Tribuna Internacional
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Terrorismo, relativismo y psicopatología
Todos en la guerra son malos porque al final llevan a sus propias poblaciones a la muerte por la ceguera nacionalista, sin haber buscado de verdad la paz
Winston Churchill fue el único que se dio cuenta de que el pensamiento de Hitler era patológico y que no podía negociarse con él. Es aleccionador que una persona con trastorno bipolar y una íntima amistad con el coñac fuera la única que intuyó su psicopatología y que salvara la civilización.
Sin la ciencia psicopatológica, lo único que hace aberrante una conducta violenta es la ideología. Así, para algunos es tan aberrante asesinar a civiles como matar en una batalla. Y para algunas causas teológico-nacionalistas no solo no es aberrante, sino que además vas al paraíso por ello. Y el terror se hizo carne, y habitó en la Franja de Gaza. Y periodistas y políticos hacen análisis políticos del conflicto, como si todos los implicados fueran psicológicamente iguales.
Cuando se niega que hay pensamientos y conductas patológicos, algunos sostienen que negarse a tomar antibióticos, aunque signifique la muerte, es un pensamiento libre y mentalmente sano como cualquier otro. O. si una madre vegana impone el veganismo a su hijita, aunque crezca deficientemente, debemos considerarlo mentalmente sano, aunque no lo compartamos. Son casos reales, no exagero nada. Desde que se destituye a la psicopatología lo patológico ha sido abolido y se ha proclamado lo divergente. Los psiquiatras, por tanto, somos useless (inútiles en español). Porque la psiquiatría se basa en la psicopatología, que es una ciencia medible y observable, que detecta las alteraciones del pensamiento, de las emociones y de las conductas humanas naturales. Pero ya no existen los trastornos mentales: si un hombre duerme en el cajero de un banco será porque no tiene casa. Pero si la tiene, será porque es un divergente y le gusta dormir en cajeros, no porque tenga una alteración de las funciones psicológicas.
Y cuando llega el terror de las matanzas en Oriente Próximo, la abolición de la psicopatología se traspone a lo social. Y ya se encargan la posverdad y el relativismo de hacer el resto. Dicen que asesinar es divergente y, probablemente, en unas situaciones más que en otras. Matar reclutas en una guerra las parece menos reprobable que ejecutar a psicópatas juzgados en un país democrático y civilizado. Reventar un supermercado repleto de gente es deplorable, pero lo es menos si se enmarca en la lucha por la independencia de un territorio. Degollar niños y matar a familias indefensas es comprensible si se hace para vengar a un pueblo oprimido.
Pero la psicopatología sabe distinguir el pensamiento fanatizado y paranoico del terrorista del pensamiento asustado, indignado y defensivo del pueblo, y detecta la falta de compasión y la ausencia de empatía. Permite distinguir entre unas agresiones y otras y puede graduarlas. La psicopatología entiende la diferencia entre la ira y la crueldad. En definitiva, analiza científicamente las conductas y con ello permite que haya civilización. Sin la psicopatología, las diferencias entre las SS fusilando judíos en Hungría, el asesino de Miguel Ángel Blanco o el soldado estadounidense que mató por error a un viandante en Irak las decidirá la ideología imperante, no la ciencia.
La psicopatología es medible, objetivable y predecible. Y nos ha permitido entender hace ya mucho que los sacrificios humanos para los dioses o el incesto paterno-filial son conductas patológicas. Y también el segregacionismo racial de no hace mucho tiempo. Y nos dice con argumentos que la psicología colectiva del ejército israelí no es comparable con la psicopatología de Hamás. Y que la psicopatología de los ayatolás no tiene nada que ver con la psicología colectiva de los musulmanes ni del pueblo palestino.
Todos en la guerra son malos porque al final llevan a sus propias poblaciones a la muerte por la ceguera nacionalista, sin haber buscado de verdad la paz. La Historia demuestra que el pensamiento nacionalista siempre antepuso la grandeza patria a la vida de las personas. Pero la psicopatología nos enseña además que algunos de ellos son más psicópatas, desalmados, nihilistas y sádicos que otros. Que algunos quieren construir algo (aunque a su manera) y otros aspiran íntimamente a destruirlo todo. Era la diferencia psicopatológica entre Hindenburg y Hitler, dos nacionalistas alemanes furibundos.
Para la nueva progresía relativista, un terrorista degollador de niños es un sujeto cabreado por algún tipo de opresión sociopolítica. Para los psiquiatras no: la psicopatología del asesino de Hamás es distinta a la del joven palestino cabreado. Los políticos toman partido político ante el terror, pero los psiquiatras debemos identificar científicamente las conductas. E independientemente de que nos inclinemos por árabes o por judíos, sabemos predecir que el ejército israelí (salvo algún psicópata que probablemente será juzgado por ello) no masacrará a sangre fría a jóvenes inocentes y los yihadistas sí lo harán. Israel no es un estado angelical (ninguno lo es), pero la psicología que lo sustenta es sana y civilizada. La de las teocracias y milicias que cuelgan homosexuales en grúas es patológica, Churchill no negociaría con ellos. La psicopatología es una ciencia que explica todo esto, y quizás sea el momento de rescatarla.
Observo con preocupación las justificaciones del terrorismo y las equidistancias. Lo que han hecho Hamás y sus aliados no es una provocación contra un estado. Es una aberración contra toda una civilización. Desde un pensamiento paranoico teocrático-megalómano y sádico-destructivo, patológico en definitiva. Y no son los únicos que lo han hecho en las últimas décadas, se puede convertir en una epidemia, por lo que deberíamos poderlo erradicar, como la viruela o el covid. Porque destruye los pilares psicológicos sobre los que la civilización puede mejorar. Y no es en absoluto la psicología colectiva del pueblo palestino, por muy legítimamente cabreado y asustado que esté.
*José Luis Carrasco. Catedrático de Psiquiatría. Universidad Complutense de Madrid.
Winston Churchill fue el único que se dio cuenta de que el pensamiento de Hitler era patológico y que no podía negociarse con él. Es aleccionador que una persona con trastorno bipolar y una íntima amistad con el coñac fuera la única que intuyó su psicopatología y que salvara la civilización.
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