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Nuestra nostalgia será mejor que la de nuestros hijos: elogio de los años 90
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Alberto Olmos

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Nuestra nostalgia será mejor que la de nuestros hijos: elogio de los años 90

Haber vivido tu infancia y primera juventud entre los años 80 y 90 sólo puede considerarse un regalo del cielo

Foto: Foto: iStock.
Foto: iStock.

De vez en cuando, miro a mis hijos y lamento el tiempo de progreso que les ha tocado vivir. Consecuentemente, me da mucha alegría haber pasado mi primera juventud en el Madrid de los años 90. El progreso de los años 90 era muy superior al de este 2024, donde llamamos progreso a haber encontrado todas las respuestas. O sea, a no necesitar más progreso. No creo que haya nada hoy que pueda debatirse libremente, porque ya nos hemos puesto de acuerdo en todo y se nos ha ido la mano con la concertación. La vida, nada menos, ha quedado impugnada, y así no se hacen infancias bonitas.

A veces alguien, un artista por lo general, se mete en un lío afirmando que antes (años 80, años 90) era más libre, podía decir más cosas o se respiraba de otra manera, como con más excitación. Estas declaraciones se hacen siempre desde el hartazgo, a disgusto y abrumado por tantas señales de STOP. De inmediato, esa figura, que muy habitualmente era lo más progre en los 90, pasa a ser considerada reaccionaria. Entre todo lo que hoy no se puede decir, lo que desde luego no se puede decir nunca es que algo era mejor antes.

Para apuntalar este presente perfecto en que vivimos, una reacción en sentido inverso va tomando fuerza. Se trata, no ya sólo de considerar el presente como moralmente completado, sino de estimar que el pasado estuvo lleno de averías. La noción de que hoy es mejor que ayer se inflama con la noción añadida de que ayer, en realidad, fue mucho peor de lo que imaginas, recuerdas o viviste.

Entre todo lo que hoy no se puede decir, lo que desde luego no se puede decir nunca es que algo era mejor antes

La última fabulación de esta especie se la debemos al actor Secun de La Rosa, que en una charla radiofónica recordó que en los años 80, en el metro de Barcelona, le pegaban por leer libros. Dicen Secun (nombre completo: Secundino Benjamín Juan de la Rosa Márquez Ailagas de Carvajal) que le dieron “palizones” (varios) por leer a Tennesse Williams o Romeo y Julieta. Los que le pegaban eran “los quinquis”, en concreto le “daban collejas” movidos “ya simplemente por verte leer un libro”. Secun no aclara si los libros que leía estaban en español.

placeholder Secun de la Rosa en una imagen de archivo. (EFE)
Secun de la Rosa en una imagen de archivo. (EFE)

Esto que le pasaba al actor no le ha pasado nunca a nadie en todo el mundo: ser agredido varias veces por ir leyendo en el Metro. Así, o ha tenido muy mala suerte eligiendo lecturas, o se lo ha inventado.

La necesidad de agradar es vertiginosa, y hoy es muy tentador cumplir con la agenda perpetua de abrillantado del presente, porque te quieren más. Quizá a Secun de La Rosa le hostigaron en el Metro alguna vez, e iba leyendo. De ahí, con levadura y buena fe, ha llegado a creerse que le pegaron, y muchas veces, precisamente por leer.

Esto que le pasaba al actor no le ha pasado nunca a nadie en todo el mundo: ser agredido varias veces por ir leyendo en el Metro

En la misma dirección, Rodrigo Cuevas, cantante, recordó en una entrevista los chistes de Martes y Trece (“mi marido me pega”) y afirmó con rotundidad que hoy lo que sucede es que las mujeres y los gays ya no dejan que se rían de ellos. Hasta aquí hemos llegado. La escritora trans Alana S. Portero, por su parte, declaró en otra emisora (o seguramente en la misma) lo siguiente: “La nostalgia de los 80 solo se entiende desde quien estaba en la cima de la pirámide. Me parece algo muy reaccionario”.

Frente a Alana, Rodrigo o Secun, tenemos declaraciones o posicionamientos en sentido contrario de Kase O o Andrés Calamaro. Una de las claves para interpretar estas opiniones enfrentadas es darse cuenta de que los que recuerdan con cariño los 80 y los 90 están reivindicando, entre otras cosas, el discurso contra el poder. Los otros son, muy precisamente, el discurso del poder.

La calidad de la nostalgia

En la película Desventuras de un recluta inocente (1988), escrita por el gran Neil Simon, el protagonista es adiestrado para ir a la guerra, y no lo pasa bien. Sin embargo, la cinta se cierra con estas palabras: “Cuando miro atrás, muchos años después, me doy cuenta de que mi época en el ejército fue la más feliz de mi vida. Dios sabe que no porque me gustara el ejército, no hay nada que te pueda gustar de la guerra. Fui feliz por la razón más egoísta de todas: porque era joven”.

Foto: Un tópico de los 90 como cualquier otro. (EFE)

Cuando se ataca a los que recordamos con cariño los años 90 (o los años 80), se practica una descortesía muy propia de nuestro tiempo: considerar fascista el arraigo. Si alguien manifiesta que antes había algo bueno que ahora ya no existe, lo que está diciendo, primero de todo, es que se ha reconciliado con su adolescencia o su juventud, y que da por bueno todo lo vivido, porque ahora reconoce una calidad purísima en su nostalgia. Los críticos ignoran esta sentimentalidad, atrapados como están en la pacotilla política, en un mundo que creen que no viene de ninguna parte, y que se han inventado ellos hace un rato.

Porque el otro concepto que hay detrás de estas peleas culturales, junto al arraigo y la nostalgia, es la genealogía. Dicho sin más: no hay nada que se defienda hoy que no se defendiera también en los años 90. Absolutamente nada.

Recuerdo, así al paso, concursos literarios sólo para mujeres ya en el siglo pasado; ecologismo en la escuela, y por todas partes, ya en 1985; cultura gay, en los años 90, feliz y omnipresente. De hecho, fueron más gays los años 90 en Madrid que en todo lo que llevamos de siglo XXI. Hoy la homosexualidad es un tema muy pequeño frente a la transexualidad, la interseccionalidad y el feminismo.

Foto: Motín de presos en la cárcel de Carabanchel, en Madrid, en 1983. (Marisa Flórez) Opinión

Algunos jóvenes realmente se creen que a nadie se le había ocurrido proteger el planeta o defender/visibilizar minorías hasta que ellos alcanzaron los dieciséis años de edad y recibieron un móvil con el que salvar el mundo. La ecología lleva fracasando décadas, amigos; y la tolerancia lleva triunfando muchos telediarios.

Toda la mariconería (como diría él) de Rodrigo Cuevas es bien poquita cosa comparada con cantar Mujer contra mujer (Mecano) en 1988. Sin embargo, la imbecilidad de nuestro tiempo hizo que en un momento dado (2017), otra canción de Mecano, Quédate en Madrid, fuera tildada de homófoba por usar la palabra “mariconez”. Operación Triunfo eligió, muy seguramente, esa canción en su repertorio para, justamente, poder proponer la superioridad moral del presente. Es como si nuestro tiempo hubiera recogido los frutos del pasado y luego quisiera talar el árbol del que brotaron.

placeholder Nacho, José María y Ana, los componentes de Mecano.
Nacho, José María y Ana, los componentes de Mecano.

Aparte, a mí me parece muy fuerte que un tiempo que considera música Operación Triunfo se crea superior a nadie.

Preguntarán ustedes qué se ha perdido de los años 90 (los 80 no los tengo tan estudiados). Yo se lo digo: la resistencia crítica. En los años 90, se criticaba el fútbol, el consumismo, el cine de Hollywood, la telebasura, las revistas del corazón, la cocaína, la tecnología. En los años 90, aún sabíamos lo que estaba bien. Ahora, el fútbol debe ensanchar su imperio, y ser también femenino, y consumir sin parar es estupendo, y Jorge Javier Vázquez hace televisión respetable, y saldar tu intimidad en Instagram o Tik Tok resulta común y hasta obligatorio, y la cocaína se persigue menos que los donuts de chocolate.

En los años 90, nos alarmábamos por un mínimo atisbo de lo que ahora constituye el entorno natural de las nuevas generaciones. ¡Que había debates en la tele ante los peligros de las líneas de teléfono 903 (habitualmente eróticas), amigos!

En los años 90, se criticaba el fútbol, el consumismo, el cine de Hollywood, la telebasura, las revistas del corazón, la cocaína, la tecnología

Al mismo tiempo, se dejaba a la gente en paz, sobre todo a los creadores y a los versos sueltos. El progreso era que a nadie se le ocurría pensar que Quentin Tarantino no podía cortar en sus películas todas las orejas que quisiera, o que un grupo de rap no podía llamarse Violadores del verso. La moral pública estaba tan clara que los artistas podían ser (debían ser) rabiosamente inmorales. Rodrigo Cuevas en los años 90 hubiera tenido una valoración artística no muy superior a la de un niño de San Ildefonso. Hoy es Premio Nacional.

La tecnología y el puritanismo hacen de este presente nuestro un sitio aséptico, carcelario, aburrido y patológico. A nuestros hijos no les dejamos ser atrevidos, sino sólo sanos. No tienen por delante toda una vida que vivir, sino toda una vida que vender a los demás como un producto. Es una juventud sin revolución ni provocación ni éxtasis. Creen que han venido al mundo a hacer justicia, es decir, a perseguir a los demás por sus errores o excesos o singularidades.

Pero la juventud no está para censurar a los demás.

Su nostalgia, allá por el año 2050, no podrá ser nunca tan bonita como la nuestra. Fueron jóvenes, y obedecieron.

Recordarán que obedecieron.

De vez en cuando, miro a mis hijos y lamento el tiempo de progreso que les ha tocado vivir. Consecuentemente, me da mucha alegría haber pasado mi primera juventud en el Madrid de los años 90. El progreso de los años 90 era muy superior al de este 2024, donde llamamos progreso a haber encontrado todas las respuestas. O sea, a no necesitar más progreso. No creo que haya nada hoy que pueda debatirse libremente, porque ya nos hemos puesto de acuerdo en todo y se nos ha ido la mano con la concertación. La vida, nada menos, ha quedado impugnada, y así no se hacen infancias bonitas.

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