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La nueva líder italiana con la que soñaba la izquierda europea
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Ramón González Férriz

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La nueva líder italiana con la que soñaba la izquierda europea

La victoria de Schlein en las primarias del PD de finales de febrero fue una sorpresa. Ninguna encuesta consideró posible ese resultado ni lo deseaba casi ningún líder del partido

Foto: Elly Schlein. (Reuters/Guglielmo Mangiapane)
Elly Schlein. (Reuters/Guglielmo Mangiapane)
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Según Umberto Eco, Italia es el laboratorio político de Europa. En ella se ensayan las coaliciones, las recetas y los fracasos que, con el tiempo, se extienden al resto del continente. Si esto es cierto, ahora, después del resultado de las elecciones primarias del gran partido de centro izquierda, el PD, en ese laboratorio se enfrentan dos refinados productos que encarnan milimétricamente a la nueva derecha y el nuevo progresismo.

Por un lado, está la primera ministra, Georgia Meloni. Nacida en 1977 en una familia de raíces obreras, su padre la abandonó cuando era niña —más tarde sería condenado por tráfico de drogas— y su madre la sacó adelante, junto a su hermana, en un barrio de trabajadores de Roma. Ya en el instituto se adhirió a organizaciones posfascistas y muy pronto, con solo 21 años, entró en política. Y en ella, tras cambiar de alianzas y partidos, ha seguido hasta llegar a la cumbre.

Foto: Giorgia Meloni, en la sede de su partido en Roma, el 26 de septiembre. (Reuters/Guglielmo Mangiapane)

Por el otro, está Elly Schlein, que la semana pasada se convirtió en la nueva líder del PD tras obtener un 53% del voto en las elecciones primarias. Schlein, nacida en 1985, es hija de profesores universitarios (el padre, judío estadounidense; el abuelo, un luchador antifascista italiano), creció en Suiza, a los 23 años fue voluntaria en la campaña presidencial de Barack Obama, hizo política estudiantil en la muy izquierdista Universidad de Bolonia, a los 29 se convirtió en europarlamentaria y luego inició su carrera en la política regional italiana. Ahora aspira a ser primera ministra.

Meloni ha tenido durante toda su carrera fuertes rasgos de derecha autoritaria y nacionalista que ha suavizado al llegar al poder, es muy conservadora —aunque un poquito más abierta en temas morales— y ha dicho “soy mujer, soy madre y soy cristiana”. Schlein presume de afición a la cultura pop, de jugar al Monkey Island y tocar a Green Day con la guitarra, está a la izquierda de la socialdemocracia tradicional y ha dicho “soy mujer, amo a otra mujer y no soy madre, pero eso no me hace menos mujer”. Es la nueva derecha contra la nueva izquierda.

Una victoria inesperada e indeseada

La victoria de Schlein en las primarias del PD de finales de febrero fue una sorpresa. Ninguna encuesta consideró posible ese resultado ni lo deseaba casi ningún líder del partido. Lo más lógico era pensar que los militantes escogerían al candidato más moderado, Stefano Bonaccini, presidente de la región de Emilia-Romagna, que representa las virtudes y los defectos de un centro izquierda que se encuentra en un declive acusado desde que perdió el Gobierno en 2018.

Foto: Scholz (izquierda), Sánchez (centro) y Costa (derecha), los tres principales líderes de la socialdemocracia europea. (Reuters) Opinión

Bonaccini era una solución cómoda. Desde su fundación hace dos décadas, tras una larga historia de fusiones y refundaciones de la izquierda, el PD ha sido un partido de reformistas moderados en el que cabían desde democristianos hasta comunistas. Es un partido de poder (ha gobernado cinco de los 10 últimos años), entronca con la socialdemocracia europea y no ha tenido un solo día de tranquilidad ideológica. “Era como el Arlequín, servidor de dos patrones [el moderado y el radical, en referencia a la obra de teatro de Goldoni], que le tiraban de la chaqueta hasta romperle las costuras. No era ni carne ni pescado, un poco de esto y un poco de aquello —dice el veterano periodista del semanario progresista L’Espresso Gigi Riva—. Los poscomunistas se mostraban descontentos con cualquier deriva centrista, sobre todo en materia económica, y los posdemocristianos eran críticos ante posiciones que consideraban izquierdistas en materia de derechos civiles”.

En lugar de seguir con esas tensiones, que Bonaccini encarnaba a la perfección, puesto que fue primero comunista, luego socialdemócrata y ahora pertenece a la línea liberal del partido, las primarias acabaron con ellas. Con Schlein, la línea ideológica del PD dejará de ser de centro izquierda para pasar a ser, simplemente, de izquierdas. Schlein se ha declarado “ecologista y feminista”, ha denunciado que Italia es “claramente un país patriarcal”, ha hablado de subir los impuestos a los ricos, dar más poder de negociación a los sindicatos, reconocer el matrimonio gay y acabar con el discurso contrario a la inmigración. Para llevar adelante ese programa nítidamente progresista, por supuesto, primero tendrá que imponerlo en su partido, cosa nada fácil, dado lo ajustado de su victoria y su posición relativamente outsider dentro de él: de hecho, lo abandonó hace casi una década, disconforme con las políticas moderadas de Matteo Renzi. Luego vendrá algo más difícil todavía: ganar las elecciones.

Con Schlein, la línea ideológica del PD dejará de ser de centro izquierda para pasar a ser, simplemente, de izquierdas

Hoy, el PD tiene un poco más de la mitad de los diputados y senadores que el partido de Meloni, quien, con alguna salvedad, ha adoptado un papel más propio de la derecha tradicional que del fascismo. Eso acerca a la primera ministra a muchos italianos que no son radicales y la aleja de otros que están hartos de votar porque creen que, al final, todos los políticos hacen lo mismo. Lo cierto es que cuesta imaginar a Schlein ganando apoyos en un país cuyo rasgo ideológico más persistente en los últimos tiempos, quizá con la salvedad del paréntesis de Mario Draghi, ha sido no reformar y no cambiar nada para no molestar a nadie y, en consecuencia, apenas ha crecido económicamente.

Modelo para la izquierda europea

Al mismo tiempo, en algunos sentidos, Schlein es una incertidumbre. La primera oleada de izquierdistas de la década pasada estuvo formada por hombres agresivos que se pasaban la vida sermoneando a los demás: Pablo Iglesias, Yanis Varoufakis, Jean-Luc Mélenchon. Ideológicamente, Schlein puede ser igual de dura, y es intelectualmente más sólida que varios de estos líderes, pero al igual que Yolanda Díaz, Alexandria Ocasio Cortez o Annalena Baerbock es más suave, más persuasiva y transmite sus debilidades con sentido del humor. En estos días, la prensa italiana está llena de alusiones a su cinefilia, su pasión por los videojuegos; ella reconoce que era una secchione, una empollona interesada en la tecnología y la cultura. Es muy posible que tras eso haya una política que ha aprendido algo sobre qué necesita la izquierda más rocosa para imponerse. Y es posible que muchos en Europa la tomen como modelo, aunque solo sea porque encarna al mismo tiempo todos y cada uno de los valores de la nueva izquierda.

Foto: Raffaele Ventura.

Pero ¿podrá ganar en Italia? Es difícil de creer; muchos dicen que es un regalo para Meloni. Pero como les gusta señalar a otros, recordemos que a Zapatero, un personaje muy admirado por la izquierda italiana, no mucho antes de convertirse en presidente del Gobierno español, le llamaban Bambi.

Según Umberto Eco, Italia es el laboratorio político de Europa. En ella se ensayan las coaliciones, las recetas y los fracasos que, con el tiempo, se extienden al resto del continente. Si esto es cierto, ahora, después del resultado de las elecciones primarias del gran partido de centro izquierda, el PD, en ese laboratorio se enfrentan dos refinados productos que encarnan milimétricamente a la nueva derecha y el nuevo progresismo.

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