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El aborto no es sencillo. Abortar en la pública sí debería serlo
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Juan Soto Ivars

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El aborto no es sencillo. Abortar en la pública sí debería serlo

Si el aborto es un derecho, y en nuestro país lo es, ningún hospital público puede tener un equipo de ginecología compuesto exclusivamente por objetores de conciencia

Foto: Manifestación convocada con motivo del Día Internacional por la Despenalización del Aborto y la Defensa de los Derechos Sexuales y Reproductivos de las Mujeres. (EFE)
Manifestación convocada con motivo del Día Internacional por la Despenalización del Aborto y la Defensa de los Derechos Sexuales y Reproductivos de las Mujeres. (EFE)

El aborto no me parece un tema fácil, ni sencillo ni transparente, sino lleno de recovecos. Ni los religiosos que consideran que es un simple asesinato, ni las feministas que consideran que es una simple decisión de una mujer me convencen. Yo soy favorable al aborto tal como está legislado, pero intento entender qué pone en juego más allá de mis creencias, y qué renuncia supone mi postura. Entiendo que, con los lemas habituales, diseñados para la batalla, se oculta la complejidad de una operación cuya soberanía está compartida entre el médico y la paciente, y también, de alguna forma, arrebatada 'de facto' a quien sería persona en otras circunstancias.

Como decía Guido Ceronetti, si el aborto fuera un asesinato, al menos tendríamos que convenir que es uno en defensa propia. Aunque no creo que el aborto sea equiparable a matar a un bebé, sí veo algo razonable en la idea de que el aborto implica muerte: la de quien viviría, pensaría y tomaría sus propias decisiones si ese aborto no se diera, y también una muerte simbólica para la 'madre', que deja de serlo y se lleva un remordimiento impreciso, inexacto e intangible por su decisión. Reducir ese trauma a una simple cuestión hormonal (que también existe) es pobre y cientificista. Aquí hay más cosas en juego.

Foto: Foto de archivo: Irene Montero. (EFE)

Dejando a un lado los abortos justificados por violación, peligro médico para ella o deformidades y problemas detectados en un embrión, entramos en un laberinto moral que suele eludirse con consignas. Tal como está legislado en España, el aborto es un derecho de las mujeres y, por extensión, de los hombres. Supone liberar a una pareja —sobre todo a una mujer— de la servidumbre de la paternidad en un momento en que no existen las condiciones para emprender este camino. Pese a que tenemos anticonceptivos, y pese a que la educación sexual en la materia ha avanzado mucho, los individuos cometen errores, y lo seguirán haciendo. Y el aborto aparece ahí, en ese callejón sin salida, convertido en derecho.

Es un debate envenenado. Se habla de la hipocresía de muchos antiabortistas, que desprecian la vida humana en cuanto sale del vientre materno, cuando no necesariamente te hace insolidario, xenófobo o favorable a la pena de muerte la postura antiabortista. Se habla también con frecuencia de la frivolidad letal de chavalas irresponsables que usan el aborto como si fuera un método anticonceptivo más, cuando los casos en que una mujer aborta muchas veces son irrelevantes y el aborto suele ser un momento terrible y doloroso para quien se ve obligada a recurrir a él.

Foto: El presidente gibraltareño, Fabian Picardo, atiende a los medios tras votar. (El Confidencial)

Pero en general se caricaturiza al otro, que se caricaturiza también a sí mismo por su numantinismo, y se niega a aceptar que discute sobre un terreno complejo y pantanoso. Pero en España ha surgido estos días algo que solo puede ser enfrentado como un problema práctico que requiere una solución. De hecho, hoy escribo del tema por lo que sigue.

En España, el 86% de los abortos se realiza en centros privados o concertados. El motivo es que hay hospitales (y comunidades autónomas enteras) donde no se ha producido un solo aborto en el sistema público de salud en los últimos años. El tema salió a la palestra tras el testimonio de una mujer que había encontrado que todos los ginecólogos de su hospital, en la Comunidad de Madrid, eran objetores de conciencia. Resultó luego, cuando se vieron las cifras, que esto no era una anécdota, ni una excepción, sino la norma en algunos hospitales.

Foto:  La ministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE)

Esto choca frontalmente con el concepto que muchos tenemos de la sanidad pública. Si el aborto es un derecho, y en nuestro país lo es, ningún hospital público puede tener un equipo de ginecología compuesto exclusivamente por objetores de conciencia, o dominado por jefes que impongan esa objeción (respetable, pero suya) al resto del equipo. El Ministerio de Igualdad ha anunciado una lista de médicos objetores para garantizar la presencia de no objetores en las unidades de ginecología de los hospitales públicos, lo cual me parece razonable. No creo que haya que despedir médicos, sino garantizar la presencia de los que están dispuestos a hacer un trabajo no apto para todos.

Las unidades de ginecología públicas no deben tener otra ideología ni otras creencias que las que marca el consenso de la ley

La objeción de conciencia del médico me parece un derecho tan sagrado como el aborto mismo. Un médico jura a Hipócrates y se compromete a salvar la vida siempre que sea posible. Si tiene creencias religiosas, o cualquier otro principio moral que le haga ver el embrión de menos de 14 semanas como un ser humano, nadie puede obligarlo a practicar abortos, de la misma forma que nadie puede obligarlo a suministrar los fármacos para una eutanasia. Sin embargo, las cifras del aborto en la sanidad pública española son escandalosas. Las unidades de ginecología públicas no deben tener otra ideología ni otras creencias que las que marca el consenso de la ley.

Decía Louis CK en uno de sus monólogos que comprende muy bien la furia endiablada de los antiabortistas que se manifiestan a las puertas de las clínicas de abortos. Si según tu visión del mundo ahí se está produciendo un holocausto en masa, si ahí se está asesinando a bebés inocentes, ¿cómo vas a reaccionar civilizadamente? Gritarás, insultarás a las pobres mujeres que acuden y cubrirás la ciudad de carteles incendiarios. Pasa lo mismo con los animalistas más radicales, predispuestos también a perder los papeles. Si para ti una granja de pollos es el equivalente a un campo de exterminio nazi, ¿cómo vas a pedir educadamente el cierre? Amenazarás con pegarle fuego al edificio.

Foto: (EFE)

Que los pollos no son seres humanos lo tenemos todos bastante claro, aunque está por ver qué dirán las futuras generaciones de nuestra forma de proveernos de alimento a base de seres vivos capaces de sufrir. Tampoco tengo claro cómo se verá el aborto, ni nuestras actuales controversias. ¿Son los seres pensantes los únicos con derecho a la vida, o también los 'sintientes'? ¿Solo los seres humanos, o también los animales? ¿Cuándo empieza a sentir un embrión?

Aristóteles nos deja una de las más antiguas disecciones del alma, la gestación y las especies, y allí se ocupa de dictaminar este asunto, y también piensa sobre el tema Tomás de Aquino, que se preguntaba cuál es el momento en que el alma queda fijada al cuerpo. La duda sobre el momento de la gestación en que esa criatura es uno de nosotros es antigua y no se ha resuelto. No ha sido un asunto fácil jamás, y supongo que no lo será nunca.

Jamás apoyaría el despido por cuestiones ideológicas. Pero un hospital público no puede ser un lugar en el que sea imposible abortar

Pero estamos en 2021 y tenemos derecho al aborto hasta la semana 14, por más respetable que sea la opinión contraria, y por más que pese a quienes consideran que el aborto es un asesinato. Y tenemos también un sistema de salud público que sirve para que ricos y pobres reciban el mismo tratamiento médico, completo y total, ante cualquier asunto que requiera intervención profesional y que afecte a su vida. Por tanto, por supuesto, los hospitales públicos deben seguir siendo la casa de médicos de inmensa valía que no quieren practicar abortos, y jamás apoyaría el despido por cuestiones ideológicas. Pero no pueden ser lugares en los que sea imposible abortar. Sencillamente, no pueden serlo.

Porque el hospital no piensa, no decide, no puede ser objetor de conciencia. El hospital es una institución, y por lo tanto nos sirve.

El aborto no me parece un tema fácil, ni sencillo ni transparente, sino lleno de recovecos. Ni los religiosos que consideran que es un simple asesinato, ni las feministas que consideran que es una simple decisión de una mujer me convencen. Yo soy favorable al aborto tal como está legislado, pero intento entender qué pone en juego más allá de mis creencias, y qué renuncia supone mi postura. Entiendo que, con los lemas habituales, diseñados para la batalla, se oculta la complejidad de una operación cuya soberanía está compartida entre el médico y la paciente, y también, de alguna forma, arrebatada 'de facto' a quien sería persona en otras circunstancias.

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