Tribuna Internacional
Por
Macron y las pensiones: esta es la manifestación que importa a Europa
Interesa mucho más el ciclo de protestas en París contra los cambios en las pensiones, que quizá permita vislumbrar si las reformas para hacer sostenible ese nuevo sistema son viables políticamente
Hoy, en Barcelona, Emmanuel Macron se reunirá con Pedro Sánchez para firmar un Tratado de Amistad y Cooperación entre sus dos países. En España, y singularmente en Cataluña, se ha prestado una atención especial al acto por la manifestación convocada fuera del encuentro, en la que los independentistas pretenden recuperar la capacidad de convocatoria y la unidad que han perdido. Sin embargo, esta protesta es poco relevante y, a pesar del deseo de los convocantes, Europa no estará pendiente de ella. Si acaso, lo estará de otra, más importante: la que también hoy se celebrará en París contra la reforma de las pensiones que impulsa Macron. Esa manifestación sí dice algo que Europa necesita saber: ahora que se ha logrado un cierto consenso europeo acerca de un modelo económico más estatalista, ¿estarán dispuestos los ciudadanos a acompañarlo de reformas para ganar en eficiencia y contener los costes?
Una reforma impopular
En Francia, la edad mínima de jubilación son los 62 años, pero los hombres se retiran, de media, a los 60 y las mujeres a los 61. Los hombres viven jubilados, de media, 23,5 años y las mujeres, 27. El país gasta el 14% de su PIB en pensiones (en España, la cifra para las contributivas es del 11,8%). El objetivo de la reforma de Macron, que ya presentó una más drástica en 2019, que suscitó enormes protestas y se canceló con la llegada de la pandemia, es aumentar la edad mínima de la jubilación a los 64 años, subir la pensión mínima a los 1.200 euros e impedir que el sistema, que ahora tiene superávit, alcance un déficit de 14.000 millones de euros anuales en 2030.
La reforma es increíblemente impopular en Francia. Se oponen a ella Marine Le Pen, de la derecha nacionalista, y Jean-Luc Mélenchon, de la izquierda autoritaria, que exigen más bien bajar la edad de jubilación a los 60 años. También lo hacen todos los sindicatos y, según una encuesta publicada el domingo pasado, el 68% de los franceses. Macron, además, no cuenta con una mayoría suficiente en la Asamblea Nacional y para sacar la reforma adelante requeriría el apoyo de Les Républicaines, el viejo partido gaullista cada vez más escorado hacia la derecha. En caso de no contar con ese respaldo, podría utilizar un recurso legal infrecuente para aprobar la reforma sin el apoyo parlamentario. Es muy posible que eso generara una oleada de protestas sin precedentes desde el movimiento de los chalecos amarillos, que paralizó buena parte de la agenda reformista de Macron. Pero este se ha empeñado en sacarla adelante y ha afirmado que espera que estas protestas no conduzcan a “una victoria de los irresponsables”. ¿Por qué?
Un nuevo consenso económico
En parte, porque Macron quiere dejar un legado reformista: ese fue el mandato que pidió en las elecciones de 2017 y que luego apenas pudo cumplir, y es el que pretende desarrollar en los cuatro años que le quedan de su segunda presidencia. Pero más allá de su empeño personal, y de la crónica reticencia francesa a cambiar su sistema político y económico, su propuesta refleja el pacto implícito que los líderes europeos esperan que guíe la política económica de la UE en la próxima década.
Durante la llamada “policrisis” de los últimos años, con la pandemia, la guerra en Ucrania, la elevada inflación, la transición energética y la creciente competición con Estados Unidos y China, la Comisión y los gobiernos nacionales han asumido que, en mayor o menor medida, todos los países acabarán adoptando un modelo económico más parecido al francés. Europa gastará más dinero público, será más proteccionista, tendrá una costosa política industrial y se resistirá a implementar políticas de austeridad que puedan suscitar nuevas insurgencias populistas. Todo eso se financiará de mil maneras —también se permitirán mayores déficits—, pero en cualquier caso exigirá a los Estados ser más eficaces y no incurrir en ineficiencias. En definitiva, que, al tiempo que invierten, reformen sistemas que tienen serios problemas de sostenibilidad. “No hay lugar para la complacencia”, dijo anteayer el vicepresidente de la Comisión, Valdis Dombrovskis, en la rueda de prensa de la reunión del Ecofin. “Los Estados miembros no pueden perder el tiempo y deben activar las reformas y las inversiones establecidas en sus Planes de Recuperación y Resiliencia”. En España, esas eran la del sistema laboral, que ya se ha realizado, y otra pendiente y más discutida, la de las pensiones.
Pero no se trata solo de cumplir una orden de Bruselas. Se trata de un nuevo consenso intelectual —incipiente, a veces solo implícito— que compagina el brutal cambio de rumbo que han emprendido las economías occidentales con una cierta disciplina: una nueva fusión entre la socialdemocracia clásica del norte de Europa y el tecnoliberalismo bruselense. ¿Es una síntesis razonable? Tal vez sea la única posible en un momento en el que las izquierdas celebran que muchas de sus propuestas económicas se hayan impuesto debido a las circunstancias y la derecha las acepta, pero teme que la abundancia de dinero nos lleve a la ineficiencia y la pereza reformista.
Ese nuevo consenso económico y político, que en parte criticará la manifestación de hoy en París, es lo que preocupa en Europa. Y es lo que Macron quiere encarnar: un gasto público creciente con una atención cada vez mayor a la sostenibilidad y la eficacia. Olaf Scholz, el canciller alemán, no está lejos de esa idea. En Bruselas siguen considerando que Pedro Sánchez aún forma parte de ese consenso, aunque desde Madrid es evidente que se va alejando de él a medida que agota su legislatura.
La principal preocupación de Europa ahora es si ese nuevo modelo económico funciona, y no la persistente ensoñación independentista que quieren prolongar quienes se manifiestan hoy en Barcelona. Los líderes europeos no están para eso. Les interesa mucho más el ciclo de protestas en París contra los cambios en las pensiones, que quizá permita vislumbrar si las reformas para hacer sostenible ese nuevo sistema —más gasto público, más sostenibilidad— son viables políticamente.
Hoy, en Barcelona, Emmanuel Macron se reunirá con Pedro Sánchez para firmar un Tratado de Amistad y Cooperación entre sus dos países. En España, y singularmente en Cataluña, se ha prestado una atención especial al acto por la manifestación convocada fuera del encuentro, en la que los independentistas pretenden recuperar la capacidad de convocatoria y la unidad que han perdido. Sin embargo, esta protesta es poco relevante y, a pesar del deseo de los convocantes, Europa no estará pendiente de ella. Si acaso, lo estará de otra, más importante: la que también hoy se celebrará en París contra la reforma de las pensiones que impulsa Macron. Esa manifestación sí dice algo que Europa necesita saber: ahora que se ha logrado un cierto consenso europeo acerca de un modelo económico más estatalista, ¿estarán dispuestos los ciudadanos a acompañarlo de reformas para ganar en eficiencia y contener los costes?
- 2022 ha sido un mal año para los autócratas y quienes aspiran a serlo Ramón González Férriz
- Por qué democracias de todo el mundo se están hartando de la independencia judicial Ramón González Férriz
- Ocho lecciones que el mundo debería haber aprendido en 2022 Ramón González Férriz