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Las últimas veces
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Jaime M. de los Santos

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Las últimas veces

Hacerse mayor implica eso, que se multiplican las veces que se dice “esta es la última”. Las últimas veces. Las mías. Las de todos

Foto: Zachary (Marc-André Grondin) en 'C.R.A.Z.Y.', de Jean-Marc Vallée (2005).
Zachary (Marc-André Grondin) en 'C.R.A.Z.Y.', de Jean-Marc Vallée (2005).

Anoche, mientras ponía orden a mis cosas —o lo intentaba—, al fondo de uno de esos cajones que nunca cierran bien, por detrás de montones de cajas vacías —que guardas no sabes por qué—, encontré mi 'Libro de escolaridad'; un cuaderno gris cemento con mi nombre manuscrito en la portada y 40 páginas rayadas. En la número cuatro, dentro de un marco color 'beige', mi cara. Una foto minúscula de un minúsculo yo. Un instante pretérito. Un fragmento de vida atrapado sin saberlo; para siempre. Recuerdo mi primer día de clase. Tieso entre otros cuerpos. Haciendo fila en silencio. Frente a una escalera con olor a lejía pasada. Con miedo. Nunca me había sentido solo. No sabía lo que era el mundo. Y me obligaban a avanzar, a trepar por aquel empinado sendero. Aguantándome las lágrimas. Con un pinchazo siniestro justo debajo de las costillas, como de pozo. La mole de ladrillo que me engullía, aún no lo sabía, tenía nombre de poeta, Miguel Hernández. El de 'Las nanas de la cebolla'; “porvenir de mis huesos y de mi amor”. Por detrás de esa mañana de septiembre, de esa primera foto —camisa verde, rictus serio—, emergen sobreimpresas cuadrículas en más páginas abrazando asignaturas, calificaciones dispuestas con bolígrafo azul —lo mismo que sentencias—. Una detrás de otra. Las mejores, las de sexto.

placeholder Libro de escolaridad. Educación General Básica.
Libro de escolaridad. Educación General Básica.

Sexto curso suponía un cambio de ciclo, de estatus. Otra puerta que nos obligaban a abrir. “Ya no sois niños”, repetía doña Blanca; y claro que lo éramos. Las navidades de aquel año las pasé en Alcalá de Henares, en casa de una amiga de mi madre, Araceli. Una mujer pequeña a una risa pegada. Que de tanto vender lámparas —con y sin lágrimas— era todo luz. Faltaban unos días, muy pocos, para que acabara el año. Ella también se puso a abrir cajones, como yo, conmigo detrás, y encontró lo que habían sido unas cortinas de terciopelo espeso. Un mar rojo, intenso, que se le enredaba en las uñas. Tiró fuerte. Separó las dos piezas, lo mismo que Moisés. Y empezó a envolverse como una romana, como la Albertine de Marcel Proust en Venecia. Lo siguiente fue echarse al suelo con un jaboncillo de sastre. Extender uno de esos patrones con marcas discontinuas que, como autopsias, dividen el cuerpo. Y empezar a cortar. El aire se llenó de fibras rojas. No paraba de reír; excitada. Y yo sin poder dejar de mirarla. Hipnotizado ante aquel acto casi subversivo y sobre todo bello. Un poco como en 'Tara'. Junto a una Scarlett O´Hara teñida de rubio. Feliz. Lo sigo siendo —feliz—, mucho. Aunque nadie, nunca, se haya vuelto a atrever a abrigarse con una tapicería —que yo sepa—. Aquella fue la última vez. Y la primera.

placeholder El último desayuno del año, con Ana.
El último desayuno del año, con Ana.

Me importan las últimas veces. Mucho. Ojalá supiéramos dónde están, a qué esperan —se aplanaría el miedo—. Este año, de nuevo con el bozal en la acera, había decidido que quería que mi última película fuese 'È stata la mano di Dio', de Paolo Sorrentino. Para verla solo. Con mi café solo y americano. Sentado sobre mis viejos-nuevos propósitos. En mi sofá. No será. Se ha muerto Jean-Marc Vallée y necesito volver a mirarle. De todos sus trabajos voy a poner 'C.R.A.Z.Y.'. Porque yo también quería dejar de ser quien era, como Zachary. Porque tampoco sabía lo que era ser gay, y huía. Él se escondió en la música. Yo en un teatro —en sexto—. Por eso, antes de la cena, de los cuartos, de los besos, quiero sentir lo mismo que él, otra vez. Perderme entre esa cotidianeidad violenta que lo vuelve mayor a la fuerza. Escuchar a Patsy Cline. Aunque parezca 'un loco'.

placeholder En la repisa, 'Hamnet', 'Lejos de Egipto', 'Cuatro hermanas' y 'Un fin de semana'. 'Chavela' de C. Tabares. Collage de A. Milán y 'Gravitación' de E. Chillida.
En la repisa, 'Hamnet', 'Lejos de Egipto', 'Cuatro hermanas' y 'Un fin de semana'. 'Chavela' de C. Tabares. Collage de A. Milán y 'Gravitación' de E. Chillida.

El último libro del año sí que sé cuál ha sido, 'Hamnet', de Maggie O´Farrell —ni su Agnes es capaz de ver el final—. Y el último desayuno, con Ana Milán; en casa, con las tazas más grandes, con sus manos siempre abiertas. He leído mucho este otoño —'Lejos de Egipto', de André Aciman; 'Cuatro hermanas', de Jetta Carleton, y 'Un fin de semana', de Peter Cameron—. He estado mucho con Ana; planeando siempre la próxima vez, deseándola. Sé a quién voy a escribir el último mensaje. De quién me gustaría que fuera el primero, con el año nuevo. Pero no sé medir bien el tiempo; aunque creamos que sí. Porque se me escapa o me asfixia. Porque además de 'relativo' es siempre una amenaza —como una uva sin pelar—. De todas mis últimas veces, creo que me quedo con la que ocurrió en un teatro, sobre unas tablas, transformado en Oberón, 'rey de las hadas', agarrándole fuerte la mano a mi querida Titania. No tenía 20 años y sabía que aquellas otras cortinas, que aquel otro terciopelo, se cerraban para siempre. Y podría haberme hecho un traje con ellas —yo también—; pero decidí crecer y creer a doña Blanca. Y hacerme mayor. Y hacerse mayor implica eso, que se multiplican las veces que se dice “esta es la última”. Las últimas veces. Las mías. Las de todos.

* 'C.R.A.Z.Y.' Jean-Marc Vallée. 2005.

'É stata la mano di Dio'. Paolo Sorrentino. 2021.

'Hamnet', 'Lejos de Egipto', 'Cuatro hermanas' y 'Un fin de semana' están publicadas por Libros del Asteroide.

Anoche, mientras ponía orden a mis cosas —o lo intentaba—, al fondo de uno de esos cajones que nunca cierran bien, por detrás de montones de cajas vacías —que guardas no sabes por qué—, encontré mi 'Libro de escolaridad'; un cuaderno gris cemento con mi nombre manuscrito en la portada y 40 páginas rayadas. En la número cuatro, dentro de un marco color 'beige', mi cara. Una foto minúscula de un minúsculo yo. Un instante pretérito. Un fragmento de vida atrapado sin saberlo; para siempre. Recuerdo mi primer día de clase. Tieso entre otros cuerpos. Haciendo fila en silencio. Frente a una escalera con olor a lejía pasada. Con miedo. Nunca me había sentido solo. No sabía lo que era el mundo. Y me obligaban a avanzar, a trepar por aquel empinado sendero. Aguantándome las lágrimas. Con un pinchazo siniestro justo debajo de las costillas, como de pozo. La mole de ladrillo que me engullía, aún no lo sabía, tenía nombre de poeta, Miguel Hernández. El de 'Las nanas de la cebolla'; “porvenir de mis huesos y de mi amor”. Por detrás de esa mañana de septiembre, de esa primera foto —camisa verde, rictus serio—, emergen sobreimpresas cuadrículas en más páginas abrazando asignaturas, calificaciones dispuestas con bolígrafo azul —lo mismo que sentencias—. Una detrás de otra. Las mejores, las de sexto.

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