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Tribuna Internacional
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Trump acabará perjudicando a la nueva derecha que tanto le adora
Los conservadores radicales europeos admiran a Trump. Pero este, que es un nacionalista, dañará a sus países con medidas comerciales y militares. Tarde o temprano, tendrán que hacer frente a la contradicción
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En septiembre del año pasado, en las elecciones regionales del estado alemán de Brandeburgo, se habló mucho de Elon Musk. Tesla había construido en la ciudad de Gruenheide la primera fábrica europea de la marca. Pero la gente no estaba contenta. Muchos pensaban que no ofrecía las garantías de seguridad medioambiental y laboral que se exigen a las demás empresas del país. El movimiento ciudadano de repulsa a esa inversión estadounidense estuvo liderado por Alternativa por Alemania (AfD). En parte gracias a ello, el partido quedó en segundo lugar, muy cerca de los socialistas y con más del doble de escaños que el centro-derecha.
Hoy AfD sube en las encuestas y, tras las elecciones federales de dentro de un mes, podría convertirse en el segundo partido del país. Está encantada con que Musk le apoye y participe en sus mítines, y finge que el episodio de Gruenheide nunca tuvo lugar. Pero también finge que no existe otro problema: Trump, el jefe de Musk en el Gobierno estadounidense, detesta la política exportadora de Alemania y lleva años diciendo que uno de sus objetivos es poner aranceles tan altos a los coches alemanes que no vuelva a verse nunca más un BMW en las calles de Nueva York.
AfD, de momento, está surfeando esta paradoja. Otros lo tienen más difícil. El Partido Popular de Dinamarca es una organización nacionalista de derecha dura. Hasta hace apenas un par de meses, admiraba a Donald Trump y le consideraba un ejemplo a seguir por sus políticas migratorias y su proteccionismo. Su pretensión de anexionarse Groenlandia, sin embargo, dejó estupefacto al partido. La semana pasada, uno de sus miembros, el eurodiputado Anders Vistisen, le dijo a Trump, literalmente, que se fuera a la mierda. Groenlandia siempre será danesa, afirmó.
A Trump le gusta rodearse de gente ideológicamente afín. En una decisión con pocos precedentes, invitó a su toma de posesión a líderes internacionales que le gustan, como Javier Milei, y a jefes de partidos relativamente pequeños, como Santiago Abascal. La simpatía personal cuenta en política. Pero es improbable que Trump acepte el tratado de libre comercio con Argentina que Milei anhela desesperadamente, porque no quiere que ningún extranjero haga la competencia a los productores agrícolas y granaderos estadounidenses. Del mismo modo, Trump no tendrá ningún problema en subir los aranceles a los productos españoles que importa Estados Unidos, muchos de ellos procedentes de lugares particularmente importantes para Vox, como el Levante o Andalucía. La semana pasada, por ejemplo, Estados Unidos vetó la importación de pimientos de Almería, una provincia que hace no mucho era clave para Vox. ¿Qué diría este si, como se empieza a especular, Estados Unidos se llevara alguna base militar a Marruecos? Vox aseguraría que es culpa de Pedro Sánchez. Pero no sería una posición cómoda para el partido.
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Algunos casos son aún más sangrantes. En Polonia, el partido de derecha radical, PiS, vive con un verdadero y genuino dolor que Donald Trump, cuyas políticas migratorias, de género o religiosas adora, quiera tener buenas relaciones con Vladímir Putin, al que considera un peligro para la integridad de la nación polaca, o que Musk invite a los alemanes a olvidar el pasado nazi, que los polacos sufrieron como pocos.
Se trata de una tensión insoluble: puedes admirar a un mandatario extranjero, puedes contar con su ayuda y su influencia, pero si este mandatario es un nacionalista, como es el caso, en última instancia le da igual el bienestar de tu país. Y cuando te perjudique, vas a tener que dar explicaciones por ello.
Nacionalismo herido
Por eso son tan dudosas las interpretaciones según las cuales la victoria de Trump es un gran espaldarazo para la derecha radical europea. O mejor dicho: es posible que su victoria lo haya sido, pero sin duda no van a serlo muchas de sus políticas, que tendrán como primera consecuencia perjudicar a los países a los que pertenecen estos nuevos y potentes partidos nacionalistas. Estos, ahora, pueden sentirse halagados y acompañados por las críticas de Trump a la Unión Europea, o incluso por la estrategia de su secretario de Estado, Marco Rubio, de buscar más el diálogo con las naciones individuales que con la Comisión Europea. Pero pronto sentirán el peso de la contradicción. Solo la UE tiene el poder suficiente para, en una negociación con Estados Unidos, defender con ciertas garantías la industria y la agricultura de las naciones europeas. Y solo la OTAN, a la que tanto desprecia Trump, puede garantizar mínimamente la seguridad de Europa, y no los pequeños ejércitos de cada país.
Todo eso importa poco electoralmente. Estos partidos, bajo el influjo de Trump, entienden la política como un reality show en el que lo relevante es la estrategia comunicativa, la indignación moral y la generación de conflictos, y dejan siempre en segundo plano las políticas efectivas y reales. Pero a pesar de esto, en algún momento de los próximos cuatro años, no tendrán más remedio que dar explicaciones. ¿Tiene sentido ser un trumpista alemán, danés, argentino, español o polaco cuando, siguiendo una impecable lógica nacionalista, Trump va a ser completamente indiferente al daño que su país cause a Alemania, Dinamarca, Argentina, España o Polonia?
En septiembre del año pasado, en las elecciones regionales del estado alemán de Brandeburgo, se habló mucho de Elon Musk. Tesla había construido en la ciudad de Gruenheide la primera fábrica europea de la marca. Pero la gente no estaba contenta. Muchos pensaban que no ofrecía las garantías de seguridad medioambiental y laboral que se exigen a las demás empresas del país. El movimiento ciudadano de repulsa a esa inversión estadounidense estuvo liderado por Alternativa por Alemania (AfD). En parte gracias a ello, el partido quedó en segundo lugar, muy cerca de los socialistas y con más del doble de escaños que el centro-derecha.