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¿Es lícito matar a un nazi sin juicio?
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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¿Es lícito matar a un nazi sin juicio?

La periodista Linda Kinstler cuenta en 'Ven a este tribunal y llora' la historia del carnicero de Riga, autor de más de 30.000 crímenes contra judíos y ajusticiado por el Mosad años después. Magnífico

Foto: Detalle del libro 'Ven a este tribunal y llora'.
Detalle del libro 'Ven a este tribunal y llora'.

El 6 de enero de 1965, la policía de Montevideo, Uruguay, recibió la llamada de un periodista alemán. Este contó que un desconocido grupo llamado “Los que nunca olvidarán” le había mandado un telegrama en el que explicaba que había matado a un hombre. El telegrama daba una dirección en una urbanización costera en las afueras de la ciudad. Cuando la policía entró en la casa, después de romper una ventana, sintió un fuerte olor a podrido y encontró un baúl rodeado de sangre en cuyo interior había un cadáver con la cara aplastada e irreconocible.

La víctima era, como decía el telegrama, Herberts Cukurs. Se trataba de un letón que se había hecho famoso en los años treinta por sus peripecias como pionero de la aviación. Había diseñado y construido aviones, y los había pilotado hasta lugares tan remotos como Gambia y Japón, lo que le había convertido en un héroe nacional de Letonia. Cuando los nazis invadieron el país se unió a un comando paramilitar al que los alemanes encargaron asesinar a todos los judíos del país. Cukurs participó en fusilamientos masivos y quemó sinagogas llenas de judíos; es posible que interviniera en la muerte de más de 30.000 personas. Más tarde, cuando los alemanes perdieron la guerra y la URSS se anexionó Letonia, intentó rehacer su vida en Brasil. Y lo consiguió. Hasta que los servicios secretos israelíes, el Mosad, le localizaron. Pero en lugar de secuestrarle y sentarle en un tribunal en Jerusalén, como hicieron con Adolf Eichmann, uno de los mayores asesinos nazis, mandaron a un espía que fingió ser un hombre de negocios que, atraído por su vieja fama de aventurero aeronáutico, le ofreció hacer negocios inmobiliarios en Uruguay y le atrajo a esa casa de las afueras de Montevideo. Allí, otros agentes del Mosad le pegaron dos tiros en la cabeza y mandaron el telegrama a los medios para decir dónde se encontraba el cadáver y, de paso, anunciar que ningún nazi exiliado en América Latina, o cualquier otro lugar del mundo, estaba seguro. Les encontrarían y les matarían.

Otros agentes del Mosad le pegaron dos tiros en la cabeza y mandaron el telegrama a los medios para decir dónde se encontraba el cadáver

Los historiadores del Holocausto y los especialistas en los juicios de posguerra a los asesinos nazis habían estudiado esta historia. Pero en ella había también un personaje secundario menos conocido, Boris Kinstler. Y su nieta, Linda Kinstler, una periodista estadounidense de 33 años, parcialmente descendiente de judíos letones exiliados, ha querido investigar el papel que tuvo su abuelo en las matanzas de judíos por las que se ajustició a Cukurs. La investigación ha dado pie a un libro que acaba de publicar la editorial Gatopardo, Ven a este tribunal y llora. Cómo acaba el Holocausto. En él, Kinstler no solo reconstruye sus peripecias para descubrir los actos de su abuelo y el resto de miembros del comando asesino, sino también la manera en que se ha hecho justicia con los nazis, cómo recordamos sus horrendos actos y lo que pasará cuando hayan muerto los últimos testimonios de ellos. Es un libro magnífico, intenso y que se lee con sensación de urgencia.

Porque Kinstler adopta, al mismo tiempo, el papel de investigadora y el de ensayista. Revisa fotos, se reúne con fiscales letones que siguen dándole vueltas al caso de Cukurs y visita el gran archivo de la memoria nazi en Alemania. Poco a poco va desgranando el papel de su abuelo, cómo su familia nunca quiso creer que su participación en esas matanzas fuera deliberada y la manera muy sospechosa en que desapareció tras la guerra durante un supuesto viaje de negocios: probablemente, sugiere, los servicios secretos de la Unión Soviética le ajusticiaron por su pasado nazi. Y rastrea el enorme trauma que países como los Bálticos sufrieron en unos años en los que pasaron de ser territorio invadido por los nazis a ser parte de la URSS estalinista.

placeholder Herberts Cukurs, 'el carnicero de Riga'. (Wikipedia)
Herberts Cukurs, 'el carnicero de Riga'. (Wikipedia)

Pero Kinstler no se conforma con los hechos y también hace preguntas: ¿es lícito matar a un nazi sin un juicio público? ¿Debemos obligarnos a recordar para siempre o es lícito también el olvido, algo que la sociedad empezó a experimentar cuando los juicios a los nazis se volvieron más frecuentes y dejaron de suscitar interés público? Y por lo que respecta a los países del Este europeo que tras la caída de la URSS se integraron en la Unión Europea, ¿han sido las políticas de la memoria sinceras o más bien una manera de ser aceptados en Occidente y acabar con cualquier sospecha de antisemitismo?

"Lo que sigue —dice Kinstler en la introducción— es una exploración de cómo la memoria del Holocausto se extiende al presente y actúa sobre él, y qué significa guardar y honrar esa memoria en este nuevo e incierto siglo". Es una historia que muestra que todas las naciones tienen su propia historia de complicidad y victimismo, de ocupación y terror. Es a la vez una genealogía jurídica y una genealogía familiar, un esfuerzo por rastrear las raíces del derecho en la escritura de la historia. Ven a este tribunal y llora es exactamente eso. Pero gracias a las dotes periodísticas de Kinstler acaba siendo también el fascinante relato de la huida y el asesinato de Cukurs, el descubrimiento de los hechos indignos que cometió un abuelo y la extraña y obsesiva manera en que jueces e historiadores siguen intentando poner punto final a lo sucedido durante la Segunda Guerra Mundial. Magnífico.

El 6 de enero de 1965, la policía de Montevideo, Uruguay, recibió la llamada de un periodista alemán. Este contó que un desconocido grupo llamado “Los que nunca olvidarán” le había mandado un telegrama en el que explicaba que había matado a un hombre. El telegrama daba una dirección en una urbanización costera en las afueras de la ciudad. Cuando la policía entró en la casa, después de romper una ventana, sintió un fuerte olor a podrido y encontró un baúl rodeado de sangre en cuyo interior había un cadáver con la cara aplastada e irreconocible.

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