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Sala 2 | Marjorie Taylor Greene: una nueva villana para llenar el hueco que dejó Trump
Ahora que Donald Trump está en el exilio político y tecnológico, el chivo expiatorio de la Sala 1, la dimensión urbana y progresista de EEUU, es Marjorie Taylor Greene
Ha sido muy fácil encontrar un sustituto. Ahora que Donald Trump está en el exilio político y tecnológico, el chivo expiatorio de la Sala 1, la dimensión urbana y progresista de EEUU, es Marjorie Taylor Greene: la representante republicana de Georgia. Un ejemplo viviente de todo lo que va mal en la derecha estadounidense y un catalizador de las emociones más indignadas y autocomplacientes de la izquierda.
El currículo de Taylor Greene es realmente inigualable. En los últimos años, ha dado crédito a las mentiras más repugnantes de internet. En mayo de 2018, por ejemplo, publicó un hilo en Facebook respaldando el bulo de que Hillary Clinton y una de sus asistentes habían grabado el asesinato de un niño, cuya cara habría sido arrancada para usar luego en un ritual satánico. Una de las variantes de la conspiración de QAnon, que dice que los demócratas son una cábala de pedófilos satanistas.
Antes de ser congresista, Greene dijo que no había pruebas de que un avión se estrellase en el Pentágono durante los atentados del 11 de septiembre de 2001. Afirmó que las agresiones neonazis de Charlottesville, en 2017, fueron un trabajo encubierto de las élites demócratas. Greene especuló que la matanza de Las Vegas, donde 58 personas fueron asesinadas, fue una conspiración del Gobierno para reforzar el control de armas y cuestionó la autenticidad de la matanza del instituto de Parkland, en Florida, del que se acaban de cumplir tres años. La lista es bastante más larga e incluye elementos de islamofobia, antisemitismo y mucho 'Deep State'.
La congresista no se limitaba a escribir perezosos comentarios en la red. En este vídeo, recuperado hace poco, se la puede ver persiguiendo por las calles de Washington a uno de los supervivientes de la masacre de Parkland, donde un antiguo alumno, armado con un rifle comprado legalmente, asesinó a 17 personas, 13 de ellas menores de edad. Greene le grita por la espalda que es un actor pagado por George Soros y que por qué tiene derecho él, y ella no, a ir al Congreso. Pocos meses después de acosar al adolescente superviviente del tiroteo, Marjorie Taylor Greene se presentaba a las elecciones a la Cámara de Representantes. En algunos de sus mítines apareció rodeada de milicianos armados de grupos como los Three Percenters. El pasado noviembre, ganaba el escaño por goleada.
La actitud combativa de Greene, que considera las restricciones del covid y el uso obligatorio de la mascarilla en el Congreso un “control tiránico demócrata”, y su documentado historial de mensajes de odio (incluyendo su simpatía hacia el ajusticiamiento de líderes demócratas) se ganaron un lugar en la cobertura diaria. En medio de las investigaciones del asalto al Capitolio, el Partido Demócrata decidió relevar a Greene de sus posiciones en los comités de educación y de presupuestos.
Como consecuencia, uno puede pensar intuitivamente que la congresista está políticamente acabada. Tiene en contra a la práctica totalidad de los medios de comunicación de Estados Unidos, al Partido Demócrata e incluso a una buena parte de las filas conservadoras. Ya está, se terminó. 'Bye, bye', Taylor Greene.
Quien piense así es que no ha estado prestando atención. La dinámica político-mediática con Greene es la misma que con Donald Trump. Si los grandes medios de comunicación gozasen de la confianza de antaño, la campaña de Trump habría durado 24 horas. Ni siquiera se habría atrevido a presentarse. En cambio, todas las investigaciones, críticas, verificaciones de sus bulos, artículos de opinión, reportajes y condenas y entrevistas no solo no le hicieron mella, sino que lo reforzaron. En la Sala 2, la crítica del 'New York Times' no es una mancha, es una medalla de honor.
Lo mismo sucede con Taylor Greene. Estar en el punto de mira de la CNN y de los demócratas la revigoriza, le da un perfil nacional. En su distrito del norte de Georgia, el apoyo a la republicana es mayor que nunca. Se trata de una región rural, con empleos peor pagados que en la media del estado y una población 87% blanca, frente al 58% de Georgia. Un lugar donde el 77% de la gente votó a Trump.
Preguntado por la foto que publicó Greene en sus redes sociales, armada y con las cuatro congresistas demócratas socialistas de fondo, como si Greene pensase acabar con ellas a tiros, el pastor Brian Crisp dijo a Reuters que “promovía una postura fuerte de lo que somos como estadounidenses. No vamos a dejar que vengáis aquí y cambiéis nuestra nación”. Las congresistas mentadas por Greene, además de socialistas, son de color: dos negras, una musulmana y una latina.
La conspirativa, para quienes la siguen y probablemente para algunos millones más de votantes republicanos, es una luchadora. Una guerrera dispuesta a plantar cara a los malvados socialistas. Alguien dispuesta a sacrificarse por dos valores clarísimos e indisputables: el rechazo al aborto y al control de armas.
Taylor Greene solo canaliza, como hacía Trump, el profundo rencor de una parte del electorado hacia todo lo que huela a élite o 'establishment'. Según una encuesta de Gallup, solo uno de cada 10 republicanos dice confiar en los medios. Aquí está la médula de la polarización: lo que digan el 'Times', el 'Post', MSNBC, ABC News o 'The New Yorker', y por descontado los corresponsales despachados en las ciudades donde están estos medios, no solo no cuenta, sino que es despreciable. 'Fake news'.
En medio de la tormenta, la congresista, que durante varios días abrió las portadas de los principales periódicos, se desdijo de algunos de los bulos que había respaldado antaño y trató de aprovechar, también, la inercia: el impulso de su nueva fama. “La ciénaga de Washington y los medios 'fake news' me atacan porque no soy uno de ellos”, tuiteó. “Soy uno de vosotros. Y me odian por ello”.
The DC Swamp and the Fake News Media are attacking me because I am not one of them.
— Marjorie Taylor Greene 🇺🇸 (@mtgreenee) February 1, 2021
I am one of you.
And they hate me for it.
No sabemos si el fenómeno Greene irá a más o si solo será una congresista oscura que de vez en cuando inspire algún titular. Donald Trump tenía a sus espaldas cuatro décadas de experiencia mediática y unos poderes de persuasión cuidadosamente afilados. Greene acaba de empezar. Pero ella no es lo clave: la clave es el ecosistema del que viene, lo que ella representa, y la incapacidad de los medios de comunicación de ser efectivos en su labor: en aclarar, desmentir, airear y obligar a las instituciones democráticas a seguir siendo sanas e incluso a mejorar un poco.
Quizás artículos como este no ayuden. En ellos, se critica a Greene, pero también se habla de ella. Se le da un escenario y se le dedican tiempo y esfuerzo. Se le da importancia. Si uno de sus votantes lo lee, confirmará su idea de que los periodistas somos mercenarios pagados para atacar a la que debe de ser una auténtica representante del pueblo. Puede que lo mejor, por tanto, sea dedicar ese esfuerzo a los otros 434 representantes de la Cámara que no han incurrido en las mismas acciones que Greene, y que quizá por eso sean, la mayoría, grandes desconocidos.
Ha sido muy fácil encontrar un sustituto. Ahora que Donald Trump está en el exilio político y tecnológico, el chivo expiatorio de la Sala 1, la dimensión urbana y progresista de EEUU, es Marjorie Taylor Greene: la representante republicana de Georgia. Un ejemplo viviente de todo lo que va mal en la derecha estadounidense y un catalizador de las emociones más indignadas y autocomplacientes de la izquierda.