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Estamos donde estamos, no donde a Sánchez le gustaría
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Estamos donde estamos, no donde a Sánchez le gustaría

El sitio marcado en el mapa político no es un punto de unión, ni de retorno, ni de retroceso, como dijo el presidente, sino la pausa sin viento del ojo de los huracanes

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Teatre del Liceu de Barcelona. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Teatre del Liceu de Barcelona. (EFE)

“Estamos donde estamos”, arrancó Sánchez en el Liceu, y mencionó la palabra “concordia”, tan vacía, tan hueca como “democracia”, “autodeterminación” o “independencia”. “Efectivamente, estamos donde estamos”, hubiera podido responder la calle, “y no donde nos gustaría”. Porque el sitio marcado en el mapa político no es un punto de unión, ni de retorno, ni de retroceso, como dijo el presidente, sino la pausa sin viento del ojo de los huracanes. Fuera del Liceu, mientras Sánchez entonaba su aria solitaria, había dos centenares de personas en una manifestación dirigida por Waterloo. Daban alaridos contra el “Gobierno colonial”.

“Estamos donde estamos”, repitió Sánchez impertérrito. Hablaba como si el GPS se le hubiera roto y a solas, en medio de una carretera nocturna, se hubiera puesto a filosofar. Y continuó el presidente con su puesta en escena, recitando ese texto bien escrito, pero no pasaron ni dos minutos hasta que se levantó la voz de un asistente que, como poseído, se puso a chillar “visca la terra” y “amnistía”. Porque la realidad no la construye el lenguaje, y mucho menos la retórica, aquella voz estridente era la respuesta al “estamos donde estamos”: le recordaba a Sánchez que está en Cataluña, una tierra rota en dos mitades, imposible.

Este es un dato asombroso que merece subrayarse: los gritones (dos personas) eran los únicos independentistas presentes en la sala. Esto, ya de por sí, debiera ser la medida precisa del fracaso de los indultos. El Gobierno de Aragonès y el resto de partidos nacionalistas habían dado plantón a la cita, y los mismos a los que Sánchez indulta habían dejado clara su postura: el desprecio absoluto ante cualquier gesto que no sea darle a Cataluña las llaves de la independencia, es decir, entregar la soberanía de todos los españoles a una región, y mostrarle de paso la espalda (y el culo) a esos catalanes que para el independentismo no existen.

"¡Autodeterminació!", seguía el exaltado, pero Sánchez es un artista de la concentración y los gritos no le desvían de su ruta. Tampoco los razonamientos, ni los debates, ni sus palabras del año anterior: nada. Podría atravesar una pared si tuviera la intuición de que al otro lado hay 10 minutos más de poder. ¿Qué dificultad puede encontrar alguien así ante cuatro gritos en un mitin? Acogió los alaridos en su texto, los integró con un requiebro y siguió, impertérrito, con su declaración de amor a quienes le chillan. De la misma forma que yo no existo para los independentistas, los independentistas no existen para Sánchez. No los ve.

Es fundamental entender esto: la mitad de los catalanes votan a partidos que, por encima de todas sus trolas, prometen algo que suelen cumplir: no dar un solo paso atrás e impedir toda reconciliación con el Estado. Para esos políticos, el resto de los habitantes de Cataluña somos estorbos en el proyecto glorioso de forja nacional. En los buenos tiempos se nos ignora y en los malos se nos insulta. Así que no habrá concordia por mucho que Sánchez la mencione. Las heridas son mucho más profundas que las palabras poéticas del presidente.

Repasemos dónde estamos: el independentismo no renuncia a la autodeterminación, pues dejaría de ser independentismo, así que los indultos no valen nada. Tan pronto como se olvidó el acercamiento de los presos a Cataluña se olvidará que hubo una medida de gracia. Continuará la propaganda del martirio, el reproche y el desafío como si nada hubiera pasado. Esto lo veremos en cuanto se reúna la mesa de diálogo. Se cumplirá la profecía del independentismo, que lleva semanas diciendo que no va a funcionar, para acusar, después, al Estado de haberla roto.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a su salida del Teatre del Liceu de Barcelona. (EFE)

Aquí estamos, hacia allí vamos. Con sorna, dijo Puigdemont que Sánchez hubiera podido ir al Parlament en vez de al Liceu, y en eso tenía toda la razón. Una visita de Sánchez al Parlament le hubiera dado la medida exacta del grado de concordia que es posible hoy en Cataluña. Allí, donde la apisonadora se enseñorea y teje su propia visión del mundo, la propaganda de los indultos hubiera recibido un baño de realidad. Pero seguiremos haciendo como que el otro no existe, claro. Es más fácil hablar del futuro así.

“Estamos donde estamos”, arrancó Sánchez en el Liceu, y mencionó la palabra “concordia”, tan vacía, tan hueca como “democracia”, “autodeterminación” o “independencia”. “Efectivamente, estamos donde estamos”, hubiera podido responder la calle, “y no donde nos gustaría”. Porque el sitio marcado en el mapa político no es un punto de unión, ni de retorno, ni de retroceso, como dijo el presidente, sino la pausa sin viento del ojo de los huracanes. Fuera del Liceu, mientras Sánchez entonaba su aria solitaria, había dos centenares de personas en una manifestación dirigida por Waterloo. Daban alaridos contra el “Gobierno colonial”.

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