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Jaime M. de los Santos

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Si te digo que lo hice

Maggie O'Farrell es hipnótica. Y adictiva. No puedo dejar de leerla. Ni quiero

Foto: 'La muralla roja', Ricardo Bofill, 1973.
'La muralla roja', Ricardo Bofill, 1973.

Mi último libro del año, del año que acabamos de aparcar, ya lo he dicho —ya lo he escrito—, fue 'Hamnet', de Maggie O´Farrell. Rozando la medianoche. Justo antes de que empezara la cena, excesiva; de que llegaran las uvas peladas, con sus cuartos. Se estrenaba enero, con canciones viejas ensartadas cantadas a gritos, y yo no me podía arrancar sus frases cortas, sus descripciones pausadas. Quería más. Afónico, con migas de mantecado de almendra aplastadas entre el terciopelo del sofá de mi hermana —pasé la noche ahí, así; soñando en un tresillo vaciado—, con una línea quebrada atravesándome la cara —supongo que de la manga de mi pijama—, abrí el portátil —este mismo desde donde escribo ahora—. Puse su nombre —con una g de menos, primero; con una l de más—. Encontré una lista con todas sus obras. Me sentí tentado a esperar al 6 de enero para que brotaran bajo el pino de mi salón —no termino de saber si lo responsable es talar un árbol o ponerlo de plástico verde—. Tomé una foto de la pantalla, con el móvil. Aguardé a que llegará el día 2 para poder comprarlos. Y puse a Susan Boyle la primera vez que apareció en televisión. Con sus medias de cristal negras y sus zapatos color marfil. Cantando 'I dreamed a dream'. Esto, creo, porque también es escocesa. Cosas de año nuevo.

placeholder Leyendo 'La primera mano que sostuvo la mía'.
Leyendo 'La primera mano que sostuvo la mía'.

Además de escocesa, Maggie O´Farrell es hipnótica. Y adictiva. Han pasado tres semanas y no he podido dejar de leerla. Ni quiero. Primero fue 'La extraña desaparición de Esme Lennox'. Después, 'Instrucciones para una ola de calor'; con la calefacción bien alta —por aquí hace mucho frío—. Cogí aire y me perdí en 'La primera mano que sostuvo la mía'. Empecé 'Tiene que ser aquí' y lo dejé olvidado en casa de Fernando Mas —igual de enamorado de sus letras que yo—; un sábado de comida dominical con carne al horno y helado de leche merengada —con canela—. Acabo de terminar Sigo aquí. Y aquí estoy. A un libro de leer todo lo que ha escrito —o al menos se ha traducido—. A un libro de que Marian Rojas pueda reconfirmar mi 'leve' TOC —que yo diría que no es tan ligero—. Mañana desayunaré abrazado a esta última historia —que vuelven a ser varias—; café americano y tostadas muy hechas, con mantequilla y mermelada de frambuesa de la que compré en Nueva York. Y tendré que asumir que se acabó este viaje, que hasta que no se siente ante el abismo que es toda pantalla en blanco —por muy negra que sea— y vuelva a escribir, no habrá más paradas, más intentos de asaltar su cabeza imbricada. Y bella. Y luminosa.

placeholder Maggie O'Farrell.
Maggie O'Farrell.

Lo del abismo lo sé. Lo he sentido —y aún lo siento—. Y no solo cuando me enfrento a cada 'Íncipit', cada semana. En abril de 2020, encerrado, con varios kilos más y un repentino placer por la repostería —yo que no sabía que había una harina que era de fuerza—, recibí un correo. Escueto, lacónico. Lo firmaba Rosa, de Espasa. Nada más. Me invitaba a escribir. Le dije que no; por miedo. Aunque fuera un sueño —como el de Boyle—. Insistió. Llamé a Marta Robles, que acababa de alumbrar sus ' Pasiones carnales'. Me animó; como siempre. “Hazlo”. Lo hice. Hoy, esa Rosa es mi editora. Mi primera novela, 'Si te digo que lo hice', una verdad que no termino de creerme, que me parece mentira. Y Elvira, su protagonista, un pedazo de mí del que me ha costado desprenderme, que me ha ayudado a saber quién soy —un poco más, mejor—. Leyendo 'Sigo aquí', he comprendido las otras novelas de O´Farrell; llenas de autorreferencias necesarias, de fragmentos de una vida, la suya, que germinan, que se extienden por escenarios rocosos; he comprendido mejor la mía, mis propias emociones convertidas en oraciones impresas —de momento, solo en unas galeradas—. Supongo que siempre dejamos algo de nosotros cada vez que intentamos crear. Aunque no queramos. Aunque lo que busquemos sea un refugio para precisamente huir.

placeholder Portada de 'Sigo aquí', Maggie O'Farrell. Libros del Asteroide, 2017.
Portada de 'Sigo aquí', Maggie O'Farrell. Libros del Asteroide, 2017.

Fantaseo con cómo construye la autora sus textos y, no sé por qué, se me llenan los ojos de Piranesi, con sus escaleras infinitas. Del Ricardo Bofill de Calpe; rosa empolvado y azul del océano. Con idas y vueltas, con subidas y desvíos. Abriendo cancelas —hasta 12—. La 'Muralla roja' puede que sea el mejor de sus edificios, el más poético, el más literario. Un ejercicio constructivista que emerge de una cruz griega —como si lo pintara Malevich—; que utiliza el color contundente, plano, primitivo. Para expresarse. Para ser. Una fortaleza con crestas dentadas que enmarca el cielo, que deja correr al viento. Un oasis que no es más que una utopía, un Amauroto rodeado de mar. El mismo mar que miraba Esme Lennox antes de que la recluyeran para siempre; por ser distinta. El que engulle a Lexie mientras no deja de bracear; frente a su hijo. El de la juventud de O´Farrell en una ciudad que “se extiende por la bahía como un collar de luces a lo largo de la arena”. Por frases como esta querría volver a empezar. Desandar lo leído y asomarme, otra vez, desde el desconocimiento primigenio. Voraz. Lo mismo que siento cada vez que llego a Roma; que ojalá fuese mi primera vez. Por sorprenderme. Para crecer.

' La extraña desaparición de Esme Lennox'. 2007. Ediciones Salamandra.

' La primera mano que sostuvo la mía'. 2010. Libros del Asteroide.

'Instrucciones para una ola de calor'. 2013. Ediciones Salamandra.

' Tiene que ser aquí'. 2016. Libros del Asteroide.

'Sigo aquí'. 2017. Libros del Asteroide.

' Hamnet'. 2020. Libros del Asteroide.

Mi último libro del año, del año que acabamos de aparcar, ya lo he dicho —ya lo he escrito—, fue 'Hamnet', de Maggie O´Farrell. Rozando la medianoche. Justo antes de que empezara la cena, excesiva; de que llegaran las uvas peladas, con sus cuartos. Se estrenaba enero, con canciones viejas ensartadas cantadas a gritos, y yo no me podía arrancar sus frases cortas, sus descripciones pausadas. Quería más. Afónico, con migas de mantecado de almendra aplastadas entre el terciopelo del sofá de mi hermana —pasé la noche ahí, así; soñando en un tresillo vaciado—, con una línea quebrada atravesándome la cara —supongo que de la manga de mi pijama—, abrí el portátil —este mismo desde donde escribo ahora—. Puse su nombre —con una g de menos, primero; con una l de más—. Encontré una lista con todas sus obras. Me sentí tentado a esperar al 6 de enero para que brotaran bajo el pino de mi salón —no termino de saber si lo responsable es talar un árbol o ponerlo de plástico verde—. Tomé una foto de la pantalla, con el móvil. Aguardé a que llegará el día 2 para poder comprarlos. Y puse a Susan Boyle la primera vez que apareció en televisión. Con sus medias de cristal negras y sus zapatos color marfil. Cantando 'I dreamed a dream'. Esto, creo, porque también es escocesa. Cosas de año nuevo.

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