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La paz tras el genocidio: "Mi vecino mató a mi familia, hoy nos saludamos por la calle"
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María Ferreira

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La paz tras el genocidio: "Mi vecino mató a mi familia, hoy nos saludamos por la calle"

Burundi cubre sus heridas con vendas de silencio, subestimando el poder y la influencia que sigue teniendo el genocidio de 1972 sobre el presente

Foto: Jóvenes bailan en Buyumbura, Burundi. (María Ferreira)
Jóvenes bailan en Buyumbura, Burundi. (María Ferreira)

"Los militares decretaron que los hutus éramos como virus que debían ser eliminados de Burundi", explica Luc Nkunda, periodista burundés. "Sin embargo, para los ciudadanos alejados de la política, la violencia nos cogió por sorpresa. Hutus y tutsis éramos vecinos, amigos, compañeros de trabajo. El conflicto no surgió porque nos odiáramos; se gestó entre las manos de los poderosos y nos soltaron como perros a defendernos a dentelladas. Nos decían que los tutsi nos matarían. A los tutsi les decían que los hutu les matarían. Todos acabamos asesinando o huyendo para sobrevivir".

Tras una rebelión iniciada por los hutus en abril de 1972, el régimen del entonces presidente tutsi, Michel Micombero, lanzó una campaña de represión étnica que se saldó con decenas de miles de muertos, con estimaciones que superan los 100.000. Al episodio se le conoce como "Ikiza", que puede traducirse como "la gran calamidad" o "la catástrofe".

Burundi cubre sus heridas con vendas de silencio, subestimando el poder y la influencia que siguen teniendo el genocidio sobre el presente. Aunque la herida es latente y a veces sangra, Burundi es un país en el que la palabra paz —“amahoro”, en kirundi— se dice, se escribe, se construye y se trabaja a diario. Algunos definen la paz como la ausencia de guerra; otros hablan de poder dormir sin miedo a ser asesinados; los más jóvenes mencionan la seguridad en las calles y los analistas políticos tratan de diseñar estructuras para evitar nuevos conflictos.

Foto: Una tienda en Mogadiscio. (Reuters/Feisal Omar) Opinión

La paz proclamada es un gran avance en un país asolado por un genocidio brutal. Sin embargo, no se pueden anclar mecanismos para garantizar la estabilidad sin un análisis profundo del pasado. “Pretender que todo conflicto está resuelto en Burundi tiene el riesgo de que en algún momento la herida vuelva a abrirse”, explica Patrick Hajayandi, investigador y analista político en el Instituto de Justicia y Reconciliación de Sudáfrica y Burundi. "Nuestra historia yace en un charco de sangre, ignorarla está afectando a nuestro presente, especialmente entre la comunidad hutu".

Durante el colonialismo belga en Burundi, se decidió que los tutsi tomaran el control del gobierno mientras que los hutu fueron forzados a obedecer y todos aquellos que tenían puestos de poder fueron destituidos. La falta de representación de este grupo étnico en la política se mantuvo hasta muchos años después de que Burundi lograra su independencia. Cuando Ruanda, al poco tiempo de independizarse, sufrió la masacre de los intelectuales tutsi, sus homólogos en Burundi reaccionaron aferrándose al poder.

En 1966, el coronel Micombero, tutsi, derrocó al rey Ntare V y estableció una dictadura militar extremista que provocó una revuelta en 1972. Micombero interpretó la revolución como si esta estuviera inspirada en el levantamiento de una década atrás en la vecina Ruanda, el cual provocó la masacre de los tutsis. Por ello, comenzó a asesinar indiscriminadamente a los hutus de Burundi. “Burundi era ya uno de los países más pobres del mundo cuando estalló la guerra”, afirma el periodista Luc Nkunda. "El sufrimiento durante el genocidio fue brutal, prácticamente todas las familias del país lo perdieron todo en beneficio de unos pocos".

"Un día alguien le contó a mi madre que mi hermano estaba muerto y que se lo habían ocultado para que ella siguiera pagando".

El genocidio de 1972 moldeó las percepciones étnicas en el país. Patrick Hajayandi recoge testimonios de supervivientes del conflicto en un documental en el que trata de explicar la importancia de este evento silenciado por la comunidad internacional. "No fue solo la violencia lo que definió el genocidio, también el silencio dio forma a la división entre tutsis y hutus".

En 1993, Melchior Ndadaye fue elegido presidente en Burundi; se trataba del primer presidente hutu. Tres meses después de su nombramiento, fue asesinado por las Fuerzas Armadas del país, compuestas mayoritariamente por tutsis. Esto provocó una nueva oleada de violencia por todo el país; los hutus comenzaron a matar a los tutsis como venganza y los militares respondieron asesinando a hutus indiscriminadamente. La violencia fue reactiva. “Los hutus interpretaron el asesinato del presidente como una señal de que nada había cambiado desde 1972”, explica Patrick Hajayandi.

“Arrestaron a mi hermano, acusándolo de defender al presidente hutu”, explica Marie Nsekera, vendedora en un puesto de fruta de Bujumbura. "Todas las semanas venían unos soldados a casa a pedirle dinero a mi madre para ‘gestionar’ su libertad. Les dábamos el dinero que pedían, por supuesto. Un día alguien le contó a mi madre que mi hermano estaba muerto y que se lo habían ocultado para que ella siguiera pagando. Al parecer era una práctica bastante común. Ella dijo que ya lo sabía, que sabía que mi hermano estaba muerto, pero le aliviaba fingir que estaba vivo y pagar lo hacía un poco más real".

Foto: Una camioneta transporta migrantes en el desierto libio. (Reuters) Opinión

La firma del tratado de Arusha en el año 2000, dio lugar a la desescalada del conflicto étnico, asegurando la representación justa de las minorías en la esfera política. Esto supuso una cierta estabilidad en el país y facilitó el retorno de más de 500.000 refugiados que se encontraron al llegar con que no tenían nada: sus casas habían sido destruidas o expropiadas.

"Mi vecino asesinó a mi padre y a mis dos hermanos", cuenta Jean Pierre. "A mi madre y a mí nos llevaron a un campo de refugiados en Tanzania. Cuando regresamos a Burundi, a nuestro poblado, mi vecino nos saludó como si nada hubiera sucedido. Le devolví el saludo". Las masacres, las violaciones, las injusticias, siguen formando parte del tejido social hoy en día. Durante más de treinta años la sociedad burundesa tuvo que centrarse en sobrevivir a una dictadura militar cuyas herramientas de control eran la violencia y el terror. Después, tuvo que centrarse en sobrevivir a los conflictos interétnicos. Ahora la cuestión no se trata de quién asesinó a quién; todos son supervivientes, todos anhelan la estabilidad. En el caso de Jean Pierre la paz se materializa en un “bonjour” al asesino de su familia.

Sin embargo, el perdón no debe confundirse con el silencio. Patrick insiste en que la reconciliación en Burundi solo puede alcanzarse a base de sacar a la luz las violaciones de los derechos humanos que tuvieron lugar en diferentes etapas de los conflictos étnicos y políticos. Según datos oficiales de las investigaciones llevadas a cabo por el Instituto de Reconciliación de Burundi, entre el 70 y el 90% de la población son víctimas supervivientes del genocidio y de las olas de violencia que asolaron Burundi y la región de los Grandes Lagos. En Bujumbura sigue existiendo un privilegio tutsi fácilmente detectable tanto en los cargos de poder, como en la enseñanza y en las instituciones públicas, a pesar de los esfuerzos del Gobierno por alcanzar el equilibrio.

"Nunca planeé la venganza; solo quiero justicia"

El Doctor Abayo lo sabe bien. Muestra orgulloso su hospital privado de Bujumbura y afirma que lo fundó con el objetivo de que los ciudadanos hutu tuvieran un lugar al que acudir sin sufrir discriminación. “En 1994 los tutsi asesinaron a mi padre”, cuenta. “Yo tenía 14 años, los militares entraron en casa y vi cómo lo esposaban. Querían llevarse también a uno de nuestros vecinos, pero logró escapar, así que como castigo se llevaron a su mujer. Jamás vimos sus cuerpos. Nunca planeé la venganza; solo quiero justicia. En mi hospital trabajan médicos tutsis y hutus, no existe la discriminación. Podría decirse que esa es mi forma de entender la paz".

Burundi es un ejemplo de que la paz no cabe en una sola definición, que esta se moldea día a día, que es una suerte de puzzle que ha de encajar para prevenir que el país vuelva a verse envuelto en un conflicto violento. “El proceso de reconciliación no está completo a pesar de los esfuerzos”, afirma Patrick. “Siendo realistas, quizá tengan que pasar otros diez o veinte años hasta que nos libremos totalmente de la tensión étnica”. Pese a ello, la estabilidad en Burundi puede considerarse un éxito para la comunidad internacional, especialmente teniendo en cuenta que se trata de un país que carece de importancia geoestratégica y económica. Es un país que no está en boca de nadie.

La comunidad internacional ha fallado a Burundi”, dice Luc Nkunda. "Han intentado implementar un sucedáneo de democracia sin comprender el conflicto en profundidad. Occidente tiene una especie de obsesión por proponer elecciones como solución a todo conflicto y no comprende que estas no sirven de nada en realidades en las que la sociedad es una mezcolanza caótica de conflictos étnicos, regionales y políticos que no logran entender".

Foto: Antoine Gakeme, atleta burundés. Opinión
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Burundi carece de aliados internacionales potentes. “Podría decirse que somos libres, somos un país sin explotar, pero también carecemos de esa ayuda que tienen los países de los que Occidente quiere sacar un beneficio”, dice el doctor Abayo lanzando una reflexión sobre la intervención occidental en los conflictos del África subsahariana: "¿El interés es la paz o la estabilidad para facilitar la obtención de materias primas?".

Sea como sea, la reconstrucción de Burundi es excepcional porque está basada en la voluntad y en el compromiso de sus ciudadanos, que se esfuerzan día a día en crear su propia versión de paz, sin esperar nada a cambio y sin presiones externas. Burundi se recupera con valor, dignidad y apropiándose de su propio proceso. A pesar del silencio. A pesar de que nadie esté mirando.

"Los militares decretaron que los hutus éramos como virus que debían ser eliminados de Burundi", explica Luc Nkunda, periodista burundés. "Sin embargo, para los ciudadanos alejados de la política, la violencia nos cogió por sorpresa. Hutus y tutsis éramos vecinos, amigos, compañeros de trabajo. El conflicto no surgió porque nos odiáramos; se gestó entre las manos de los poderosos y nos soltaron como perros a defendernos a dentelladas. Nos decían que los tutsi nos matarían. A los tutsi les decían que los hutu les matarían. Todos acabamos asesinando o huyendo para sobrevivir".

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