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Europa no tiene solución para sus tres grandes obsesiones: inmigración, natalidad y defensa
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Ramón González Férriz

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Europa no tiene solución para sus tres grandes obsesiones: inmigración, natalidad y defensa

Las ideas mayoritarias acerca de lo que deseamos, y las herramientas de que disponemos para lograrlo, están terriblemente desacompasadas

Foto: La presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (EFE/EPA/Pool/Christopher Neundorf)
La presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (EFE/EPA/Pool/Christopher Neundorf)
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Europa se está volviendo más conservadora. Se verá en las elecciones del 9 de junio, en las que descenderá el voto a los verdes, los socialdemócratas y los liberales, y aumentará el de la derecha, especialmente la radical.

Pero no se trata solamente de los resultados electorales. Las prioridades políticas europeas se están volviendo más tradicionales. Están cobrando más importancia, principalmente, tres asuntos: la inmigración, la natalidad y la defensa. Uno puede discrepar de que esos sean los mayores problemas de Europa (yo creo que sí lo es la defensa, pero no los otros dos). Sin embargo, el problema de fondo es que la Unión Europea y los Gobiernos nacionales carecen de herramientas efectivas para abordarlos.

Más inmigración

Reino Unido abandonó la Unión Europea, en parte, porque decía que esta no controlaba la inmigración. Sin embargo, desde el Brexit, llegan a las islas más inmigrantes y las medidas para invertir la tendencia —como enviar a los recién llegados a Ruanda o encerrarles en barcazas flotantes— son cada vez más estrambóticas e ineficaces. Meloni alcanzó el poder en Italia prometiendo la llegada de menos inmigrantes; sin embargo, el año pasado aumentó un 50%. En 2023, las peticiones de asilo recibidas en la UE aumentaron un 18%, hasta 1,1 millones, un nivel parecido al de la gran crisis de refugiados de 2015 y 2016. En parte para responder a ello, los países miembros han aprobado este año el Pacto de Migración y Asilo. El objetivo es reducir el número de llegadas ilegales, colocar más controles en las fronteras y llevar a cabo devoluciones rápidas. El problema es que, mientras Europa sea un continente rico, Oriente Medio sea un caos, y partes de África sigan regidas por la falta de oportunidades y la corrupción, mucha gente estará dispuesta a asumir grandes riesgos para instalarse aquí. Ningún país, ni ninguna inversión en origen, puede eliminar este hecho. Es legítimo querer menos inmigración y menos refugiados. A día de hoy, sin embargo, en Europa nadie tiene ni idea de cómo lograrlo.

Menos natalidad

Algo parecido sucede con la natalidad. En septiembre de 2023, el Gobierno de Viktor Orbán organizó una 'Cumbre de la demografía' en Budapest. A ella acudieron representantes de la derecha nacionalista convencidos de que uno de los grandes problemas del continente es la baja tasa de nacimientos, una inquietud que también comparten economistas tecnocráticos preocupados por el sistema de pensiones y el índice de crecimiento. Orbán presumió del sistema de fomento de la natalidad de su país: este le cuesta casi un 5% del PIB, y en algo más de una década ha permitido pasar de 1,2 hijos por mujer a 1,6; un crecimiento notable, pero que sigue lejos del 2,1 de la tasa de reposición. Meloni, una de las asistentes, afirmó que Italia quiere aumentar la natalidad “para que volvamos a tener un futuro”, e incluso ha creado un ministerio con ese objetivo. Sin embargo, lo más interesante de la cumbre no fue la legítima reivindicación de la necesidad de que haya más niños, sino que sus participantes no ofrecieron ninguna medida medianamente realista, y que no se haya demostrado ya poco eficiente o directamente inútil, para lograrlo. Todo fueron consignas ideológicas, ataques a la izquierda 'woke' y llamadas a sustituir el “feminismo” por el “familismo”. Fue una demostración de impotencia. Más allá de gastar mucho dinero con efectos marginales, nadie sabe en Europa qué hacer para que las mujeres tengan muchos más hijos.

¿La defensa? Llamen a Washington

Y, por último, está el fortalecimiento de la seguridad y la defensa, que han abrazado con el mismo fervor desde el centro-izquierda de Josep Borrell hasta el centro-derecha de Von der Leyen. En los últimos años, ha aumentado la cooperación militar entre los Estados miembros; han crecido las compras conjuntas y las subvenciones a la producción de equipamiento. Y, sobre todo, se repiten mucho más las promesas de mayor inversión en los ejércitos, una progresiva disminución de la dependencia de la tecnología de defensa y de la presencia militar de Estados Unidos, y hasta la creación de un Ejército europeo. Sin embargo, hay que ser escéptico con todos estos proyectos. La guerra de Ucrania ha sido un 'shock' en países de vocación pacifista como Alemania; hoy se dice incluso que su Zeitenwende —“cambio de era” o de “mentalidad”— se ha extendido al resto del extremo occidental del continente. Pero quizá el Zeitenwende ni siquiera sea ya una realidad en Alemania. Durante setenta años hemos dado por sentado que Estados Unidos se encargará de nuestra defensa a cambio de la apertura de nuestros mercados a sus empresas. Es posible que esa mentalidad cambie, pero mi apuesta es que esto no sucederá en la próxima legislatura europea, sino más bien en un periodo de diez o quince años. Quizá hasta me quede corto.

Que nadie se precipite a concluir que todo esto es una señal inequívoca de la decadencia de Europa. Pese a la sensación de crisis que explica el giro conservador de nuestra política, Europa sigue siendo una sociedad mucho más robusta que casi cualquier otra del mundo: nuestra tasa de criminalidad es baja, nuestro PIB per cápita es alto, nuestro crecimiento económico no es catastrófico, nuestra democracia es aún resiliente. Pero algo está claro: en este momento, las ideas mayoritarias acerca de lo que deseamos, y las herramientas de que disponemos para lograrlo, están terriblemente desacompasadas. No deberíamos desesperarnos. Pero sí reconocer que, a pesar de las promesas de campaña, no hay remedio a medio plazo y hay que buscar planes B.

Europa se está volviendo más conservadora. Se verá en las elecciones del 9 de junio, en las que descenderá el voto a los verdes, los socialdemócratas y los liberales, y aumentará el de la derecha, especialmente la radical.

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