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Urtasun: cuando el sacrificio humano azteca es cultura pero los toros no
Las visiones patrimonialistas e ideologizadas de la cultura no conducen al conocimiento, sino que levantan trincheras para fragmentarlo
El ministro de Cultura debió visitar hace 30 años el Museo Británico y, horrorizado por el expolio y el tufo colonial que allí se respiraba, regresó a España convencido de que habría que echar a los pijos ingleses para que dirigiera el museo la momia más sensibilizada del catálogo y de que su misión, si un día se convertía en ministro, sería lograr que en España no haya ningún Museo Británico.
¡Ya es ministro! ¡Y no hay Museo Británico en Madrid! Primer éxito, pero frustrante. A falta de tales templos y con mucho trabajo por inventar para decir que es urgente y redentor (marca de la casa), echó el nuevo jefe la vista a los museos de Arqueología y América, que quizás no ha pisado mucho, de la misma forma que —como descubrió Alberto Olmos— antes de ocupar el cargo la palabra "libro" aparecía en cinco de sus 36.000 tuits.
Venga, hago yo la prueba. En todo su historial de Twitter, la palabra "museo" aparece dos veces, en plural, y las dos en tuits de cuando ya es ministro. La palabra "exposición", por su parte, aparece una, en 2019... pero referida a alguien que expuso no sé qué ideas cuando hablaba. ¡Las prisas por redención cultural de la sociedad española a través de los museos no surgen hasta que no te pagan!
En fin, para extirpar de estos museos que no ha visitado toda óptica colonial, agarró las teorías decoloniales de moda en la capital del imperio cultural estadounidense y el Reino Unido, fabricante de la Leyenda Negra. La contradicción que supone importar de una metrópolis económica y cultural de la que España es una remota y nimia provincia ideas anticoloniales es tan divertida como la manía de adoptar motivos de indignación codificados de otras culturas (blackface, caricaturas de Mahoma, etc). No porque las teorías extranjeras no sirvan, que esto sería provincianismo, sino porque todos los imperios no fueron iguales.
Pero más contradictorio me parece sostener en una misma semana que quieres rescatar la voz genuina de los pueblos prehispánicos y que consideras la tauromaquia una cosa sádica y poco cultural. ¿De qué manera descolonizas un museo que exhibe restos de sociedades aficionadas al sacrificio humano si te subleva y asquea el sacrificio de un toro? A ver si, cuando Urtasun se ponga a descolonizar, termina con el gusto colonoscopizado, que la antropología es muy traicionera.
Dirán los del ministerio: bueno, pero los toros perviven vergonzosamente y hace muchos siglos que desaparecieron los aztecas. Y yo les preguntaré: entonces, con la conquista de América que ocurrió por ahí, ¿puedo dejar de fustigarme?
Es como poner unas bragas en un plato o un tenedor en el cajón de la ropa. Y hablando de bragas, también ha ordenado el ministro a los 17 museos que dependen de su tenderete que revisten las “inercias de género”, porque, como dijo un escritor de gran influencia en esos páramos ideológicos y hoy innombrable para quienes asumen sus teorías disparatadas tras ciertos líos relacionados con el abuso, el Prado es un antro decimonónico donde las violaciones te saltan a la cara cuando menos te lo esperas.
Sospecho que a Urtasun, con la cultura, le pasa lo mismo con la clase trabajadora: criado en el barrio altoburgués de Sant Gervasi y educado en la élite restringida del Liceo Francés, el hombre tuvo que meterse en Comisiones Obreras para ver de cerca a los currelas como Aureliano Buendía cuando fue a conocer el hielo. Sorprende, eso sí, que educado en un centro con alta vocación humanística crea que la cultura es un arma.
Esto lo dijo textualmente nada más empezar, y el rosario de sus declaraciones posteriores abunda en el mismo tópico. Quiere levantar un muro de cultura contra lo que él entiende como ultraderecha, lo cual es exactamente lo mismo que está haciendo Vox con lo que entiende como ultraizquierda allá donde consigue amarrar una concejalía. A eso lleva ver la cultura como un arma política y de ahí las cancelaciones, la censura y todo eso que Urtasun dice que va a combatir.
Por ser claros: oyendo a Urtasun, pienso en un bombero pirómano. Delata su posición woke importada de Estados Unidos, es decir, su puritanismo cultural autoculpable, y a la vez plantea, para luchar contra la censura (de Vox), una Dirección General de Derechos Culturales. Ya nos explicará de qué manera se apuesta por la libertad de expresión eligiendo términos como “ultraderecha”, “óptica colonial” o “inercia de género” para purificar la cultura.
¿Acaso resarcirá con una petición de indulto este ministro al líder del grupo de artistas Homo Velamine,
No. Y no lo hará porque las visiones patrimonialistas e ideologizadas de la cultura no conducen al conocimiento, sino que levantan trincheras para fragmentarlo. Cuando oigo a un político decir que la cultura es un arma, siempre me acuerdo de los falangistas que sentaron las bases teóricas para la imposición del nacionalcatolicismo. Ellos también entendían la cultura como una herramienta para purgar del espíritu nacional las ideas marxistas y la depravación moral.
Lo que cambian son las ideas que hay que purgar, no las actitudes intransigentes
Lo que cambian son las ideas que hay que purgar, no las actitudes intransigentes. Lo primero que haces cuando crees que la cultura es un arma es apretar el gatillo contra tus enemigos políticos. Luego, cuando has vaporizado de la sala a todo aquel que te contradiga, hablas de diálogo.
Sin embargo, quiero darle un voto de confianza, porque cuando lo oigo hablar no me parece Urtasun ningún integrista, por más que las ideas que está comunicando sean un caldo de cultivo para el revisionismo y la censura en todo Occidente. ¡Lo ha dicho esto hasta Naomi Klein, así que las quejas a ella! Le ofrezco el beneficio de la duda, porque quizás no es más que un hombre que no se ha percatado de que la cultura sólo es un arma cuando ha caído en malas manos.
El ministro de Cultura debió visitar hace 30 años el Museo Británico y, horrorizado por el expolio y el tufo colonial que allí se respiraba, regresó a España convencido de que habría que echar a los pijos ingleses para que dirigiera el museo la momia más sensibilizada del catálogo y de que su misión, si un día se convertía en ministro, sería lograr que en España no haya ningún Museo Británico.
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