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¿A ti te sigue dando vergüenza algo?
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Alberto Olmos

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¿A ti te sigue dando vergüenza algo?

La vergüenza, en su vertiente moral, nos hace mejores; pero también nos pone en desventaja

Foto: Imagen: EC Diseño
Imagen: EC Diseño

Tuve que viajar a Murcia para encontrarme de nuevo con la vergüenza. Participaba allí como jurado en un humilde concurso literario. Uno de los organizadores me habló de la edición anterior, a la que su hermano había querido presentarse. Él lo disuadió enérgicamente. “¿Qué van a pensar de mí si gana el concurso mi hermano?”, comentó. “¡Qué vergüenza! No podría salir a la calle”. Luego me volví a Madrid, donde la vergüenza es como el chotis: apenas se baila.

En realidad, es en toda España donde ya casi no se puede llegar a nada si te queda vergüenza. Por ejemplo, es imposible ganar unas elecciones. También es imposible ganar un premio literario importante. Me gustó ir a Murcia a comprobar cómo la vergüenza sobrevive en las profundidades del prejuicio, y en los concursos de cuento que patrocina una marca de cervezas.

Muchos creen que es la ley la que disuade del delito, con sus penas altísimas para infracciones también muy graves. En realidad, la mayoría de nosotros no delinque porque le da vergüenza. ¿Qué van a pensar de mí? La vertiente moral de la vergüenza es una suerte de anticipación: no queremos vernos condenados. La corrupción, tomada en frío, es perfectamente comprensible: que mi hermano gane un concurso de cuentos, que mi amigo llegue a director general, que mi familia viva en un chalet. Visto así, hay que corromperse más, meter a más niños en chalets. Pero la gente es muy envidiosa y no le gusta que quieras a los tuyos robando el futuro a todos los demás.

La mayoría no delinque porque le da vergüenza. ¿Qué van a pensar de mí? La vertiente moral de la vergüenza es una suerte de anticipación

La vergüenza, de hecho, nos sitúa en un futuro en el que no sabemos ser nosotros mismos, porque ya no podemos engañar a nadie. En algunas personas (me gustaría pensar que en la mayoría), esta dislocación es lo suficientemente angustiosa como para no sisar en el súper, por mucha necesidad que tengan; no prometer cosas que no se pueden cumplir, por muchos votos que consigan; o no ir a ver Barbie, por mucho que ni siquiera sea delito.

Dijo Platón: “La vergüenza es el principio rector del hombre de bien”. Dijo Marx: “La vergüenza es revolucionaria”. No se crean que me sé todas las citas del mundo que incluyen la palabra vergüenza, es que he leído un libro de Frédéric Gros titulado así: La vergüenza es revolucionaria (Taurus). Ya me extrañaría que en España llegara a la segunda edición.

placeholder Portada de 'La vergüenza es revolucionaria', de Frédéric Gros.
Portada de 'La vergüenza es revolucionaria', de Frédéric Gros.

Los que tenemos la vergüenza como principio rector no entendemos España. Si yo fuera responsable de poner en la calle a más de mil violadores en los próximos años, la vergüenza haría, no ya que dimitiera, sino incluso que me disolviera en mi propio sonrojo incandescente. Si yo fuera uno de esos expertos que antes de las elecciones generales dijo que la amnistía no cabía en la Constitución, y ahora estuviera diciendo que la amnistía es perfectamente posible (y hasta deseada), colapsaría. Imaginen perseguir sañudamente a cinco o seis youtubers porque se van a Andorra y dejan de cotizar en nuestro país, y luego perdonarle a Cataluña 15.000 millones en una tarde. No sé si ustedes sabían que había en las arcas públicas 15.000 millones de euros que no eran para educación y sanidad. Eran para otras cosas.

Qué vergüenza.

“¿Podría ser que por vergüenza nos contuviéramos de hacer el mal, de cometer una injusticia?”, se pregunta Gros. “Es el secreto de la ética griega, que sitúa en su seno el concepto de aidós.”

Si algo se sitúa en el seno del palacio de la Moncloa, tengan claro que no es el concepto griego de aidós.

placeholder Pablo Motos en 'El hormiguero'. (Antena 3)
Pablo Motos en 'El hormiguero'. (Antena 3)

Pablo Motos dijo sentir vergüenza de ser español por todas estas cosas de la amnistía. No se le entendió bien, dado que nadie entiende griego. La verdad es que Motos sólo puede sentir vergüenza de ser español, y no de ser francés o colombiano. Según Carlo Ginzburg: “Nuestro país es aquel hacia el cual podemos sentir vergüenza”. Esta vergüenza extendida es el verdadero patriotismo: lo que hacen en el lugar donde vivo, en mi comunidad, en mi sociedad, dentro de las fronteras compartidas, tiene que estar a la altura de lo que yo mismo hago en el pequeño radio de acción de mi vida. Hacer patria es hacer un gran sentimiento de vergüenza.

¿Se imaginan cómo estaríamos si todos obráramos en nuestro día a día como el presidente del gobierno obra en su día a día? ¿Si todos mintiéramos y engañáramos? ¿Si todos los concursos estuvieran amañados, y todas las oposiciones, y todas las noticias, y todos los juicios y jueces y partidos de fútbol y contratos laborales?

¿O es que estamos ya en eso y no me he dado cuenta?

Tuve que viajar a Murcia para encontrarme de nuevo con la vergüenza. Participaba allí como jurado en un humilde concurso literario. Uno de los organizadores me habló de la edición anterior, a la que su hermano había querido presentarse. Él lo disuadió enérgicamente. “¿Qué van a pensar de mí si gana el concurso mi hermano?”, comentó. “¡Qué vergüenza! No podría salir a la calle”. Luego me volví a Madrid, donde la vergüenza es como el chotis: apenas se baila.

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