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Vuelve la gerontocracia a las grandes potencias. Pero no a Europa
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Ramón González Férriz

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Vuelve la gerontocracia a las grandes potencias. Pero no a Europa

En Estados Unidos es necesario tener 30 años para ser senador y 35 para ser presidente, pero no hay un límite por arriba

Foto: Imagen de archivo del debate presidencial de 2020 entre Biden y Trump. (EFE/Michael Reynolds)
Imagen de archivo del debate presidencial de 2020 entre Biden y Trump. (EFE/Michael Reynolds)
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La Unión Soviética cayó por muchos motivos. Entre ellos, porque durante mucho tiempo estuvo gobernada por una gerontocracia. En la década de 1980, la edad media de los miembros del Politburó era de 69 años. Y los líderes eran elegidos ya mayores y morían en el cargo: Brezhnev en 1982 con 75; Andropov en 1984 con 69; Chernenko en 1985 con 73. Tras esa sucesión de fallecimientos, el Politburó decidió saltarse una generación y elegir como secretario general al joven Gorbachov, de solo 54. Pero ya era demasiado tarde y el sistema colapsó.

La gerontocracia suele ser un rasgo de los regímenes inoperantes e incapaces de renovarse. Y se asocia a las sociedades en declive. Normalmente, era propia de dictaduras o monarquías, regímenes en los que la sustitución de los líderes es mucho más arriesgada que en las democracias. Pero hoy eso está cambiando.

El caso de EEUU

Los dos últimos presidentes de Estados Unidos han sido los más viejos de la historia. En el momento de asumir el cargo en 1981, Ronald Reagan tenía 69 años, el récord en ese momento, y los medios cuestionaron repetidamente su capacidad física y mental para cumplir con las exigencias del cargo. Pero Donald Trump se convirtió en presidente en 2016 con 70 años y Joe Biden, en 2020, con 78. Si el primero gana las elecciones de este año, jurará su segundo mandato con 78; si lo hace Biden, con 82.

Pero no se trata solo de Biden y Trump. Kamala Harris, la vicepresidenta actual, es relativamente joven (59 años), pero el líder republicano en el senado, Mitch McConell, tiene 82, y Charles E. Schumer, el demócrata, 73. Nancy Pelosi, la expresidenta de la Cámara de Representantes, tiene 83, y volverá a presentarse a las elecciones. Una de las representantes de California, Dianne Feinstein, tiene 90; uno de Iowa, 89, y uno de Nueva Jersey, 86. En total, 20 legisladores tienen más de ochenta años. La edad mediana de los estadounidenses es de 38.

Eso influye en la manera en que se gobierna el país. Con mucha frecuencia, Biden y Trump confunden los nombres de otros líderes o de otros países. En ocasiones, el primero parece ver aún el mundo en los términos de la Guerra Fría en la que se formó políticamente. Y el segundo sigue pensando que la delincuencia callejera o la heroína son problemas graves de Estados Unidos, cuando en realidad lo fueron de su Nueva York natal en los años ochenta.

En las comparecencias de los consejeros delegados de las grandes empresas tecnológicas ante el Congreso, con frecuencia se aprecian las dificultades que tienen los legisladores para entender cómo funcionan las redes sociales, el almacenamiento en la nube o la inteligencia artificial. Muchos jóvenes estadounidenses sienten que esos líderes son incapaces de entender sus necesidades económicas, los cambios de las creencias religiosas o sus patrones de consumo. En Estados Unidos es necesario tener 30 años para ser senador y 35 para ser presidente, pero no hay un límite por arriba.

Es probable que los políticos de más edad tiendan a apoyar leyes y medidas que favorecen a los ciudadanos mayores y perjudican a los jóvenes. Pero también que los hombres de setenta u ochenta sean más nacionalistas y testarudos. De hecho, todas las grandes potencias, y los países que aspiran a serlo, están gobernadas por hombres mayores. Xi Jinping tiene 70 años y ha anulado la convención constitucional según la cual, en las últimas décadas, los líderes no podían gobernar por tiempo indefinido; hoy, su mandato es el más unipersonal en China desde Mao (que murió en el cargo a los 82 años).

Vladímir Putin tiene 71 años y está obsesionado por el pasado imperial de Rusia y la restauración de la moral cristiana. Narendra Modi tiene 73 años y es también un nacionalista obsesionado por redimir India de sus complejos de inferioridad y convertirla en una nación más religiosa y homogénea. Con frecuencia, estos líderes no solo parecen estar dispuestos a morir en el cargo, sino que consideran una misión sagrada devolver la grandeza a sus naciones antes de su muerte.

Liderazgos jóvenes en Europa

Eso contrasta con lo que sucede en Europa. A pesar de que el continente envejece, los dirigentes europeos son mucho más jóvenes. Rishi Sunak tiene 43 años; Emmanuel Macron y Mette Frederiksen, 46; Georgia Meloni, 47; y Pedro Sánchez, 52. Hoy el líder de Europa occidental que destaca por su edad es Olaf Scholz, que con 65 años sigue siendo relativamente joven.

En la mayoría de estos países, sin embargo, también se hacen políticas que benefician a los viejos. España, que desde el regreso de la democracia ha tenido presidentes jóvenes y varias veces ha contado con ministros de poco más de treinta años, lleva mucho tiempo promoviendo políticas que favorecen el poder adquisitivo de los jubilados y desatendiendo algunos problemas acuciantes de los jóvenes como el abandono escolar o el elevado desempleo. La explicación es sencilla: el porcentaje de votantes mayores es muy alto, y su movilización es muy superior a la de los jóvenes, por lo que es lógico que los líderes legislen en su favor.

Pero, a pesar de ello, los Gobiernos con líderes jóvenes tienen ventajas. Y no solo se deben a su capacidad para entender mejor las nuevas tecnologías o las preocupaciones de los veinteañeros. Ni siquiera a su vigor físico o su mejor memoria. Algunos economistas han sostenido que la gerontocracia da pie a menores crecimientos económicos. Es probable que los políticos jóvenes sean más proclives a impulsar reformas estructurales. Y es bueno que en el Congreso y el Gobierno se mezclen personas con distintas experiencias vitales y que su composición se parezca a la de la sociedad sobre la que deciden.

Por si eso no bastara, el hecho es que la gerontocracia genera rechazo entre los ciudadanos. La mayor parte de estadounidenses, por ejemplo, piensa que Biden y Trump son demasiado viejos y que tener que elegir entre los dos es una muestra de la creciente ineficiencia de las instituciones políticas del país. En Rusia existe una conflicto generacional entre la vieja élite nostálgica y los jóvenes urbanos indiferentes a la retórica imperialista. En China, la sociedad está envejeciendo rápidamente y, al mismo tiempo, crece el desempleo juvenil, lo que ya está provocando problemas fiscales y puede suscitar malestar político.

¿Repetirán estos países la experiencia soviética y colapsarán por la vejez de sus élites? Es muy poco probable. Pero aún hoy la gerontocracia es una expresión de que la política no funciona como debiera, y es particularmente temible cuando se produce en países con ambiciones expansionistas y fuertes impulsos nacionalistas. En eso, Europa es un poco mejor.

La Unión Soviética cayó por muchos motivos. Entre ellos, porque durante mucho tiempo estuvo gobernada por una gerontocracia. En la década de 1980, la edad media de los miembros del Politburó era de 69 años. Y los líderes eran elegidos ya mayores y morían en el cargo: Brezhnev en 1982 con 75; Andropov en 1984 con 69; Chernenko en 1985 con 73. Tras esa sucesión de fallecimientos, el Politburó decidió saltarse una generación y elegir como secretario general al joven Gorbachov, de solo 54. Pero ya era demasiado tarde y el sistema colapsó.

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