Tribuna Internacional
Por
¿Y si la ideología que estaba en crisis no era la socialdemocracia?
Mientras discutíamos sobre el declive de la socialdemocracia, ignorábamos la mitad de la historia: que la derecha tradicional vivía una crisis ideológica simétrica y su propio declive electoral
El lunes pasado, el partido de centro izquierda noruego ganó las elecciones generales en el país. Podría parecer un dato secundario: a fin de cuentas, Noruega es un país lejano que tiene la mitad de población que Andalucía. Sin embargo, la victoria de Jonas Gahr Store, el líder laborista, significa que, por primera vez en 62 años, los cinco países nórdicos —Suecia, Dinamarca, Finlandia, Islandia y Noruega— estarán gobernados por el centro izquierda. Dentro de dos semanas, es muy probable que los socialdemócratas ganen las elecciones en Alemania y lideren un Gobierno de coalición. ¿Está volviendo la socialdemocracia a Europa en su vertiente más tradicional y alabada, la del norte?
Si el regreso es tal, se da en circunstancias muy distintas a las del siglo XX. Entonces, los dos grandes partidos tradicionales —socialdemócratas y democristianos— solían obtener como mínimo alrededor del 40% de los votos cada uno; hoy, como en España, tienen problemas para superar el 25%. Además, en algunos países nórdicos la nueva derecha, que mezcla el nacionalismo con el rechazo a la inmigración, la disciplina fiscal y una enorme desconfianza hacia los países del sur del continente, no solo ha experimentado un gran auge, sino que en ocasiones ha llegado al Gobierno, como en Finlandia. En parte por ello, la nueva socialdemocracia triunfante ha cambiado su discurso sobre la inmigración y ahora es mucho más cauta que en el pasado. Debido a todos estos cambios, además, la socialdemocracia actual tiene nuevos dilemas: ¿debe buscar alianzas con partidos verdes, comunistas u otros que la aten a su pasado izquierdista? ¿O debe tratar de apoyarse en los partidos liberales, centristas o hasta conservadores, con los que comparte una vocación de defensa del sistema? Ese es el debate en el que ahora se centra, por ejemplo, la campaña electoral alemana.
La cuestión es si el auge que está experimentando la socialdemocracia indica que será la ideología políticamente dominante en los años de recuperación económica posteriores a la pandemia. Quizá sea pronto para saberlo, pero sí sabemos otra cosa: que mientras discutíamos sobre el declive de la socialdemocracia, su incapacidad para conectar con las nuevas clases trabajadoras o resolver los dilemas posteriores a la crisis financiera que harían imposible su supervivencia, ignorábamos la mitad de la historia: que la derecha tradicional —la democracia cristiana, el conservadurismo liberal— vivía una crisis ideológica simétrica y su propio declive electoral.
En Portugal y España gobierna la izquierda. En Francia, el auge de Le Pen y el centrismo de Macron, cada vez más derechista, han aplastado a la derecha gaullista. En Italia no ha existido propiamente una derecha tradicional en los últimos veinte años, pero en todo caso ahora es un espectro cuyo espacio ocupa cada vez más La Liga. En Países Bajos, el partido gobernante tiene rasgos conservadores, pero es en esencia liberal. En Polonia, el viejo conservadurismo anticomunista y atlantista ha dado paso a un nacionalismo cristiano que repudia buena parte de los valores que llevaron al país a unirse a la Unión Europea; algo parecido puede decirse de Hungría. Si sucede lo esperable y la CDU alemana es incapaz de ganar las elecciones —tras dieciséis años ininterrumpidos del conservadurismo moderado de Angela Merkel—, la única vieja nación central de la UE gobernada por el centro derecha tradicional será Austria. Pero incluso ahí se ha producido un giro: en la legislatura anterior gobernó en coalición con la derecha nacional populista; ahora lo hace con los verdes.
¿Qué le ha pasado a la democracia cristiana para sufrir este declive que, por alguna razón, nos ha costado ver? En parte, la culpa es de la aparición de nuevas derechas que la han acusado de haberse vendido a la socialdemocracia. Pero hay otras razones. Muchas de las ideas económicas más atractivas de la última década proceden de la izquierda: la renta mínima, la apuesta por la reindustrialización, las nuevas formas de participación del Estado en la economía, la consideración de la desigualdad como el gran enemigo a batir o la lucha contra los paraísos fiscales. Fueron propuestas que, en ocasiones, eran inviables políticamente desde su misma concepción, pero que demostraban que la izquierda se había tomado en serio su propia crisis y estaba buscando vías de salida actualizadas y novedosas.
En el mismo periodo, sin embargo, el centro derecha se volvió intelectualmente perezoso: en muchos casos, no parecía tener otro plan que bajar algo los impuestos, contener la inmigración, seguirle la corriente a Estados Unidos, hacer un poco de guerra cultural, pero sin abusar, y cruzar los dedos para que todo saliera bien. Le salió bien durante un tiempo. Pero a juzgar por el panorama electoral actual, no parece que vaya a seguir siendo así de manera automática.
En su nuevo libro 'Volver a las raíces. Una izquierda europea contra la desigualdad' (editorial Clave Intelectual), el eurodiputado socialista Jonás Fernández hace una interesante síntesis de lo que puede ser la socialdemocracia europea en tiempos pospandémicos: “Para la izquierda, la soberanía es condición necesaria para revigorizar una agenda centrada en la regulación de los mercados y la redistribución de la renta, que conforma el núcleo de la promesa socialista, a la que se han ido uniendo, en el centenario camino de nuestra historia, la batalla por la igualdad de género, la revolución verde o la dignificación de las minorías”.
Tal vez sean ideas más fáciles de enunciar que de llevar a cabo, pero aun así conforman un ideario que va cobrando forma después de una década de desorientación socialdemócrata. En esos años, dimos por muerta a la socialdemocracia. Nos equivocaríamos si hiciéramos ahora lo mismo con el centro derecha tradicional. Su declive no significa que se haya quedado obsoleto, ni mucho menos que haya dejado de ser una opción elegible. Pero quizá tenga que poner al día su ideario más allá de las bajadas de impuestos (que a veces son necesarias), la liberalización de los mercados (que aunque siempre promete, rara vez cumple y muchas veces necesitamos) y la protección de las formas de vida tradicionales (que deberían poder convivir con las demás). Nos conviene a todos, conservadores o no, que la derecha moderada se enfrente a los nuevos problemas. El mundo será mucho peor sin un centro derecha viable y centrista. Pero parece que, avanzando desde sus viejos dominios del norte, la socialdemocracia quiere obligarle a pasar un tiempo en el rincón de pensar.
El lunes pasado, el partido de centro izquierda noruego ganó las elecciones generales en el país. Podría parecer un dato secundario: a fin de cuentas, Noruega es un país lejano que tiene la mitad de población que Andalucía. Sin embargo, la victoria de Jonas Gahr Store, el líder laborista, significa que, por primera vez en 62 años, los cinco países nórdicos —Suecia, Dinamarca, Finlandia, Islandia y Noruega— estarán gobernados por el centro izquierda. Dentro de dos semanas, es muy probable que los socialdemócratas ganen las elecciones en Alemania y lideren un Gobierno de coalición. ¿Está volviendo la socialdemocracia a Europa en su vertiente más tradicional y alabada, la del norte?
- 11-S: El principio y el fin del Imperio Americano Ramón González Férriz
- De Ceuta a Varsovia: Europa no quiere otra crisis de refugiados Ramón González Férriz
- Ni la izquierda ni la derecha: quien manda ahora es la volatilidad Ramón González Férriz