un bofetón de corrupción policial al entrar con el coche por el puerto de Damietta y nos despidió con otro en el embarcarlo en Asuán camino de Sudán. ¿Y en las semanas del medio? Corrupción por todas partes.

En una ocasión, en medio del país, acabamos sin gasolina en un momento en el que había desabasto por el cercano golpe de estado de Al Sisi. Unos militares a los que preguntamos se ofrecieron a acompañarnos a conseguir diesel. Nos llevaron hasta una casa en medio de la nada de la que salió un anciano. Los amables soldados, que hablaron con el tipo que sacó varias garrafas y nos llenó el depósito, nos pidieron el dinero para hacer el pago. Se lo dimos y mientras arrancábamos para irnos vimos como daban un empujón al anciano y se quedaban el dinero con gesto desafiante. Nos usaron para robar al hombre. Cuando preguntamos si había algún problema, nos hicieron gestos de que nos marcháramos entre sonrisas y el silencio de la víctima. No habían robado a unos turistas, habían robado a un compatriota. El anciano tenía los ojos rojizos de rabia.

placeholder El Cairo (J.B.)
El Cairo (J.B.)

El descaro y agresividad del abuso policial en Egipto nos llamó la atención. Dos años después de ese viaje pasaba el caso del italiano Giulio Regeni, un estudiante que para su tesis investigaba sindicatos independientes y la economía informal (un tema polémico en Egipto), y cuyo cuerpo sin vida apareció en una cuneta de la autopista con claros signos de tortura.

Conozco a personas que trataron en El Cairo con Giulio, incluso que investigaron allí lo ocurrido. Parece evidente que fue detenido y torturado por los servicios de inteligencia egipcios. La investigación ha sido una pantomima. Total impunidad y total indiferencia más allá del obligado teatro diplomático para un ejemplo de que la muerte de un occidental sirve al menos para levantar la alfombra de algo que es recurrente con los locales. Recuerdo en Asuán, justo antes de tomar el barco que nos llevaría a Sudán, a una joven recepcionista de nuestro hotel que al ver pasar un vehículo con militares nos dijo “esos son los culpables de que mucha gente desaparezca cada día, pero a nadie le importa”. Unos agentes similares a esos debieron detener a Giulio. Según un amplio informe realizado por Reuters, desde mediados de 2015 hasta abril de 2019, 460 personas fueron asesinadas en Egipto por las fuerzas de seguridad.

China, Estados Unidos, Rusia…

¿Se sentirían ustedes seguros si tuvieran un problema con policías de China, Estados Unidos o Rusia? ¿Más o menos seguros que en España? Los ejemplos del texto quizá les parecieron países muy desestructurados: africanos, latinoamericanos, sudeste asiático…. Es complicado encontrar una lista oficial por países de personas muertas a manos de la Policía. Las hay diversas. Casi todas señalan a Venezuela, El Salvador, Brasil, Estados Unidos, Filipinas, Siria, Sudáfrica, México, … como los países donde más personas mueren a manos de agentes. Hay una relación directa, claro, entre esas cifras y su propia delincuencia.

Para que usted esté seguro hay veces que alguien se mancha las manos. La clave es la proporción y legalidad de esos actos. Una multa es legal hasta que la cobra el agente. Un disparo debe ser el último recurso de un policía. España y Europa, en todas las listas consultadas, aparecen en el lado opuesto a esos países, en algunos casos con cero muertes a manos de agentes en 2019 y en 2020. Europa es un privilegio en muchas cosas y la policía es una de ellas. Ahí fuera, al otro lado de las pantallas de tantos teléfonos de manifestantes europeos del pasado domingo, es donde hace mucho frío. Es injusto mezclar ambas realidades. Es peligroso también.

Una peculiaridad que veo ahora en los europeos, tras vivir 10 años fuera, es la de imitar los miedos y odios ajenos. Las ideas y sociedades del viejo continente son siempre presuntas culpables, de todo, hasta de las muertes de los otros. Sus valores no son suficientemente fiables sin la certeza de poder demolerlos. “A los occidentales os gusta teorizar sobre todo. En China somos más prácticos”, que me dijo una colega china en México. Tan débiles, tan obsesionados con mimetizar todo, tan deseosos de planificar una emocionante revolución bajo el aire acondicionado del metro, que los europeos están demoliendo un estado de bienestar que funciona razonablemente bien, pese a injusticias y defectos, para emprender una travesía en el desierto por los extremos.

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