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Schettino comanda la economía
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Schettino comanda la economía

Comenzamos esta andadura semanal hace ya tres años, un veintinueve de enero. Habíamos hecho unos pinitos, de manera esporádica, durante el semestre anterior. Fueron pequeños escarceos,

Comenzamos esta andadura semanal hace ya tres años, un veintinueve de enero. Habíamos hecho unos pinitos, de manera esporádica, durante el semestre anterior. Fueron pequeños escarceos, hablando de historia financiera, a modo de aviso a los navegantes. Amenazaba temporal. Los partes lo anunciaban. Zapatero lo negaba. La indolente calma previa a la tormenta no presagiaba nada bueno. Hasta que arreció el tifón, como era de esperar, quebrando vergas y tumbando bancos (con n, no con r).

Mi primer artículo en tres entregas publicado en este digital, y en mi vida, se tituló: La banca estadounidense se declara en bancarrota (II y III). Lehman Brothers se hundió en las profundidades abisales de la quiebra apenas un mes después. ¿Premonición? Nuestros destinos económicos continúan regidos por los mismos timoneles rellenos de competencias desarboladas.

Después de algún escarceo histórico y financiero más (I y II), McCoy me dijo que había mucha gente que decía que sabía de estas cosas. Así como de papelitos que todo lo aguantan, diría yo, ya no me acuerdo (hasta que dejan de hacerlo y el castillo de naipes se derrumba ante cualquier brisa inesperada).

No había tantos chiflados disponibles que parecía que supiesen algo de energía y medioambiente, dispuestos a escandalizar una semana tras otra, a ser posible a la contra del personal. Y me encasquetó el tema del que yo me escabullo alguna vez. No porque no sean importantes y diversos ambos, sino porque uno lleva dentro el virus de la inquietud, a menudo del desasosiego, que le corroe las sentinas. Cuyos fondos inescrutables son tan profundos y arcanos que cuando se recalientan pugnan por barrenar.

Aquel día levantó el telón y empezó este neurótico trote semanal a lomos de cierta jaca molida y apaleada, que atiende al nombre de enerconomía, cargada de alforjas bien repletas de palabras y palabrejas, y algún que otro exabrupto extemporáneo o subliminal.

Tres patas para una silla

La economía hay que trajinarla. Y sin energía, aunque sea una simple exhalación humana en forma de romántico beso, no hay manera de hacerlo ni de intercambiar nada. Mientras, los residuos, la contaminación (aunque sea un aliento infinitesimal) y el agotamiento de los recursos o sea, el medioambiente, serán su freno y su perdición como continuemos vagando por la misma senda maldita plagada de delirios depredadores y venenosos sargazos teóricos.

Son tres patas de una misma silla, silla con tres patas en equilibrio inestable, como desnivelemos los glúteos de la sensatez al sentarnos en ella. Equilibrio, cual crucero a punto de zozobrar, a causa de la imprudente aproximación a la roca que los Schettinos económicos se empeñan en ignorar. A pesar de que el bajío figura bien señalizado con indeleble tinta amarilla en todas las cartas náuticas de la razón.

El abandonó humillantemente el barco. Nosotros no podemos evacuar este bajel planetario, cada día más cochambroso y cascado, repleto de vías de agua en sus fundamentos filosóficos, económicos pero, sobre todo, morales.

Para la teoría económica convencional la silla que nos soporta tiene solo una pata, muy delgada, sin apenas módulo resistente, y la sustancia casi hueca. Que se comba cada día un poco más a causa del pesado, inerte y demencial entramado matemático que está obligada a soportar para glorificar la masiva mediocridad académica. ¡Se avista clamoroso batacazo en lontananza si seguimos ignorando olímpicamente el influjo de las otras dos!

El batacazo que viene

El crecimiento económico infinito producido en un lugar finito, llamémosle Tierra es, ciertamente, imposible. Nada puede crecer indefinidamente, salvo el Universo en expansión, en teoría.

El cambio climático, mientras tanto, no es más que un lacayo de la naturaleza que pretende poner orden en esta reducida casa de vecinos cada vez más apiñados. Cuyos excrementos acumulados en estanques antaño exuberantes y el gaseoso patio etéreo y común van incrementándose cada día un poco más, apestándonos a todos.  

Vivimos en un lugar prácticamente cerrado, no está a salvo de cascotes y pedradas, con apenas un dorado calefactor luminoso, heliocéntrico (de helio) e hidrogenado, que atiende al nombre de Sol. Muchos sabios no se han enterado de ello. Y menos lo han incluido en su formulación.

Tales magos veneran al dios tecnología, el apóstol progreso, al profeta sustitución, mientras adoran el entrópico becerro de oro. Una versión de la divina multiplicación de los panes y los peces, en este caso carbón, petróleo, gas, los minerales y algún otro sustituto más que acabe apareciendo por intercesión de la gracia celestial.

Que, según pregona el dogma supremo, nos despejarán ad eternum el camino de la prosperidad. Muchos se lo creen, se postran y acatan tal mandamiento. Parece que la niebla contaminada y el humo viperino les impide otear el acantilado de los fundamentos incompletos; sondar los fondos intelectuales y, menos todavía, los raseles morales.

No nos quejemos, pues, cuando la roca de la ignorancia nos haga zozobrar en peligrosos arrecifes, atestados de abrupta inconsciencia, que se niega a derribar el ídolo pernicioso del crecimiento permanente.

A estas alturas, pretender afirmar que la actividad económica no influye en el clima o en el planeta es de idiotas engreídos. Desgraciadamente, el gremio científico aledaño está plagado de seres tan conspicuos y cafres. Comunidad que, en su vertiente más supina (que se supone que sabe), ignora tal circunstancia. Pretendiéndola hacer inocua al excluir tal realidad de los principios que rigen esa llamémosle ciencia.

Ojos científicos que no quieren ver, corazón irracional que no siente, dicen. Lo acabará lamentando la valvuleada bomba cuando empiece a latir cada vez más despacio, por necesidad, una vez nos hayamos estrellado contra el muro de la terca realidad.

Los druidas consideran las dos patas que estorban, condescendientemente, parte integrante de ese artilugio teórico aliviador de conciencias y aligerador de mentes vaporosas, denominado externalidad, que sirve para apuntalar jocosamente cualquier asunto incómodo o turbio.

La moraleja es recurrente: mientras la economía no incorpore a sus cimientos más profundos la ineludible realidad humana y terrenal que es la razón de su existencia, seguiremos errando a la deriva hasta convertir estos esquifes y andurriales en un pecio fantasmagórico que será arrastrado en su infortunio por el Holandés Errante, legendaria metáfora premonitoria que ya ha zarpado rumbo a ninguna parte.

Mientras reincidimos con empeño, un descimentado Schettino neoclásico tuerto de grandeza y con dos patas quebradas apuntaladas con troncos en vez de cerebro, cojo de visión y ausente de miras, continúa al mando de este, nuestro escorado bajel planetario, pronto tétrico y amojamado. 

Comenzamos esta andadura semanal hace ya tres años, un veintinueve de enero. Habíamos hecho unos pinitos, de manera esporádica, durante el semestre anterior. Fueron pequeños escarceos, hablando de historia financiera, a modo de aviso a los navegantes. Amenazaba temporal. Los partes lo anunciaban. Zapatero lo negaba. La indolente calma previa a la tormenta no presagiaba nada bueno. Hasta que arreció el tifón, como era de esperar, quebrando vergas y tumbando bancos (con n, no con r).