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Dejad de sermonear a los jóvenes (no son tan tontos como creéis)
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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Dejad de sermonear a los jóvenes (no son tan tontos como creéis)

No tiene ningún sentido que dediquemos tantísimo tiempo a explicar a los jóvenes que lo hacen todo mal y que deberían imitarnos a nosotros

Foto: Una multitud de jóvenes. (iStock)
Una multitud de jóvenes. (iStock)

"¿Qué pasa cuando una generación no se hace adulta?" Esa era la pregunta que se formulaba la semana pasada The Wall Street Journal en referencia a los estadounidenses de treinta y pico años. Entre estos, se ha disparado el porcentaje de los que no se casan y no tienen hijos, y de los que dicen que no harán ninguna de las dos cosas. Muchos siguen compartiendo piso en los barrios gentrificados de las grandes ciudades hasta cerca de los cuarenta. Hay motivos económicos que explican eso, decía el reportaje: esos jóvenes eran adolescentes durante la gran crisis y se hicieron adultos con la pandemia, han vivido el episodio de inflación más extremo de las últimas décadas y los pisos están más caros que nunca.

Pero hay algo más. Algo que no se explica por el dinero. Sus prioridades han cambiado. Sus expectativas, también. El tono de las fuentes consultadas —un instituto de estudios familiares cristiano, otro centrista que analiza el progreso de los niños y los hombres jóvenes— era un poco paternalista. “La estáis cagando”, venían a decir.

El reportaje me llamó la atención porque encaja en lo que parece una gran tendencia: la de considerar que los jóvenes son infantiles e, incluso, tontos. Hace unas semanas, mi colega Ángel Villarino publicó en este periódico una entrevista con Keith Hayward, autor de un libro en el que sostiene que la sociedad actual está infantilizada. “En Estados Unidos, los adolescentes pasan hasta 7,5 horas al día en las redes sociales. Mientras están ahí, no están aprendiendo a conducir, ni tienen citas, ni leen, ni desarrollan otros intereses —decía—. Están perdiendo habilidades fundamentales. El problema es que tu mundo se convierta en una experiencia infantil, aislarse en una burbuja infantil”. Me hizo gracia también la defensa en clave generacional que hizo el presidente de Radio Televisión Española, José Pablo López, de las campanadas presentadas por Lalachus y David Broncano. Vino a decir que a los jóvenes, que ciertamente tienen preocupaciones genuinas como la vivienda o la diversidad, hay que seducirles haciendo tonterías. Lo que en su cabeza debía ser un elogio de la juventud, me pareció, también, una muestra de paternalismo.

Los Gobiernos progresistas dicen a los gays y trans cómo deben comportarse, y cuáles deben ser sus ideas, si quieren ser considerados buenos

Todas las sociedades desconfían de los jóvenes. ¿Y si no son trabajadores? ¿Y si su irresponsabilidad destruye el tejido social? ¿Y si no nos salen de nuestra misma ideología? Pero si yo fuera joven pensaría que hay una campaña coordinada contra toda decisión que tomen los menores de cuarenta. Los Gobiernos progresistas como el español dicen a los jóvenes gays y trans cómo deben comportarse, y cuáles deben ser sus ideas, si quieren ser considerados buenos. El otro día volvió a circular un vídeo en el que Jorge Buxadé, uno de los líderes de Vox, pedía a los jóvenes del partido que se echaran novia, la quisieran y estuvieran pendientes de ella. Una gran parte de la sociedad, de todas las ideologías, ha emprendido una campaña para convencer a las mujeres jóvenes de que tengan más hijos, y en algunos lugares se invierte mucho dinero público en ello. Es asombrosa la cantidad de tíos de mi edad que dedican sus pódcast, sus consejos de inversión y sus libros a explicar a los jóvenes cómo ser un verdadero hombre. Pero, ¿por qué esa histeria cultural alrededor de la juventud?

Tengo varias hipótesis y ninguna me convence. Quizá los jóvenes actuales están tomando decisiones mucho más radicales que las que tomamos los jóvenes del pasado y, ahora sí, están transformando de manera drástica los valores y las costumbres. Pero no me lo creo: el mundo cambió más en los años sesenta, cuando las mujeres jóvenes empezaron a tomar la píldora anticonceptiva y la marihuana, el rock y el marxismo se convirtieron en el centro de la cultura. Otra posibilidad es el miedo a lo digital: mi generación es la última que creció en un mundo sin internet y sería lógico, aunque estéril, tratar de que los jóvenes repitieran nuestra experiencia. Pero eso no sería muy coherente: los viejos pasamos una cantidad de tiempo igualmente desproporcionada enganchados al móvil y las redes. Quizá nos molestan especialmente algunos cambios culturales —como el declive del rock y de ciertos tipos de literatura— o que, a pesar de que muchos tenemos trabajos basados en la prescripción —como comentaristas periodísticos, profesores o jefes intermedios en empresas—, a ojos de los jóvenes somos poco interesantes o, en todo caso, carecemos de autoridad intelectual sobre ellos.

Mi generación es la última que creció en un mundo sin internet y sería lógico, aunque estéril, tratar de que repitieran nuestra experiencia

No me malinterpreten: soy un señor de orden de mediana edad. Pero no tiene ningún sentido que dediquemos tantísimo tiempo a explicar a los jóvenes que lo hacen todo mal y que deberían imitarnos a nosotros. Si, más allá de las restricciones económicas que han heredado, están decidiendo vivir de otra manera, por poco liberales que seamos debemos limitarnos a mostrar curiosidad por sus razones, dar algún consejo prudente y resignarnos.

El único favor que les pido a ellos es que, cuando sean mayores, no den a la siguiente generación la misma turra que les estamos dando nosotros. Pero me apuesto mi ejemplar de Generación X, la novela que dio nombre a mi generación, a que acabarán haciendo exactamente lo mismo. Eso, al parecer, no cambia nunca.

"¿Qué pasa cuando una generación no se hace adulta?" Esa era la pregunta que se formulaba la semana pasada The Wall Street Journal en referencia a los estadounidenses de treinta y pico años. Entre estos, se ha disparado el porcentaje de los que no se casan y no tienen hijos, y de los que dicen que no harán ninguna de las dos cosas. Muchos siguen compartiendo piso en los barrios gentrificados de las grandes ciudades hasta cerca de los cuarenta. Hay motivos económicos que explican eso, decía el reportaje: esos jóvenes eran adolescentes durante la gran crisis y se hicieron adultos con la pandemia, han vivido el episodio de inflación más extremo de las últimas décadas y los pisos están más caros que nunca.

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