Tribuna Internacional
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De Trump a Estonia: la guerra en Europa está más cerca
Los gobernantes europeos deben explicar a los ciudadanos, para la mayoría de los cuales la idea de la guerra es inverosímil e impensable, que esta ahora es verosímil y que debemos pensar en ella
El martes pasado se supo que el Gobierno ruso ha incluido a la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas, en su lista de personas en busca y captura. En ella hay otros cargos electos de Letonia, Lituania y Polonia. La causa inmediata es su oposición a la invasión rusa de Ucrania. Pero hay otra más profunda: el Kremlin sigue pensando que tiene derecho a intervenir en terceros países porque Rusia, a diferencia de lo que sucede con el resto de naciones, no termina con sus fronteras. Rusia, para Vladímir Putin, es cualquier lugar en el que en el pasado hubo soldados rusos, alguien habla ruso o hay un monumento ruso.
Porque la excusa que pusieron los portavoces del Kremlin para una medida tan radical como pretender detener y juzgar a un jefe de Gobierno extranjero era que Kallas, al poner en marcha un plan para eliminar los monumentos soviéticos de su país, estaba cometiendo “actos hostiles”, “una burla” y “un crimen” contra Rusia. Esta, afirma su vieja ideología nacionalista, no es un país, sino una civilización, y, por lo tanto, para ella no significan mucho los límites políticos de los Estados-nación o el sistema liberal de relaciones internacionales. Putin, como en el pasado los zares, los jefes de la Iglesia Ortodoxa y Stalin o Brezhnev, tienen derecho a decidir libremente sobre lo que sucede en territorios oficialmente extranjeros.
En ese sentido, el ministro de asuntos exteriores estonio ha anunciado que Rusia se dispone a duplicar sus efectivos militares en la frontera con los países bálticos y Finlandia, todos ellos miembros de la OTAN, y que es probable que intente violar sus fronteras durante la próxima década. Después de la invasión de Ucrania, no parece simple paranoia.
Europa no es estratégica para Trump
Todo esto ha coincidido con una estúpida declaración de Donald Trump. Este ha afirmado que, si gana las elecciones de noviembre, no defenderá a los países de la OTAN que no gastan lo que deben en defensa, y que más bien animará a Rusia a que los invada y haga con ellos lo que le dé la gana. Pero Estonia, Letonia y Lituania cumplen con el gasto exigido por la OTAN, el 2% del PIB. También Finlandia. Incluso es posible que Alemania llegue este año al 2% por primera vez en la historia reciente. Y Polonia gasta incluso más, en términos relativos, que Estados Unidos. Si pensáramos que Trump es un hombre fiel a su palabra, podríamos estar tranquilos: los 80.000 hombres de que dispone su ejército en Europa, sus capacidades logísticas y su amenaza nuclear para detener a Rusia actuarán a menos que esta pretenda invadir a los países que no cumplen, como Bélgica o España. Sin embargo, eso no es lo que quería decir Trump. Quería decir que quiere aislar a Estados Unidos de la política internacional, que su visión de las relaciones internacionales es puramente mercantilista —los pactos deben dar beneficios económicos, tangibles e inmediatos, a Estados Unidos— y que no considera que Europa sea particularmente importante para los intereses estadounidenses.
Solos, pero avisados
Conocemos esa peculiar filosofía política de Trump desde 2015. Y eso ha tenido algunos efectos positivos en Europa. La posible nueva presidencia de Trump, y la actitud cada vez más beligerante de Rusia, han hecho que alrededor de dos tercios de los países europeos vayan a cumplir sus compromisos de gasto en defensa y que se hable cada vez más de una política defensiva común al margen de la OTAN, o de una versión distinta de esta última. Pero, naturalmente, todo esto es insuficiente. Rusia no ha podido obtener una victoria rápida y clara contra Ucrania. Y no podría hacerlo contra los ejércitos de los demás países a los que ha amenazado de manera reiterada. Pero un ataque a estos generaría algo parecido a una guerra en toda Europa y esta lo pasaría mucho peor sin Estados Unidos y, en especial, su amenaza nuclear y su capacidad de disuasión.
Pero ¿qué podemos hacer al respecto? Aunque Joe Biden vuelva a ser presidente, la deriva aislacionista de Estados Unidos aumentará y, a medio plazo, su progresivo distanciamiento de Europa se producirá gobierne quien gobierne. Los delirios civilizatorios y expansionistas de Rusia seguirán mientras Vladímir Putin gobierne el país y, probablemente, después de su muerte. Europa debe dar por sentados ambos hechos y sus líderes deben tomar dos decisiones. En primer lugar, deben invertir mucho más en armamento y en coordinar sus fuerzas, sin hacer caso a quienes les acusen de militaristas. En segundo lugar, esos gobernantes deban hacer algo si cabe más difícil: explicar a los ciudadanos, para la mayoría de los cuales la idea de la guerra es inverosímil e impensable, que esta ahora es verosímil y que debemos pensar en ella.
No se trata de ser belicoso, sino de estar preparado y utilizar la preparación como disuasión. Como vimos en Ucrania, el Gobierno de Rusia no necesita más que su propio fanatismo ideológico para invadir un país. Y su nacionalismo le lleva a sentir que, cuando una nación retira un puñado de monumentos, está siendo agredida y puede amenazar con actos de guerra. Cualquier excusa le vale para atacar. Muchos en Occidente, como ya hace buena parte del partido republicano estadounidense y una parte sustancial de las izquierdas y las derechas radicales de Europa, le darán la razón. Pero habrá que asumirlo y no darle demasiadas vueltas. La extensión de la guerra de Ucrania no es ni mucho menos un destino ineludible. La soledad completa de Europa, tampoco. Pero ambas cosas son hoy escenarios un poco más posibles. Y hay que actuar en consecuencia.
El martes pasado se supo que el Gobierno ruso ha incluido a la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas, en su lista de personas en busca y captura. En ella hay otros cargos electos de Letonia, Lituania y Polonia. La causa inmediata es su oposición a la invasión rusa de Ucrania. Pero hay otra más profunda: el Kremlin sigue pensando que tiene derecho a intervenir en terceros países porque Rusia, a diferencia de lo que sucede con el resto de naciones, no termina con sus fronteras. Rusia, para Vladímir Putin, es cualquier lugar en el que en el pasado hubo soldados rusos, alguien habla ruso o hay un monumento ruso.
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