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Juan José Cercadillo

Feria de San Isidro

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De tripas corazón

Gloria demando para los toreros de esta inolvidable novillada. Gloria para los toros que al vender así su vida han dignificado su muerte. Gloria para una fiesta que, en su escalafón menor, ha sublimado este lunes su existencia

Foto: El diestro Manuel Perera, en una imagen de archivo. (EFE)
El diestro Manuel Perera, en una imagen de archivo. (EFE)

Palacio de Vistalegre, 17 de mayo de 2021

5ª de la Feria de San Isidro, única novillada del ciclo. Unos 1.500 espectadores.

Seis novillos de El Freixo de entre 425 y 487 kilos. Ganadería perteneciente a Julián López El Juli, que lidió una excelente novillada. Muy bien presentados, con muy buenas hechuras y con el tamaño perfecto. Excelentes en la muleta destacando sobremanera el tercero y quinto. Cuarto y sexto, los dos castaños, más complicados. Todos, menos sexto, ovacionados en el arrastre. Se pidió la vuelta al ruedo para el quinto, que el presidente incomprensiblemente no otorgó.

Antonio Grande de grana y oro. Oreja con fuerte petición de la segunda, ovación y ovación.

Tomás Rufo de tabaco y oro. Oreja con petición de la segunda y dos orejas.

Manuel Perera de mostaza y oro. Oreja, que pasea su cuadrilla y se la traslada a la enfermería, con fortísima petición de la segunda que incomprensiblemente deniega el presidente, sobre todo después del tremendo percance sufrido. Cogido de forma brutal y dramática por el vientre al entrar a matar su primero. El parte emitido por el Dr. Enrique Crespo Rubio a las 22:35 dice textualmente: “Herida por cuerno de toro en fosa iliaca izquierda con un trayecto ascendente y hacia afuera de unos 30 cm que desgarra musculatura de pared abdominal; otro trayecto hacia arriba y adentro que penetra en cavidad peritoneal con evisceración de asas intestinales y arrancamiento de epiplón alcanzando una extensión de 40 cm. Bajo anestesia general se interviene quirúrgicamente. Se traslada al Hospital de Nuestra Señora del Rosario. Pronostico: muy grave.”

Foto: Fallecimiento en 2016 del torero segoviano Víctor Barrio en la plaza de toros de Teruel. (EFE)

Anclado sigo en mi butaca. Hará una hora acabó el festejo. Rodea, y contiene, el vacío etéreo de esta plaza el inmenso cúmulo de sentimientos que tengo dentro. Una angustia alimentada de pánico —que lucho por sobrellevar— me ha dejado inmóvil, aterrado, compungido. Un sosiego cargado de emociones —que lucho por interpretar— me han dejado calmado, consolado, feliz, inanimado. Angustia y sosiego aploman combinados mi ser hasta hacerme incapaz de sacarlo de mi asiento. Ni siquiera he sido capaz de moverme al lugar apropiado, discreto, digamos, que la situación me obligaría. Y aquí, en mi butaca clavado, la tormenta de sentimientos lleva alimentando una hora la congoja y los sollozos que hace ya rato no contengo. Y me doy rienda suelta y me olvido del decoro y me permito el desahogo que mi alma me reclama. Y la confusión interna, vuelta nudo en la garganta, me trae las lágrimas de angustia pero también las de calma. Y mi llanto contenido emerge a partes iguales del dolor físico de Perera, del toreo inmenso de Grande y del pellizco de Tomás tras una de esas tardes por las que amas la vida y ves claro que está compuesta de muchas más aristas de las que tu razón entiende, de muchas más de las que eres consciente en tu día a día. Afloran hipos y sollozos sin solución de continuidad, sin que ninguno de ellos explique con precisión el origen del pellizco que te han pegado por dentro. Ese que tan claro has sentido. Sin fronteras aparentes te esfuerzas en saber qué exactamente te ha pellizcado. Y sin saberlo del todo te entregas a disfrutar esa sensación de calambrazo que te paraliza, que te aferra a una butaca. Esa que crees que surge cuando tu propia consciencia roza el sentido de la vida al tiempo que alcanzas a ver, a demasiada poca distancia, la existencia de la muerte.

Grandiosa novillada de El Juli que hasta para ser perfecta echó dos toros castaños de los que ponen a prueba. Solo el sexto se paró

Gloria demando para los toreros de esta inolvidable novillada. Gloria para los toros que al vender así su vida han dignificado su muerte. Gloria para una fiesta que, en su escalafón menor, ha sublimado este lunes su existencia. Gloria a la explosión de magia que blindará su futuro con la emoción de estos lances, con el arte más efímero y, como no, con la sangre.

De tripas corazón siento que hago al ponerme a contar que tengo ahora por dentro. Tal es el nudo en el estómago. Callarme sería una injusticia a la altura de las que ha cometido el presidente, y no quiero caer tan bajo.

Grandiosa novillada de El Juli que hasta para ser perfecta echó dos toros castaños de los que ponen a prueba. Solo el sexto se paró y aguó la tarde de Antonio. El resto fue una delicia. Un cúmulo de facultades que el toro bravo necesita para poder formar parte de un arte tan elitista.

placeholder El novillero Antonio Grande, en una imagen de archivo. (EFE)
El novillero Antonio Grande, en una imagen de archivo. (EFE)

Que el toreo es grandeza lo ha dejado claro Grande, Antonio para más señas. Un cuajado novillero que tiene planta de torero para hacer a diez artistas, valor para ceder a otros tantos y técnica y conocimiento para una más que larga lista. Matador hecho, cuajado, al que solo el parón de la pandemia le tiene todavía 'anovillado'. Encajado, valeroso, templado, variado, sereno, entregado. Con la muleta por los suelos, rematando a la cadera y con esos pases de pecho tenemos figura del toreo a la que hay que estar atenta.

Tomás Rufo tampoco es matador de toros por el bicho susodicho. Pero tiene en su elegancia y en su valor, en la majestuosidad de su aplomo, y sobre todo, en la despaciosidad de su muleta un futuro para él y un gran futuro para la fiesta. Sensible e inteligente como demostró en el brindis. Sensible por brindar al compañero herido dejando la montera en lo alto de la barrera. Inteligente obligando a su banderillero a que volviera a dejarla en el mismo sitio para poder él recogerla y recoger a la par el fuerte aplauso del público que en ese momento bramaba por conseguir la segunda oreja que en los toros anteriores de forma casi denunciable escaqueó la presidencia.

placeholder El diestro Tomás Rufo, en una imagen de archivo. (EFE)
El diestro Tomás Rufo, en una imagen de archivo. (EFE)

Manuel Perera tiene 19 años, lo cual ya por sí solo explicaría mi pánico. Primero, cuando se fue a la puerta de chiqueros y clavado como un clavo, con el capote a la espalda, recibió por saltilleras a un novillo que embestía fijo, firme y por abajo. Toda la tarde entregado, y con la transmisión del novillo, me tuvo embelesado, asustado y compungido. Me hizo disfrutar a ratos de su estilo, su apariencia, de su clase y su alegría. Me hizo pensar en su triunfo ganado a base de ganas y cómo le recompensaba el destino la tragedia de un accidente que le puso no hace tanto contra las tablas. Una cornada de tráfico que casi se le llevó por delante sin cumplir 16 años. “Recuperaba su senda”, pensé cuando se cuadraba a rematar su faena. Una estocada y puerta grande era lo que le tocaba. Pero al hacer la cruz con la muleta y la espada, como le mandan los cánones, no hubo forma de que esta vez pudiera salirle cara. Le entró el pitón por el vientre, lo levantó sin soltarlo y su perdida mirada, colgada a merced del toro, me evocó la sensación de la mayor de las tragedias. Cayó al suelo, cayó roto. Atravesando el destino su chaleco de torero. Revolviendo entre sus tripas el pitón de su moneda, buscando entre sus entrañas, persiguiendo el corazón y la cara y cruz de su vida. Con toda su alma al aire le llevaron en volandas a contenérsela dentro. Parece que lo consiguieron e hicieron huir al destino que se empeña en perseguirle. Ojalá sea de verdad su último y sombrío intento.

Palacio de Vistalegre, 17 de mayo de 2021

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