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Rodeado de mujeres
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Jaime M. de los Santos

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Rodeado de mujeres

Hasta hace 40 años, no apareció una verdadera historia del arte con perspectiva de género

Foto: Chumo Mata (Othello) y Mari Paz Sayago (Desdémona), en 'Othello', Teatro de La Abadía. (Estrella Melero)
Chumo Mata (Othello) y Mari Paz Sayago (Desdémona), en 'Othello', Teatro de La Abadía. (Estrella Melero)

Universidad Complutense de Madrid. Segundo curso de Historia del Arte. Asignatura, Teoría del Arte de la Edad Moderna. Me sentaba en segunda fila. En un aula infinita y destartalada de la primera planta de un edificio más infinito y destartalado aún. Vertical y de ladrillo rojo. Con vistas a ningún sitio y mucho frío en invierno. Rodeado siempre de coches. Tenía ganas de todo. El café me sabía a quemado. Escribía en papel con cuadrícula sin márgenes ni agujeros. Con bolígrafo negro. Y paginaba las hojas. Nunca olvidaré su primer día. Beatriz Blasco Esquivias venía a hablarnos de los porqués de las cosas. De los porqués en el arte. Me parecía increíble que aquella mujer con el pelo también rojo tuviera las respuestas; que conociese mis preguntas. Así fue. Y me enseñó a Cennino Cennini, a Leone Batista Alberti, a Eneas Silvio Piccolomini. Y la importancia de la forma, de la mesura, de la belleza, de la ciudad; mientras dejaba textos “necesarios” en reprografía. Un tabernáculo de aluminio blanco que no dejó nunca de oler a tinta, que guardaba todos los secretos. Han pasado veintidós años. Nos hemos seguido viendo. El lunes me envió un libro. 'Las mujeres y las artes'. Edición suya. Con muchos más porqués todavía.

placeholder 'Judit y su doncella', Artemisia Gentileschi, 1623-25. Detroit Institute of Arts.
'Judit y su doncella', Artemisia Gentileschi, 1623-25. Detroit Institute of Arts.

Hasta hace 40 años, no apareció una verdadera historia del arte con perspectiva de género. No había textos sólidos que abordaran las aportaciones femeninas al mundo sensible, su imprescindible imbricación en un todo superior, los porqués de su invisibilidad más allá de las asimetrías de una sociedad cruel y machista. Eso tiene el silencio obligado. Mientras ejercí de alumno, nadie, nunca, me habló de Lavinia Fontana, ni de Sofonisba Anguissola ni de Luisa Roldán. Solo una vez escuché el nombre de Artemisia Gentileschi, al profesor Pérez Sánchez. Tuve que esperar a que se contagiara de cierta 'modernidad' el plan de estudios, en tercero, para que, al menos, surgieran féminas relacionadas con el Impresionismo', con las vanguardias. Que tampoco se estudiaban. Vivía casi rodeado por mujeres, en la cafetería, en el autobús que nos devolvía al mundo y que en vez de número tenía letra, en esos pasillos alicatados con estética carcelaria, pero nada me decían sobre ellas. O solo como soporte, como motivo, como referencia casi catastral. Lo verdaderamente malo es que tampoco sentíamos el vacío. Casi ninguno. Yo tampoco. La costumbre.

placeholder 'La última cena', Nautilla Nelly, 1560. Santa María Novella.
'La última cena', Nautilla Nelly, 1560. Santa María Novella.

Ese vacío gritaba en silencio entre las librerías que jalonan la mole que sigue siendo biblioteca. Nada para ellas. Kilómetros de libros y solamente alguna referencia. Un par de biografías de Frida Kahlo, de Louise Bourgeois. Algo de Sonia Delaunay; casi nada. Y detrás del mostrador, haciendo que nuestra vida fuera más fácil, más mujeres. Tras de ordenadores. Frente a ficheros y carros ahítos de títulos apilados; en equilibrio. Claro que eran necesarios estudios que abordaran la realidad por mucho que esta la hubieran logrado amordazar; precisamente por eso. Trabajos que devolvieran a la vida a quienes crearon e hicieron posible que se creara. Mujeres, “carentes de la genialidad innata que impelía a los hombres a la creación”, decían. Que no estaban dotadas de “la fantasía, la bizarría, el heroísmo para inventar grandes temas”. Eso creían. Así era como las hacían desaparecer. Por estupidez y por miedo. Y ellas, entonces, pintaban lo que veían, lo que les rodeaba. Muchas veces naturalezas muertas, “siempre vivas”, como las de Clara Peeters; miniaturas o escenas devotas. No siempre. También se enfrentaron a grandes temas en enormes formatos. Como hizo Plautilla Nelli en su 'Última cena'. Acogida “a sagrado”. Alejada del siglo. Mucho más libre.

placeholder 'Othello', Teatro de La Abadía. (Foto: Estrella Melero)
'Othello', Teatro de La Abadía. (Foto: Estrella Melero)

Tan libre como Desdémona. Que pretende serlo y olvida que ya es una víctima. Porque es mujer. Ayer volví a verla. A Desdémona. Sobre las tablas de La Abadía. Con una sola voz y un vestido de gasa con flores bordadas. No están solo todas las mujeres de la tierra en su cuerpo breve, no. Ella es todos los personajes del drama. A veces de puntillas. Velada. Abrazándose a sí misma. Pelirroja. 'Othello' entero habita en ella. Y un poco Julieta. Y Ofelia. Marta Pazos se pregunta, “qué podemos hacer, desde nuestro presente, para detener el tiempo en el acto V, escena II, cuando Desdémona es estrangulada por su compañero de vida”. Yo le digo que todo lo que esté en nuestra mano; por eso ella hace teatro. Teatro necesario, urgente. Teatro de verdad. Bello y valiente. Y nos increpa desde la risa, nos hace saltar de la silla. Pero no solo para bailar. Quiere que nos movamos para cambiar las cosas, para cambiar las letras. Para que un “compañero de vida”, no nos vuelva a traer la muerte. Nunca. Ni a ellas ni a nadie. Yo bailaba los jueves porque los viernes no había clase. En el barrio de Chueca. Con Teresa. Era libre para ser lo que quisiera. Libre para ser como un día decidí que quería ser. Rodeado de mujeres. Casi.

*

'Las mujeres y las artes'. Abada editores. 2021.

'Othello'. Dirección: Marta Pazos, a partir de William Shakespeare. Teatro de La Abadía. Hasta el 6 junio.

Universidad Complutense de Madrid. Segundo curso de Historia del Arte. Asignatura, Teoría del Arte de la Edad Moderna. Me sentaba en segunda fila. En un aula infinita y destartalada de la primera planta de un edificio más infinito y destartalado aún. Vertical y de ladrillo rojo. Con vistas a ningún sitio y mucho frío en invierno. Rodeado siempre de coches. Tenía ganas de todo. El café me sabía a quemado. Escribía en papel con cuadrícula sin márgenes ni agujeros. Con bolígrafo negro. Y paginaba las hojas. Nunca olvidaré su primer día. Beatriz Blasco Esquivias venía a hablarnos de los porqués de las cosas. De los porqués en el arte. Me parecía increíble que aquella mujer con el pelo también rojo tuviera las respuestas; que conociese mis preguntas. Así fue. Y me enseñó a Cennino Cennini, a Leone Batista Alberti, a Eneas Silvio Piccolomini. Y la importancia de la forma, de la mesura, de la belleza, de la ciudad; mientras dejaba textos “necesarios” en reprografía. Un tabernáculo de aluminio blanco que no dejó nunca de oler a tinta, que guardaba todos los secretos. Han pasado veintidós años. Nos hemos seguido viendo. El lunes me envió un libro. 'Las mujeres y las artes'. Edición suya. Con muchos más porqués todavía.

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