Tribuna Internacional
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Netanyahu ha dañado para siempre el vínculo entre Israel y Occidente
La arrogancia de Netanyahu y sus aliados ha generado una ruptura de los consensos políticos, relativamente estables, de los que ha gozado en Occidente durante sus más de setenta años de existencia
Anteayer, Benjamin Netanyahu compareció por cuarta vez ante el Congreso de Estados Unidos y se convirtió en el líder internacional que más veces lo ha hecho (Churchill se quedó en tres). En cualquier otro momento de las últimas décadas, esa comparecencia habría parecido casi rutinaria. La mayoría de sus oyentes habría recibido muy bien buena parte de su discurso: reiteró que la existencia de Israel está amenazada, puso énfasis en la alianza económica y militar entre este y Estados Unidos, señaló a Irán como el mayor enemigo de ambos, e hizo responsable del sufrimiento de los palestinos a Hamás. Nada nuevo.
Pero algo ha cambiado en la relación entre los dos países. El enorme consenso que, durante más de setenta años, ha existido en Estados Unidos acerca de la relación especial con Israel, se ha desvanecido. Hoy, como casi todo, se está convirtiendo en una cuestión partidista. Los republicanos, por razones geopolíticas y religiosas, siguen apoyando a Israel y están entusiasmados con su Gobierno de coalición. Por razones generacionales y vinculadas a los derechos humanos, cada vez más demócratas se muestran escépticos con el vínculo entre los dos países, o son abiertamente hostiles con él. Decenas de representantes demócratas, incluida la probable próxima candidata presidencial, Kamala Harris, no acudieron a la comparecencia, y muchos otros que sí lo hicieron se abstuvieron de aplaudir. El presidente Joe Biden, un hombre curtido políticamente durante la Guerra Fría, durante la cual apoyar a Israel era sinónimo de ser partidario de Occidente, y atacarlo estaba vinculado inevitablemente al bloque comunista o los “no alineados”, no tiene ningún problema en definirse aún como “sionista”. Ningún demócrata relevante volverá a hacerlo con esa rotundidad.
Menos consenso en Europa
Con la salvedad de Alemania, en Europa el consenso nunca ha sido férreo. Durante las últimas décadas, el antisemitismo ha seguido siendo muy fuerte, tanto en partes de la derecha como de la izquierda. Pero, por otro lado, casi todos los centristas han insistido en buscar la solución de dos Estados, y muchos se han quedado perplejos al ver cómo los países árabes iban abandonando paulatinamente a los palestinos porque han llegado a la conclusión de que estos ya no servían a sus intereses.
Pero ahora ese débil consenso se ha roto definitivamente también aquí. Paradójicamente, la derecha radical, que durante más de un siglo ha instigado el odio a los judíos y tramado teorías de la conspiración contra ellos, es hoy una firme defensora de Israel porque considera que su existencia es un freno al islamismo. Al mismo tiempo, el grueso del establishment reconoce, en público o en privado, que el comportamiento de Israel en la guerra actual es indefendible. Ya nadie puede creer sinceramente que la solución de dos Estados sea viable a medio plazo. Solo los lunáticos de extrema izquierda consideran que Israel no tiene derecho a defenderse y a existir. Pero, entonces, ¿qué defender, más allá de un alto el fuego que también piden con poca convicción Biden y Harris?
La comparación con Ucrania
Sobre todo, en un momento en el que el bloque occidental está más unido de lo que cabía esperar en su apoyo a Ucrania. Y, al mismo tiempo, muchos países africanos o latinoamericanos, y por supuesto India y China, preguntan a los líderes estadounidenses y europeos cómo pueden compatibilizar esa postura con el apoyo a Israel. ¿Estamos a favor de un sistema basado en reglas o, simplemente, utilizamos ese argumento para condenar a Rusia y eximimos de él a Israel porque consideramos que es un caso especial?
La culpa del fin de este consenso occidental, y del surgimiento de voces cada vez más críticas entre los aliados de Israel, es compartida. Pero es, sobre todo, de Netanyahu. El pasado 26 de octubre, tres semanas después de los salvajes atentados de Hamás, escribí en este periódico que Israel disponía de toda la legitimidad para responder a ellos, y que podía contar con el apoyo de buena parte del mundo para destruir las capacidades del grupo terrorista para llevar a cabo intolerables ataques de esa magnitud. Pero también hice una advertencia: el Gobierno de Netanyahu se arriesgaba a cometer dos errores que cometió George Bush después del salvaje ataque del 11 de septiembre de 2001. En primer lugar, actuar irreflexivamente para tapar un inmenso error de inteligencia. Y, en segundo lugar, utilizar la solidaridad internacional para no solo poner en marcha una legítima ofensiva contra el terrorismo, sino para emprender acciones temerarias, y en última instancia perniciosas, como la invasión y la ocupación de Irak. Con todas las diferencias, eso es lo que ha hecho Israel en estos nueve meses: llevar a cabo una campaña de destrucción cruel y contraproducente y, con ello, acabar con una parte importante de las simpatías globales con que contaba.
Hoy Israel está más solo. Podrá seguir contando con el apoyo de Estados Unidos y de la UE. Merece una parte de él. Pero la arrogancia de Netanyahu y sus aliados ha generado una ruptura de los consensos políticos, relativamente estables, de los que ha gozado en Occidente durante sus más de setenta años de existencia. Y ha propiciado una creciente frustración entre quienes siempre hemos defendido que Israel era un amigo singular merecedor de todo el apoyo. Hoy este es un poco más difícil. Y nada volverá a ser como antes.
Anteayer, Benjamin Netanyahu compareció por cuarta vez ante el Congreso de Estados Unidos y se convirtió en el líder internacional que más veces lo ha hecho (Churchill se quedó en tres). En cualquier otro momento de las últimas décadas, esa comparecencia habría parecido casi rutinaria. La mayoría de sus oyentes habría recibido muy bien buena parte de su discurso: reiteró que la existencia de Israel está amenazada, puso énfasis en la alianza económica y militar entre este y Estados Unidos, señaló a Irán como el mayor enemigo de ambos, e hizo responsable del sufrimiento de los palestinos a Hamás. Nada nuevo.
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