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30 años después de la desaparición de la URSS, ¿quién la echa de menos?
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Ramón González Férriz

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30 años después de la desaparición de la URSS, ¿quién la echa de menos?

El 20 de diciembre de 1991 se anunció la disgregación de la Unión Soviética. Los seguidores de Putin y un puñado de nostálgicos pueden evocarla. Pero su fracaso fue absoluto

Foto: Monumentos soviéticos en un parque de Moscú. (EFE/Yuri Kochetov)
Monumentos soviéticos en un parque de Moscú. (EFE/Yuri Kochetov)

El 20 de diciembre de 1991, hace 30 años, sucedió algo sin precedentes. El mundo se encontraba inmerso en enormes tensiones mientras los países del bloque del Este abandonaban el comunismo para intentar dar paso a la democracia. Y Boris Yeltsin, entonces presidente de Rusia, había asegurado a James Baker, secretario de Estado de George Bush, que deseaba que el Ejército de lo que aún era la Unión Soviética cooperara con la OTAN.

Era un giro asombroso: la URSS y la OTAN habían sido enemigas durante más de 40 años, periodo en el cual habían estado a punto de entrar en guerra varias veces. En ese momento, sin embargo, los mandatarios de los países excomunistas fueron invitados al Consejo de Cooperación, un órgano de la organización atlántica que, en el mundo posterior a la caída del Muro de Berlín, pretendía integrar a los Estados pertenecientes al Pacto de Varsovia —del que formaban parte todos los países comunistas del este de Europa— en una estructura única. La primera reunión, ese 20 de diciembre, fue rara. En la sala de la sede de la OTAN en Bruselas, donde se habían tramado mil estrategias de confrontación con el mundo comunista, se sentaban ahora representantes de la Unión Soviética, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y Rumanía, además de Estonia, Letonia y Lituania, que acababan de independizarse de la URSS.

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Pero también fue tensa: en el seno de la Unión Soviética se estaban produciendo muchos cambios: algunas repúblicas, como las mencionadas, ya se habían independizado, otras querían hacerlo; los choques entre Yeltsin (presidente de Rusia) y Gorbachov (presidente de la Unión Soviética, de la que Rusia era, en teoría, una más de las repúblicas federadas) eran constantes. El primero había dicho que, a largo plazo, quería formar parte de la OTAN. Era una afirmación extraña. El representante de la URSS en la reunión de Bruselas, Nikolái N. Afanasievski, estaba muy agitado. Salió varias veces de la sala para atender llamadas procedentes de Moscú y, en un momento dado, tras volver completamente pálido a la reunión, después de hablar por teléfono con sus superiores, pidió subir de inmediato al estrado para hacer un anuncio importante.

Foto: Mijaíl Gorbachov. (EFE) Opinión

Afanasievski tomó la palabra y anunció que… su país había dejado de existir. Sus jefes le habían dicho que, tras consultar con los Estados soberanos que hasta entonces formaban parte de la federación, habían decidido que debía eliminarse cualquier referencia a la URSS. Los asistentes se quedaron perplejos. Como cuenta la historiadora Kristina Spohr en su libro 'Después del muro', alguien dijo: “Empezamos la reunión con veinticinco naciones presentes y la acabamos con veinticuatro”. Un alto cargo estadounidense contó que vieron “la desaparición de la Unión Soviética con nuestros propios ojos”. El día de Navidad de 1991, hace 30 años, en el Kremlin la bandera roja se arrió por última vez. La URSS, fundada el 30 de diciembre de 1922 tras una brutal guerra civil entre las fuerzas bolcheviques y sus múltiples enemigos, acababa de desaparecer. Sin ella, el mundo iba a ser completamente distinto. Pero ¿lo sería en realidad?

¿Por qué cayó la URSS y por qué entonces?

La caída del comunismo y la desaparición de la URSS son dos de los acontecimientos históricos recientes más debatidos por los historiadores. ¿Por qué sucedieron precisamente entonces, en los tres años que separaron la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, y la disgregación de la Unión Soviética, en diciembre de 1991? Hacía muchas décadas que el comunismo había demostrado ser un sistema cruel e ineficiente. Pero, aun así, la Unión Soviética se había convertido en la segunda economía más fuerte del mundo, la segunda potencia militar y un centro de poder cuyas decisiones influían, al menos, en la mitad del planeta. Los comentaristas de los años 80 daban por hecho que Estados Unidos iba ganando la Guerra Fría, pero casi nadie pensó que el comunismo europeo y la Unión Soviética fueran a desaparecer con esa rapidez. En el exterior, se dio por sentado que el colapso se debió a la inherente superioridad moral y económica del capitalismo, la confluencia de tres grandes personalidades empeñadas en derribar el Muro —Thatcher, Reagan y Juan Pablo II— y la valentía de luchadores como los polacos de Solidaridad, los berlineses del Este y los habitantes de las repúblicas gobernadas desde Moscú en las que convivían el anticomunismo y el nacionalismo.

Foto: Vladimir Putin en una comparecencia reciente. (Reuters/Metzel) Opinión
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Dentro de la URSS, sin embargo, la caída se atribuyó, en gran medida, a las reformas de Mijaíl Gorbachov. Gorbachov quiso convertir la dictadura comunista en una especie de socialismo democrático de inspiración escandinava, pero no se dio cuenta de las oscuras fuerzas que se liberarían al permitir con tanta prontitud la economía de mercado, la libertad de prensa y un incipiente pluripartidismo. Hace unos días, Putin interpretó esa disgregación según su credo nacionalista: en realidad, dijo, la Unión Soviética no era más que el nombre que los bolcheviques le pusieron a la verdadera Rusia, y “lo que se construyó durante más de mil años, en gran medida se perdió”. 25 millones de rusos acabaron viviendo en otros países, en lo que fue una “gran tragedia humanitaria”. La crisis económica que siguió fue tan fuerte, dijo Putin, que él mismo, un exagente del KGB, tuvo que completar sus ingresos conduciendo un taxi. Putin no es un nostálgico del comunismo, como tampoco lo son la mayoría de los rusos, pero sí considera que la desaparición de la URSS fue “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”. Quizás el bolchevismo fuera un desastre, pero al menos conservó el poder necesario para que la vieja Rusia soportara los embates del capitalismo globalizado y la cultura occidental. Después de 1991, esas resistencias se vencieron. Ahora, él intenta reconstruirlas.

Pocos añoran la URSS

Más allá del folclorismo, hoy ni siquiera los partidos comunistas actuales parecen echar de menos el mundo desaparecido hace 30 años en esa sala de Bruselas. La mitología leninista, el recuerdo de cómo Stalin venció a Hitler en la batalla más sangrienta de todos los tiempos, el tosco orgullo de los viejos miembros del politburó que hicieron frente a Kennedy, Nixon y el primer Reagan, quizá les despierten cierta nostalgia. Con mayor frecuencia, les hace ver con cariño y comprensión a alguien como Vladimir Putin, un nacionalista conservador y religioso con voluntad expansionista. Pero nadie más parece echar de menos a la URSS. No lo hace el Partido Comunista Chino, que siempre estuvo enfrentado a Moscú. Ni la Cuba poscastrista que, si acaso, intenta parecerse al Vietnam actual sin conseguirlo. El comunismo y la Unión Soviética están mejor en un museo de lo que jamás estuvieron en la vida real. 30 años después, su fracaso es más evidente que nunca.

El 20 de diciembre de 1991, hace 30 años, sucedió algo sin precedentes. El mundo se encontraba inmerso en enormes tensiones mientras los países del bloque del Este abandonaban el comunismo para intentar dar paso a la democracia. Y Boris Yeltsin, entonces presidente de Rusia, había asegurado a James Baker, secretario de Estado de George Bush, que deseaba que el Ejército de lo que aún era la Unión Soviética cooperara con la OTAN.

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